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Solo vi algunas escenas en el noticiero: todo estaba preparado para la gran fiesta del ganado cuando aparecieron esos jóvenes con gritos y pancartas. Un tumulto y los gauchos llamados a la defensa. Apagué el televisor, pensando que entre nosotros, hoy día no hay fiesta que no incite a una contra-fiesta y se dispare un rencor. Abrazados a un rencor, estamos, como cantaba aquel tango.

Los jóvenes contestatarios son veganos, miembros de un movimiento al que dio su nombre un inglés, Donald Watson en 1944, que proponen evitar todo tipo de sufrimiento y muerte a los animales: no comerán carne, ni huevos ni leche, no usarán pieles ni cueros. Abstenerse de todo lo que pueda haber producido dolor a un animal. Son vegetarianos extremos.

Cuando era chico, la actividad del frigorífico que estaba poco más al norte, se hacía notar. Si lo visitábamos en un paseo por los alrededores, cuando cruzábamos la manga que separaba el barrio de los obreros del de los chalets, papá invariablemente nos decía: "Pensar que por aquí pasan las vacas desfilando al matadero, pobres animales" y desde entonces creí siempre que nuestra dieta de carnes disfrazaba muy bien todo para ocultar la muerte. Supongo que eso es parte de lo que llamamos civilización: tratar de envolver en papel de regalos hechos o cosas brutales.

Muy poco a nada se piensa del dolor animal que esto trae consigo. Pensamos que los animales no lo padecen o simplemente poco nos importa. Sin embargo, en 2012, unos sabios de Cambridge hicieron una declaración sobre la conciencia en animales no humanos: "Todos los mamíferos y aves poseen los sustratos neurológicos que generan conciencia y son capaces de experimentar estados afectivos" y, en 2009, Jane Goodall, etóloga, afirmaba: "Los animales de granja sienten placer y tristeza, emoción y resentimiento, depresión, miedo y dolor. Son mucho más sensibles e inteligentes de lo que nunca hubiéramos imaginado". Creo que todos los que han vivido con animales cerca, o recuerdan los caballos del aguatero recorriendo las calles de Colón, estarán en pleno acuerdo.

Edgard Kupper Kobenowicz apuntó: "Creo que mientras el hombre torture y mate a los animales, torturará y matará también a los humanos y se librarán guerras, ya que la matanza debe ser practicada aprendiendo a pequeña escala".

Para el mal no habría escalas pequeñas. En 1865 se inauguró el primer matadero industrial de Chicago. En 1905 Henry Ford lo visitó y admiró su cadena de montaje: un animal entraba vivo y, en tiempo record, era trozado en piezas de tamaño variable, según la demanda. Llevó esta idea que fue modelo de la cinta de ensamblaje a sus fábricas de autos. Había rapidez y eficacia en ambas. Hitler reconoció en "Mi lucha" la inspiración, que llevó a prueba a los campos de exterminio. Surgió el llamado "Proceso" en el que cada uno se ocupaba solo de una porción, una parcela, con ello la responsabilidad moral disminuía y también la objeción moral.

Dos Nobeles de literatura han señalado: "Chicago nos mostró el camino, fue en los corrales de los mataderos de Chicago donde los nazis aprendieron a?procesar los cuerpos. Elizabeth Costello, personaje de nuestro frecuente huésped J M Coeetze; y I B Singer, ‘Los hombres son nazis con los animales’. Su vida es un eterno Treblinka".

Pero sepan los vegetarianos que su dieta de verduras, cereales, huevos y leche, tampoco está libre de sufrimientos. Se calcula que un individuo medio consume 200 huevos/año, en 70 años ocasionará la muerte de 140 aves, y un consumidor medio de leche será responsable de la muerte de 2 1/2 vacas en ese lapso.?

Donald Watson escribió: “Uno de mis recuerdos más tempranos es el de las vacaciones en la granja de mi tío George, donde vivía rodeado de animales interesantes. Todos ellos ‘daban’ algo: el caballo de la granja tiraba del arado, el caballo más pequeño tiraba del carro, las vacas ‘daban’ leche, las gallinas ‘daban’ huevos y el gallo era un ‘despertador’ muy útil; no me daba cuenta en ese momento de que también tenía otra función. La oveja ‘daba’ lana. Nunca podía comprender qué ‘daban’ los cerdos, pero parecían criaturas tan amistosas... siempre alegres de verme. Entonces, llegó el día en que uno de los cerdos fue matado: todavía tengo recuerdos vívidos de todo el proceso, incluyendo los gritos. Por supuesto... decidí que las granjas -y los tíos- tenían que ser reevaluados: la idílica escena no fue otra cosa que muerte en cadena, donde los días de cada criatura eran numerados en el momento en el que dejaban de ser útiles para los seres humanos”.

Parece no haber escapatoria al "comer y ser comidos". Tampoco para los veganos, que gozan de mi simpatía siempre y cuando no arruinen la Rural, y para los cuales adivino un futuro torturante: también los vegetales sienten y sufren y la semillas aspiran a desperezarse en tierra húmeda y tibia, y no en vísceras con jugos desagradables u horribles. Es probable que no haya forma de evitar sufrimiento.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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