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“Volver a creer” es el título de una película de la colombiana LEVI Films, de la que Edgar Sánchez R. es el director y autor de su guion. Se trata de una historia basada en hechos reales que habla de vida, perdón y reconciliación, mostrando evidencias de lo que significa el verdadero amor.

A su vez ese fue el título del primer disco lanzado en solitario por Patricia Tapia, ex-cantante de Nexx y después segunda voz de Mago de Oz.

“Volvamos a creer” (una frase que personaliza en plural esa aspiración) es la consigna que ha comenzado a utilizar Sergio Urribarri, en los que aparecen como sus primeros pasos de una nueva política, luego de largos meses de un silencio en aparente soledad. Frase que va más allá de una consiga que no lo pertenecía y a la que se había, sin embargo, sumado, cual era “Hay un 2019”, con la que en sectores cristinistas se expresaba la convicción que en las elecciones del año próximo iban a recuperar el poder.

“Volvamos a creer” es una nueva consigna más explícita, pero en la que a la vez puede verse una declaración insólita, en boca de quien ha vivido prácticamente su vida entera metido en la política, ya que en otras palabras viene a reconocer una pérdida de fe, que se hace no solo deseable sino imperativo recuperar.

Se trataría entonces de algo, cuyo análisis nos vendría a meter en honduras insondables, ya que se trata nada menos que primero desentrañar los mecanismos socio-psicológicos que nos llevan a adoptar una determinada creencia política -ya que la fe religiosa es otra cosa- y de las circunstancias que pueden provocar el descreimiento y el trabajoso cuesta arriba que significa la casi imposible recuperación de la fe perdida.

Acabo de mencionar que las convicciones políticas son una cosa muy diferente a las creencias de la fe religiosa, y que se puede observar entre aquélla y el día después de la reconciliación de un matrimonio atravesado por una infidelidad, un más que lejano parecido.

Es que, para empezar, se hace necesaria la realización – y en este caso existe un acercamiento ambiguo a una religión- de un acto de contrición, algo que en el ámbito de la política se conoce como autocrítica.

Ello así, porque no se trata de decir con la tranquilidad de conciencia con la que un religioso famoso, despojado de la cátedra, al volver después de años, recomenzó sus clases con la frase “decíamos ayer”. Como si nada hubiera pasado en el prolongado ínterin, y no hubiera habido entre la última lección pasada y la primera actual ningún quiebre o fractura y las cosas hubieran ocurrido -para utilizar unas palabras que siempre nos confunden- sin solución de continuidad.

Porque es condición ineludible de toda autocrítica, comenzar por preguntarse “qué es lo que hemos hecho mal”, o lo que es lo mismo “qué es lo que nos ha pasado y porqué estamos aquí”.

Creemos que debemos todos tener por cierto –y no solo los que deberían estar contritos- que no se ha escuchado a ninguno de los incluidos en la consigna volvamos a creer, ni auto formularse esas preguntas para que de esa manera puedan escucharse respuestas.

Nos encontramos entonces ante poco más que un pequeño detalle sin importancia. Sobre todo que no solo se trata de que los que ahora se muestran descreídos, logren la iluminación que les permita rectificar errores. Muchos de ellos graves no solo en materia de políticas públicas, sino las que tienen que ver con el trato a quienes “no son del mismo palo”, y que no han merecido, y no merecen; lo que significa que en este aspecto al menos nada ha cambiado y “se sigue creyendo” en lo que se hacía y se sigue haciendo.

Por otra parte, una autocrítica que para quienes la hagan como paso necesario “para volver a creer”, no puede consistir en el mero y escueto “reconocemos que nos hemos portado mal y prometemos que de aquí en adelante nos portaremos bien”. Porque una verdadera autocrítica significa un pormenorizado reconocimiento de los yerros –aun dejando de lado la explicación del porqué a ellos se llegó- y también del enunciado igualmente pormenorizado de que significa el de aquí en más portarse bien.

Pero las cosas se complican aún más, si se tiene en cuenta que la recuperación de la fe perdida, en el ámbito de la política no es un acto individual. Ya que de nada vale la autocrítica, si la misma no es tenida por válida por aquellos que por acción u omisión han sido los más perjudicados, por resultados que los afectan no solo a ellos sino a toda la sociedad.

A la vez, con lo que de esa manera damos conjeturalmente por logrado, no está todo dicho. Ya que dado lo que es la humana condición, nadie está exento de responsabilidades no asumidas y libres de culpa y a la autocrítica de los reconvertidos debe seguir la admisión de quienes son testigos de sus propios fallos.

Todo lo cual viene a dejar en claro, lo difícil que es salir del brete en que nos hemos metido, teniendo en cuenta esa crispada terquedad que vuelve complicado la posibilidad de dar el brazo a torcer. Ya que lo que se espera de nosotros es más que avancemos hacia el otro con la mano extendida, sino que de una manera eufemística abramos nuestro corazón.

Avanzar en ese sentido es lo que hará posible que no ya Sergio Urribarri y sus compañeros de ruta “vuelvan a creer”. Porque de lo que se trata es de que todos volvamos a hacerlo, actuando de una manera en que la puja por el poder se transforme en una cosa bien distinta, en la medida en que se ha convertido en un pujar por quien sirve mejor… a los demás.

Después de todo lo cual nos queda una pregunta. ¿Será “Volvamos a creer” la consigna de Urribarri que ha dado pie a esta larga perorata, y que hemos tenida como válida atento a su fuente? Porque por momentos lo que conjeturamos sería la suya es “Volvamos a crecer”, lo que significa la determinación de seguir siendo los de siempre.