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Una circunstancia, para nosotros casi anecdótica, cual es la de las elecciones presidenciales en Colombia el próximo domingo, nos ha llevado a que, al mirar nuestra realidad a través de esa circunstancia, pensáramos en lo que significa el “vivir con miedo”.

Un estado de cosas al cual, la inseguridad reinante aquí y ahora en tantos aspectos de nuestra existencia, ha despertado nuestra curiosidad y nos ha llevado a verla como parte de la “anormalidad normal” en la que nos movemos, "disparando" esa curiosidad inexplicablemente. Sucede que en los referidos comicios el candidato que se perfila como triunfador es Gustavo Petro, actual Senador de la República y ex alcalde de Bogotá, quién en su juventud militó en el Movimiento 19 de abril (M-19), una guerrilla urbana partícipe del conflicto armado interno de Colombia entre 1974 y 1990 que, tras su desmovilización, en 1990, se transformó en la Alianza Democrática M-19. Y es precisamente por esta última circunstancia, que esa posibilidad ha provocado temores respecto a cuál puede llegar a ser la orientación y las medidas concretas de su gobierno, a pesar de que su paso por la administración como alcalde capitalino, debería haber servido para aventar esos temores.

Inclusive como una señal del estado de ánimo, en sectores amplios de la sociedad colombiana, el hecho que en el ámbito contractual se haya introducido la posibilidad que, en este tipo de instrumentos jurídicos, se utilice lo que se conoce como “cláusula Petro”. La cual es la estipulación, introducida en algunos tipos de contratos, por medio de la cual las partes “pactan que el contrato solo empezaría a ejecutarse si Gustavo Petro resulta vencido en las elecciones presidenciales, o que la misma se deje sin efecto si el mismo llegare a convertirse en presidente”. En tanto, cabría preguntarse acerca de si es peor ese miedo difuso que provoca la incertidumbre respecto al futuro; o esa sensación de inseguridad tantas veces vívida en tantos lugares del país y consumada en hechos que significan “el salir a la calle y no tener certeza de volver, y de no ser afortunadamente así, la inseguridad de volver enteros”.

Atendiendo a las cosas con “mirada corta”, y a la legítima prioridad personal, resulta manifiesto que ese miedo vinculado con la seguridad personal es el peor de todos. Aunque en una “mirada larga” sería ello opinable, partiendo de la circunstancia que “el no saber a qué atenerse” en la mayor parte de los aspectos de la existencia vuelve la vida tanto o más insoportable. Mirando a nuestro alrededor, sobre todo en las zonas más desafortunadas de nuestro país, el saber que nos puede llegar a suceder no solo “al salir de la casa”, sino aun dentro de ella, puede llegar a tener un impacto mayor que el que provocan otras “eventualidades”, pero ello no puede a pesar de su importancia, significar que no existan otras cosas tanto o más graves. Como es el caso que los “convenios paritarios” en materia salarial hayan dejado de serlo, dado que su duración está cada vez temporalmente más acotada. O que, el dueño de una casa que aspira alquilarla no lo haga, por temor a que una legislación de emergencia en la materia, lo convierta en la práctica un poco más que un propietario “en los papeles” y que si deja esa locación vacía tenga que abonar un tributo como sanción a ese comportamiento; mientras que a su vez el que necesita contar una casa para alquilar, no la consigue, o solo hace a precios exorbitantes.

Lo mismo que acontece con los hombres de campo, temerosos a la hora de sembrar, la que de por sí es una actividad riesgosa se vuelva mucho más, ante la circunstancia de contar con el gobierno convertido en un “socio” cada vez más exigente. Sin dejar de mencionar a todos los que no tienen o pierden su trabajo por esas circunstancias. Y el caso de esa categoría de comerciantes que prefieran mantener su negocio cerrado y sin vender ante la posibilidad, nada descabellada, que de mantener sus puertas abiertas, no pueda reponer lo vendido y termine quedándose sin capital. Sin olvidar otras “eventualidades” semejantes –entre la cual no sería sino una terrible injusticia, dejar de tener presentes a todos aquéllos que viven en la miseria- que conforman una larga lista que resulta imposible su mención. Aunque, además, cabe preguntarse si ese temor de dejar la supuesta protección de las paredes de su casa, no tienen al menos gran parte que ver, con todas esa “eventualidades” repasadas.

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