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Abdalá Kurdi habla despacio, con el dolor aguijoneando en cada de una de las palabras que pronuncia. "Estoy muy triste", confiesa en una entrevista. Acaba de cumplirse un año del fogonazo de su hijo Aylan, ahogado en una playa turca, que conmocionó al planeta. 365 días que no han restañado las heridas. "Vivo sumido en una tristeza que no tiene fin. A diario recuerdo a mi familia y revivo el desastre", relata el padre.

En el naufragio, el tercer y trágico intento de alcanzar la isla griega de Kos, Abdalá perdió también a su esposa Rehana y a su hijo Galib. Su drama familiar, retratado en el cuerpo sin vida de su vástago de tres años, se convirtió en icono de la cruenta guerra civil siria. "La fotografía de Aylan -denuncia- no sirvió para nada. Cambió algo las cosas durante los dos primeros meses que sucedieron a su muerte pero después, nada. Los países europeos cerraron sus puertas en las narices de los refugiados que esperaban su auxilio". Abdalá, en cambio, sigue elaborando el duelo. Enterró a sus seres queridos en el enclave kurdo sirio de Kobane y reside ahora en Erbil, la capital del Kurdistán iraquí.

"Llegué hace dos días para acompañarle durante esta semana y me impactó ver cómo ésta y cómo habla. Necesita ayuda urgente", esboza entre sollozos su hermana Tima, afincada en Canadá, el destino truncado de Aylan. "Habla de sus hijos como si aún estuvieran vivos. Si está viendo la televisión y se topa con unos dibujos animados, dice: 'Eran los dibujos que le gustaban a Aylan'. Y luego rompe a llorar y se pregunta: '¿Por qué sigo vivo yo y no ellos?'".

La noche del viernes el campo de refugiados sirios de Darashakran, a unos 35 kilómetros al noroeste de Erbil, celebró un sencillo acto en recuerdo del menor. Y su padre volvió a sentir el horror. "Fue muy emotivo y al mismo tiempo muy doloroso porque me recordó todo lo que nos sucedió. Unos refugiados kurdos escenificaron nuestro viaje desde Kobane hasta Turquía. Hasta la ropa del teatro era idéntica a la que llevábamos en el mar", comenta.

Abdalá -reconoce su hermana- pasó la noche previa al homenaje sin dejarse vencer por el sueño. "Me contó que en la habitación había creído ver a sus dos hijos sentados junto a él en la cama. No sé cómo ayudarle", lamenta Tima, conmocionada también por el trajín de los últimos días. "Para el mundo -arguye- ha transcurrido un año de todo aquello. Nosotros, sin embargo, lo seguimos sintiendo como si hubiera sucedido hace unos minutos. No podemos volver a ser los mismos".

La condena a cuatro años de cárcel contra los dos traficantes sirios responsables del naufragio, dictada por un tribunal turco el pasado marzo, no ha aliviado a los parientes de Aylan. "La situación -denuncia Tima- es mucho más grave que un par de mafiosos. La gente está desesperada. Prefiere arriesgarse embarcándose en una peligrosa travesía que permanecer en su casa. En el fondo dicen: 'vamos a morir de una forma u otra'. Somos seres humanos y tenemos derecho a ser protegidos. Niños como mi sobrino siguen muriendo a diario. Que en Occidente se pongan en nuestra piel y piensen qué harían si tuvieran nuestras circunstancias".

Su familia es también reflejo de los tajos en el alma que han abierto cinco años de guerra civil: "Estamos desperdigados. Dos hermanas sobreviven en Turquía. Me encargo de pagarles el alquiler y sus gastos allí. Otra hermana reside en Alemania y otro hermano que vivía en Damasco acaba de llegar a Canadá junto a su esposa y sus cinco hijos. Les he tenido que sufragar el viaje. Ningún Gobierno me ha ayudado. Mi padre sigue en Damasco".

Una diáspora que suscita interrogantes: "Nos hacemos siempre la misma pregunta: '¿Por qué?' Y nunca hallamos respuesta. La gente no se puede hacer una idea de cómo nos sentimos", admite la mujer, cansada de un lustro de distancias y pérdidas. "Los líderes del planeta deben parar este baño de sangre. Siria está siendo destruida. Si cada potencia sigue apoyando a una de las partes en liza, esto no terminará jamás y habrá más refugiados. Tienen que sentarse en la mesa y buscar una solución. Ya basta. Si no quieren llegar a un acuerdo, al menos que asuman su responsabilidad y abran las fronteras. Quienes huyen y emigran lo hacen a la fuerza, no por capricho".

Un mensaje de socorro y rabia que secunda la voz rota de Abdalá. "La verdad es que no sé qué decirles ya a los dirigentes mundiales. Lo único que espero es que paren esta guerra y que se pueda alcanzar la paz. Yo no quiero encontrar refugio en un país ajeno. Quiero vivir en mi patria, regresar a casa con la familia que me queda", replica. Un año después de la tragedia, un sueño le mantiene en pie: "Quiero fundar una asociación de caridad que lleve el nombre de Aylan y ayude a todos los niños huérfanos que lo necesitan. Están indefensos y son inocentes. He vivido jornadas muy difíciles y no quiero que pasen por lo mismo".

365 días y 423 niños desde Aylan


La paradoja es que antes de Aylan habían muerto muy pocos niños en el paso del Egeo. Cuando comenzaron a morir es justo después: hasta 423 pequeños ahogados en el mar desde entonces.

Desde entonces, todas las medidas europeas estuvieron destinadas a cerrar el grifo de refugiados, pero no a garantizar un paso seguro para evitar más muertes. Por ejemplo, la construcción del muro de Orban en Hungría. O el cierre paulatino de la ruta de los Balcanes. O el despliegue de barcos de guerra de la OTAN en el Egeo en febrero de este mismo año. O el acuerdo de Bruselas con Ankara para la deportación de refugiados, ahora suspendido de facto por su escaso andamiaje legal. O el cierre de campos de refugiados como el de Idomeni, en la frontera entre Grecia y Macedonia. O la confiscación de los bienes de valor por parte de las autoridades danesas para pagar los costes de su estancia.

Del masivo Welcome refugees (bienvenidos, refugiados) se pasó al las consignas antiinmigración del UKIP británico, el Frente Nacional francés, o de Alternativa por Alemania.

Aylan Kurdi está enterrado en Kobane, una ciudad siria destruida por la guerra junto a su hermano y su madre. Su historia trágica muestra el esfuerzo de una familia por sobrevivir y aspirar a una segunda oportunidad. Su padre pagó una fortuna por poder subirles a una embarcación de traficantes. Lo intentó en dos ocasiones y la Marina turca los devolvió a la costa.

Al tercer intento, en una lancha aún más pequeña, la corriente del canal entre Bodrum y Kos los echó a pique. Lo que vino después tiene que ver con la compasión en tiempos de internet.

Del "me gusta" masivo al olvido absoluto


La fotografía de Demir ya es una de las más reproducidas de la Historia, pero ni a la autora le ha reportado beneficio alguno, al margen de lo que cobró aquel día, ni la situación de los menores refugiados cambió a mejor. Supone, si acaso, un buen objeto de estudio para el futuro: en un universo de ruido informativo, Aylan resultó un espanto efímero. La reacción se quedó en un hashtag. En el mundo real murieron 423 aylanes.
Fuente: Diario El Mundo de Madrid

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