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Imagen de la gran depresión del 29
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La pandemia que azota al planeta, y que ya se encuentra instalada entre nosotros, ha sido enfrentada en forma decidida por el gobierno nacional. A vez, hasta este momento ha sido acompañada con una sobresaliente comprensión por una enorme mayoría de la población.

De allí que resulta doblemente lamentable la irresponsabilidad de los grupos minoritarios que, por una mezcla de motivaciones diversas, las que en todos los casos tienen en común la ausencia de la conciencia de la gravedad de la situación por la que atravesamos, y que actuando de esa manera ayudan a acelerar y profundizar.

En tanto la comprensión mencionada, debe extenderse hasta llegar a compenetrarnos profundamente que el fin de la epidemia en nuestro caso, como en ninguna parte, ha de quedar limitado a las medidas de aislamiento social establecidas –la que por otra parte es presumible se vean prolongadas, y al lamentable y todavía en su mayor parte conjetural número de vidas que entre nosotros puede llegar a cobrarse hasta el momento en que termine.

A la vez que resuelta la crisis sanitaria, tendremos que seguir de una manera que será todavía muchísimo más grave, a cuestas con la crisis económica y social en la que ya estábamos inmersos. Todo ello, no solo por los daños que entre nosotros la epidemia dejará como saldo, sino por la manera que ella ha golpeado al mundo.

Es que nos encontramos ante una situación que en la actual edad histórica, solo es comparable desde esta específica perspectiva a “la gran depresión mundial” de la década del treinta del siglo pasado, y de la que nadie entre nosotros –salvo que hubiera alguna extraña excepción- puede tener un recuerdo vívido.

Es por ello que para darnos cuenta de la magnitud del esfuerzo que nos espera, resulta útil atender al texto de un documento que se ocupa del tema.

Y en el que puede leerse que ese acontecimiento “se prolongó durante la década de 1930, en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Su duración depende de los países que se analicen, pero en la mayoría comenzó alrededor de 1929 y se extendió hasta finales de la década de los años treinta o principios de los cuarenta. Fue la depresión más larga en el tiempo, de mayor profundidad y la que afectó a mayor número de países en el siglo XX. En el siglo XXI ha sido utilizada como paradigma de hasta qué punto se puede producir un grave deterioro de la economía a escala mundial”.

Se añade que “el 24 de octubre de 1929, también conocido como “Jueves Negro”, se llevó a cabo una quiebra del mercado de la bolsa de valores de Nueva York. Los países latinoamericanos como Argentina se vieron afectados crucialmente abandonando el uso del “patrón oro” para sus transacciones comerciales, lo que implicó una dificultad para realizar el comercio internacional en forma multilateral, entre muchas otras consecuencias negativas para la economía argentina”.

Debe remarcarse que “la depresión tuvo efectos devastadores en casi todos los países, ricos y pobres, donde la inseguridad y la miseria se transmitieron como una epidemia, de modo que cayeron: la renta nacional, los ingresos fiscales, los beneficios empresariales y los precios. El comercio internacional descendió entre un 50% y un 66%. El desempleo en los Estados Unidos aumentó al 25%, y en algunos países alcanzó el 33%. Ciudades de todo el mundo se vieron gravemente afectadas, especialmente las que dependían de la industria pesada, y la industria de la construcción se detuvo prácticamente en muchas áreas. La agricultura y las zonas rurales sufrieron la caída de los precios de las cosechas, que alcanzó aproximadamente un 60%. Ante la caída de la demanda, las zonas dependientes de las industrias del sector primario, con pocas fuentes alternativas de empleo, fueron las más perjudicadas”.

En lo que a nuestro país respecta se señala que “debido a la crisis económica de 1929 - 30 al país se le cierran las principales exportaciones y fuentes de divisas. Los precios de las importaciones cayeron con menor rapidez, lo que para la Argentina significó un grave deterioro de los precios de las exportaciones con respecto a los de las importaciones. Esto dio como resultado una importante reducción de la capacidad importadora del país y, en consecuencia, una fuerte caída en el nivel de las importaciones. Por ello se hizo necesario un cambio del enfoque, concentrándose en el mercado interno más que en el intercambio con el exterior. El estado comienza de manera tímida a ejercer un rol más activo en la economía, interviniendo en los mercados monetarios y de préstamos, fijando mayores aranceles y cupos a las importaciones, y actuando como motor de la demanda.”

Ello lleva a la necesidad de que desde el gobierno se deba atender a dos frentes, cuales son -como deberíamos haber sido lo suficientemente claros- el sanitario y el económico y social. Y de lo que se trata también es que se logre que todos acompañemos al gobierno en ambos.

Dado que puede tenerse la impresión de que primero debemos ocuparnos de la cuestión sanitaria –evidentemente la primordial- dejando la otra a un lado, de una manera temporaria, hasta que aquella, si no quede del todo despejada, se la vea amainar.

Algo que resulta imposible, teniendo en cuenta que si no se reducen los niveles de gastos públicos pre-crisis, lo que exige la presente coyuntura, solo se podrán encarar con una emisión monetaria de tal dimensión, que haga se vislumbre el temor de una hiperinflación.

A la vez, esa restricción en los gastos públicos, debe hacer que se reduzcan los mismos a los indispensables, con la prescindencia obvia de los superfluos o de los latrocinios, sino también de los de mera utilidad. En ese orden ideas, no sería descabellado, avanzar en importantes reducciones de sueldo al personal de todos los poderes del Estado en línea por la posición adoptada por el gobernador mendocino. Y dada la división de poderes que hace a nuestro sistema institucional, el Poder Ejecutivo debería invitar a los otros dos Poderes a que actúen acompañándolo en el ámbito de sus respectivas jurisdicciones.

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