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Aprendí de los ludistas no en la escuela ni en el colegio (en realidad es tan poco lo que allí se aprende y cada vez menos) sino leyendo salteado las páginas de este diario, y más precisamente de notas en las que se hacía referencia al ludismo.

Por Rocinante

Y desde el momento que supe de ellos y de su movimiento, tuve una impresión que perdura, cargada de una compasión lastimosa que me vuelve cada vez que lo recuerdo. Algo que ahora sucede a menudo atento a la reiteración de situaciones como las que en seguida comenzaré a relatar.

Y, mientras tanto, para recordarles en qué consiste el ludismo recurro en la ocasión (debo admitirlo que lo he hecho antes, aunque no de manera manifiesta) al conocido corto y pego, responsable de tantas barrabasadas, ya que incluso de una manera torpe, para dar un ejemplo, es dable verlo presente hasta en las sentencias judiciales. Algo explicable si se tiene en cuenta que en la actualidad, sino en todo en casi todo, existe algo de trucho, y del plagio se habla a las cansadas, y hasta se ignora lo que es.

Es por eso apelando a ese mecanismo de tono gris, es que señalo que el ludismo fue un movimiento encabezado por artesanos ingleses en el siglo XIX; que protestaron entre los años 1811 y 1816 contra las nuevas máquinas que destruían el empleo. Los telares industriales y la máquina de hilar industrial, introducidos durante la Revolución Industrial, amenazaban con reemplazar a los artesanos con trabajadoras menos calificadas y que cobraban salarios más bajos, dejándolos sin trabajo. Aunque el origen del nombre ludista es confuso, una teoría popular es que el movimiento recibió su nombre a partir de Ned Ludd, un joven que supuestamente rompió dos telares en 1779, y cuyo nombre pasó a ser emblemático para los destructores de máquinas. El nombre evolucionó en el imaginario general ludista Rey Ludd, una figura que, como Robin Hood, era famoso por vivir en el bosque de Sherwood.

El historiador Eric Hobsbawm ha considerado a este movimiento de destrucción de máquinas como una forma de "negociación colectiva por disturbio", lo que sería en esta formulación una táctica utilizada en Gran Bretaña desde la Restauración, ya que la diseminación de fábricas a través del país hizo que las manifestaciones a gran escala fueran poco prácticas.

La parrafada es larga, pero lo recomendable es leerla con detenimiento de manera de poder entenderla y de tenerla de presente, como una experiencia fallida, que parece repetirse con lo que llamo los nuevos ludistas.
El neoludismo
La mañana del pasado jueves, y también la del día siguiente, el tránsito en el centro porteño fue un caos. Algo que, por otra parte, no puede extrañar a nadie; aunque lo fue esta vez como consecuencia de que en un momento dado los taxistas dejaron de circular al unísono, pararon los motores, y se bajaron de sus autos, dejándolos detenidos ocupando totalmente las calzadas de las calles céntricas, a la hora justa en que era el momento de mayor circulación.

La explicación de lo sucedido es por todos seguramente conocida, y tiene un nombre que tiene cuatro letras y que para los taxistas huele a azufre y que es el de UBER. O sea el de una empresa internacional que proporciona a sus clientes vehículos de transporte con conductor a través de su software de aplicación móvil (app), que conecta los pasajeros con los conductores de vehículos registrados en su servicio, los cuales ofrecen un servicio de transporte a particulares.

A lo que habría que añadir que esa empresa se extiende, al menos desde el punto de vista de los taxistas, como una mancha venenosa por todo el mundo; su funcionamiento ha sido autorizado en Mendoza y corren versiones que ya ha puesto pie en Paraná.

La reacción de los taxistas, entre tanto, no se reduce a esa suerte de sentadas, sino que se expresa en repetidas ocasiones de una manera más violenta. Es cuando se los ve a grupos de ellos, con apariencia de barras bravas, salir a la caza de automóviles vinculados a esa empresa, con el objeto de dañar al vehículo, darle una paliza al conductor y asustar el pasajero.

Otra forma de neoludismo es la que se da en diversas localidades de nuestro país, donde se dictan y aplican normas que regulan la instalación de locales comerciales de una determinada clase, como en nuestra provincia es el caso de la ciudad de San José, que por supuesto no es el único, aunque lo tomamos a modo de ejemplo.

Es que en esta ciudad se encuentra vigente una ordenanza según la cual “los nuevos locales que se habiliten deberán respetar las distancias mínimas de emplazamiento que se establecen, respecto de cualquier establecimiento comercial. Algo que significa que en el caso de las despensas no podrán instalarse en una distancia menor a un radio de 100 metros respecto de cualquier boca de expendio, a medir desde las respectivas puertas de acceso al público; prohibición que en el caso de los mercados se extiende a los 250 metros y en de los supermercados a 500 metros”. La explicación en este caso es el espanto que inspiran a los pequeños comerciantes del ramo los comercios mal llamados chinos. De donde en este caso esos pequeños comerciantes que nos caen simpáticos y con los que tenemos familiaridad de trato, actúan como otros neoludistas, al momento de tener más que una sensación de ser abandonados por sus viejos clientes. Algo que los lleva a efectuar reclamos que llevan a la sanción de normas como las señaladas.

Demás está decir que soy totalmente comprensivo con la situación de incertidumbre que viven taxistas y pequeños comerciantes, pero también debo señalar que medidas como las indicadas solo pueden servir para que el jefe del gobierno porteño Rodríguez Larreta obtenga el voto de los taxistas, pero que en realidad haciendo lo que estos piden no les dé una verdadera respuesta satisfactoria. Y que lo mismo puede ocurrir en cualquier comuna, frente a reclamos del mismo tenor, con el de los pequeños comerciantes minoritas.

Pero la cuestión es que no vivimos en la Edad Media donde profesiones liberales y oficios estaban protegidos por la restricción legal del número permitidos (número clauso) y que inclusive los cargos o puestos se heredaban de padres a hijos. Una situación que en la actualidad en forma excepcional todavía continúa, ya que si bien el sol sale para todos, a nadie le agrada la posibilidad de quedarse a la sombra.

De manera que a los neoludistas les espera la suerte de sus antecesores, si persisten en este tipo de estrategias, las que en realidad son meras tácticas y para colmo de males fallidas, ya que detrás de ellas no se da la presencia de una estrategia a largo plazo. De donde lo que deberían hacer, y lo que digo es un simple parecer, es no empeñarse en chocar la ola, sino servirse de ella para marchar hacia adelante.

Lo que no significa otra cosa que en el caso de los taxistas organicen, sindicato mediante, su propio Uber, ya que cuentan con el antecedente de un proyecto no solo conocido y exitoso, que está a la espera incluso de ser mejorado.

Y en el caso de los pequeños comerciantes, la formación de una suerte de consorcios de compras, que les permita obtener precios más bajos por la adquisición de mayores volúmenes, a la vez que se eliminan, salteándolos, a intermediarios.

Todo con la asistencia gubernamental, de ser necesaria que se puede canalizar distintas maneras, aunque cuidándose de mezclar comercio con política partidista.

Así de fácil, así de difícil.
Los separatismos
Claro está que para actuar de ese modo se exige solidaridad, mucha, fuerte y permanente solidaridad, la que como es sabido es un bien que escasea. Escasez de la que es otro ejemplo claro las situaciones que se viven en la actualidad en España con Cataluña; en la Unión Europea con Inglaterra, y que se vivió en las postrimerías del siglo pasado y en los inicios del actual, en Italia.

Empiezo con esta última, porque la explicación profunda de todas ellas es la misma. Es que en Italia se vivía, y las cosas no han cambiado en demasía, una manifiesto enfrentamiento entre un norte con más medios y por ello más pudiente y un sur más carenciado. Una situación que hizo prender en el norte la idea separatista, alimentada por la convicción que quienes vivían en el sur, lo hacían a su costa.

Simplificando las cosas, que ya lo están en el caso italiano referido, cabría decir que en el caso de Inglaterra, en un momento por lo menos a la mitad de los ingleses creía que les iba a ir mejor separados de la Unión Europea. Lo mismo pensaban y piensan la mitad de los catalanes (en este mundo en que todo parece divido en mitades enfrentadas).

Claro está que en todos los casos todo se disfraza invocando un patriotismo, que a los efectos prácticos suele suceder que solo queda para las competencias deportivas internacionales, y en el caso de Cataluña, en el germen de la patriada autonomista los chanchullos de algunos gobernantes que pretendían taparlos alzando la bandera separatista. Y todo ello, en pleno desarrollo de la globalización que ha encogido el mundo y está abatiendo a las fronteras.
Una explicación plausible de porqué se nos ve a todos nerviosos
Aquí, busco escaparme de lo coyuntural, que es lo que nos toca y golpea aquí y ahora.

Para señalar aquello que dicen los que saben y por eso hasta se ha puesto de moda mencionarlos como gurúes, que los tienen como diagnóstico total.

Parten del presupuesto que el de la globalización es un fenómeno irreversible. Y que de no llegar a ser así, es lo peor que podría sucedernos. Ello sin dejar de tener en cuenta los peligros de una globalización caótica, como lo es aquella por la que estamos transitando, y que reclama a gritos que, por otras regulaciones supraestatales como la que debería darse y no se la encuentra, es la referida al drama del cambio climático.

A ello debe agregarse la preocupación muchas veces no del todo consciente, presente en el mundo del trabajo. No se pueden ocultar peligros presentes como la creciente preocupación de extensos sectores de la clase media, tal como sucedía en los tiempos de la incipiente consolidación de la Revolución Industrial, ante el desclasamiento.
Ante un nuevo alumbramiento
Algo que a todos nos cuesta entender, que estando como estamos enancados entre dos edades históricas distintas. Estamos sufriendo los dolores de todo alumbramiento.

Hay que tener presente que en algún momento impreciso luego de la Segunda Guerra Mundial, más atrás de una manera lenta al principio pero después cada vez más acelerada, el mundo que había nacido con la Revolución Industrial, originada en las postrimerías del siglo XVIII. Y que la vida cotidiana de hombre, entendida por usos costumbres y valores poco es lo cambió a lo largo de por lo menos las seis primeras décadas del siglo pasado, hasta que se asistió al inicio de una nueva Edad, con los dolores del parto, en que estamos involucrados.

Este tipo de acontecimientos no se produce nunca sin el dolor que acompaña a ineludibles destrozos.

De lo que se trata entonces es de adoptar nuevas estrategias y comportamientos de manera de no perder el dominio de los cambios y lograr que el costo a pagar por ellos sea el menor posible.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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