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Palacio Taj Mahal, en la India
Palacio Taj Mahal, en la India
Palacio Taj Mahal, en la India
En esta oportunidad me permitiré compartir con los lectores algunas experiencias que difícilmente se encuentren en la literatura especializada; son las que nos van marcando o modulando en nuestros estilos de conducción, como lo ha sido en mi caso.

Hace unos meses, un amigo que lee las columnas me compartía su opinión definiendo a las mismas como pequeñas píldoras de liderazgo. Debo agradecerle porque es una excelente definición para estas columnas quincenales, que solo pretenden ser un disparador para la reflexión y discusión.
¡¡¡Jugando al truco!!!
Había pasado un semestre desde que había sido designado supervisor en la oficina de personal, en mi primer empleo formal. Unos días antes había celebrado mis 20 años de edad.

El Director de Recursos Humanos me invitó a tomar un café para que le compartiera mis primeras experiencias supervisando a un grupo de 4 ex-compañeros. Además de agradecerle nuevamente la oportunidad, le comenté que con uno de ellos tenía alguna dificultad, que le costaba aceptar mi nuevo rol.

Mientras se acomodaba su tupido bigote negro, mirándome por unos interminables segundos a los ojos, me preguntó “¿Usted sabe jugar al truco?”. Sorprendido y sin entender la relación respecto de mis dificultades, le respondí que sí, que solía jugar con los amigos después de compartir un asado o bebiendo una cerveza.

Continuó “¿entonces conoce el valor de las cartas o naipes?” Pues claro que sí, respondí nuevamente. “Vea -me dice-, cuando se asume un rol de liderazgo, usted debe saber que es como jugar al truco, los buenos jugadores también juegan con el 4 de copa y ganan”.

No hubo muchos más comentarios, no tuve necesidad. ¡¡¡Fue una lección magistral!!!

Ese día entendí que quien conduce debe saber lidiar y utilizar los recursos disponibles, aún aquellos que a priori no juegan a favor…
Y… ¡¡¡es un burro!!!
A principios de los años 90, me desempeñaba como responsable de coordinar las políticas de Recursos Humanos desde Alemania con los países de la Región Asiática. Por aquellos tiempos comenzaba el gran crecimiento económico de los denominados Tigres del Asia.

En una visita de trabajo que realicé a la India, fui invitado por un colega un fin de semana a conocer el majestuoso Palacio Taj Mahal, en la ciudad de Agra a orillas del rio Yamuna, una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo Moderno.

Partimos muy temprano de Nueva Delhi, nos recogió un chofer en un Lada blanco de origen ruso que tenía muy pocos kilómetros de uso y con el característico olor de auto nuevo. El recorrido nos tomaría unas 6 horas de viaje, transitando por una ruta de doble mano, abarrotada de camiones, buses, bicicletas, motos, camellos, elefantes, peatones, vacas, bueyes, y a los costados de la misma, encantadores de serpientes, faquires, vendedores ambulantes, gente mendigando, osos bailarines, entre las cosas que me vienen a la memoria.

Todos tratando de avanzar en una y otra dirección, sin agresiones, respetándose unos y otros y sus espacios. Hoy sigo sosteniendo que fue la demostración más impactante de diversidad y sana convivencia que experimenté en mi vida.

Cruzando una pequeña aldea en dirección a AGRA, subiendo con el Lada por una calle empedrada muy angosta en la que solo podía circular un vehículo, observo que a unos 100 metros venía descendiendo un burro con una alforja desbordada de ladrillos ingleses. El chofer estacionó el auto pegado a uno de los muros laterales de la calle, apagó el motor y se mantuvo en silencio.

En tanto el burro seguía bajando en nuestra dirección y no había espacio para que pase sin golpear al Lada. Yo miraba desde el asiento trasero que no era posible, pero el burro siguió descendiendo hasta llegar donde estábamos nosotros. Se detuvo unos instantes, nos miró con sus ojos saltones y avanzó por el poco espacio entre carrocería y la otra parte del muro, trastabillando y golpeando con el lado derecho de la alforja a nuestro recién estrenado Lada finalmente pudo pasar. El ruido y la sensación que desde el guarda barro delantero pasando por las dos puertas hasta el guarda barro trasero el auto había quedado dañado nos mantuvo en un extraño silencio.

El burro pasó, se acomodó y siguió su descenso, nuestro chofer bajó del auto, observó en detalle las abolladuras y rayas rojizas que habían dejado los ladrillos, luego subió, encendió el motor y continuó la marcha, sin comentario alguno y sin ninguna muestra de enojo.

Pasados algunos minutos, nosotros en absoluto silencio, aún impactados por lo sucedido, el chofer gira su cabeza y en su idioma le dice algo que no entendí a mi colega. No pude contener mi curiosidad y le pregunté que le había dicho. .. Me respondió que solo le dijo “Y… ES UN BURRO”.

Extraordinario aprendizaje para quienes lideran, que de nada sirve enfurecerse o violentarse cuando el otro no sabe lo que hace. Que no debemos juzgar sin antes preguntarnos si el otro es consciente de sus actos o decisiones. La ignorancia es una carga muy pesada; solo el que la lleva no la siente.

Sin embargo, no puedo evitar cerrar la columna de hoy vinculando nuestra realidad como país y esta experiencia personal. Aunque resulte paradojal, es doloroso observar tantos burros y no enojarse o deprimirse.
Fuente: El Entre Ríos

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