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Justo, pero precisamente justísimo, en el momento en que estaba pensando cuál es el argentino que me suena como más auténtico, al haberme puesto a comparar a Samid con Maradona, me lo detienen al “rey de la carne”, poniendo fin, por ahora al menos, a una fuga que puede terminar en un fiasco, que para colmo de males no servirá para otra cosa que para que la Patricia se agrande, hasta el punto de que me la imagino a punto de explotar.

Con el agregado que de aquí en más por culpa de nuestro amigo -quién no tiene un amigo como él-, los compañeros de festichola corren peligro de que los jueces que los llaman a declarar los metan presos con el pretexto del temor a que se fuguen.

¿Veremos entonces a los citados por la justicia en las causas por los cuadernos y afines saltar las verjas de las embajadas para asilarse? ¡No quiero ni pensar en el problema logístico que se les puede armar, por ejemplo a las embajadas de Bolivia y Nicaragua en Buenos Aires, tan hospitalarias ambas pero con tan escasas posibilidades de hospedaje!

Pero volvamos a lo nuestro. La verdad es que a la hora de elegir entre los dos personajes no sé con cual quedarme. Es que los dos son fanfarrones, de esos que no hay nadie que les emparde, y quién de nosotros no es también un poco así. Tampoco no sirve reconocer que Samid es un caradura simpático, mientras que Diego es un engreído que se cree hijo de Dios y de Fidel, las dos cosas son ciertas pero debemos admitir que ambas destacables cualidades se hallan presentes en cada uno de muchos de nosotros.

Que el exadministrador del Mercado Central, con sus muchas sucursales, sea un evasor impositivo, no nos sirve para hacer una comparación con el gran Diego porque nunca -que yo sepa- se dijo de él que también lo fuera, aunque quedan las sospechas, las mismas que se dan cuando nos miramos los unos a los otros, con la sensación de que todos tenemos las manos sucias en ese aspecto. Porque si hay algo de que podemos enorgullecernos es de nuestro cuidado personal, que se hace notar con nuestra inclinación a tatuarnos el cuerpo hasta en sus partes más profundas, ya que casi no les queda a la mayoría de nosotros partes que sean íntimas; tenemos todos las sensación de que tenemos sucia, en materia impositiva, digo, repito y recalco, eso que por decoro conocemos como cola…

Y es aquí donde tengo la necesidad de parar en lo que se está volviendo una inquisición de nuestros dos grandes personajes, cada uno a su manera, porque tengo la impresión que así estoy sacando los trapitos al sol de tantos que entre nosotros nos decimos portadores de las más emblemáticas virtudes, sin olvidar nuestros sentimientos y modales, y que estamos convencidos de que así son las cosas. Aunque admitamos, con esa humildad que también podemos llenar en la cuenta del haber, que como somos humanos, aunque esto les pese por igual tanto a Diego como al rey, alguna mácula portamos. ¿Es por el pecado original, recuerdan? Lo recuerdo al menos yo, de haberlo aprendido cuando iba al catecismo.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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