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La Fiesta Nacional de la Artesanía ha sido, desde hace ya varios años, lo que podríamos considerar como la “marca icono” de Colón, dado que habitualmente coincide con el virtual final de la temporada turística veraniega.

Aunque no se puede pasar por alto que, además de los días de una semana que ya hace tiempo para tantos ha dejado de ser santa, las vacaciones de julio y los “finde” -y no solo los largos-, la ciudad se ha convertido en un centro de atracción de visitantes durante todo el año.

De allí la importancia de la fiesta, y que la misma sea a la vez un tema de permanente atención por parte de los colonenses, a los que se los ve siempre identificados y hasta orgullosos con ella, todo ello sin mirar todo el proceso con ojos escrutadores no siempre benevolentes, no solo al acontecimiento en sí, sino a todo el proceso que culmina en el mismo.

A esa manera de verla no ha escapado la “edición” -como se ha dado en llamarla de una manera no demasiado comprensible- a la celebración de este año. La que, a pesar de no padecer ella en la ocasión con el funesto contrapeso que significa la lluvia, no ha dejado de exhibir los compresibles claroscuros.

Dado lo cual, y teniendo en cuenta esa circunstancia, se puede calificar el juicio que ella merece como “decoroso”. No ignoramos que existen quienes se muestran preocupados por los altibajos que se han dado en sus diversas jornadas, pero de esa manera se olvidan de la apoteosis de la de su cierre. También están aquellos que opinan que la fiesta se ha convertido en una “para ricos”, atendiendo al valor de las entradas, sobre todo en el caso de la actuación de los artistas más renombrados. Pero si bien es admisible que se procure encontrar la manera de atender a este tipo de críticas, lo que evidentemente no resulta nada fácil, hay que tener en cuenta que en lo que hace a la fiesta en sí, se hace necesario distinguir la parte que en ella tienen los espectáculos, y la otra que debería ser su núcleo, que no es otra que la exposición artesanal. Y con respecto a lo que hace a esta última, existieron en dos jornadas la posibilidad de acceder a la feria en forma gratuita.

No es nuestra intención seguir agregando otras cosas a esta relación, aunque se nos ha de permitir insistir una vez más en viejos reclamos no escuchados. El primero de ellos es que esta es una fiesta de artesanías y artesanos, dado lo cual se le debe dar a la misma -tal cual lo hemos dejado más arriba indicado- esa “centralidad” que los tenía por protagonistas, para quedar con el tiempo convertida en una “semana de grandes espectáculos”, con una feria anexa.

La otra cuestión, que resulta no ya incomprensible sino verdaderamente inadmisible, es que la Fiesta de Artesanía se siga “apropiando” del Parque Quirós -un parque “escolar”, según la designación de quien fuera su creador- durante una larga temporada, si se tiene en cuenta que a los del tiempo de la fiesta en sí, debe agregarse el que suman los trabajos de “desconstrucción” y de “reconstrucción” de las instalaciones que son indispensables para su realización.

De allí que se siga insistiendo en la necesidad de dotar a la fiesta de un predio que se convierta en el sitio destinado en forma permanente -no como ocurre actualmente con la apropiación tibia de transitoriedad aparente de las instalaciones del parque- y definitiva con ese destino.

Hubo un momento en que la entonces comisión organizadora del evento adquirió un inmueble destinado a cumplir ese único objetivo. El que luego la comuna utilizó para extraer ripio y terminó convertido en basural. Desde estas columnas hemos apoyado una iniciativa por la cual se procura la celebración de un contrato que permita hacer uso de su amplio predio, ubicado estratégicamente sobre rutas que permiten su rápido acceso. Una iniciativa, a las que podrán sumarse otras seguramente más imaginativas pero siempre realistas, que permitan terminar con esa abusiva apropiación.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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