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Estamos en presencia de una forma de vandalismo novedosa, cual es la del uso de armas cortantes no para degollar, sino para destripar silos bolsas, llenos de granos, de los que es frecuente ver como grandes “habanos” de color blanco, descansando impávidos por encima de los inmuebles rurales, al fin de la cosecha.

Debemos, antes que nada, advertir acerca del hecho que vemos un no lejano parecido, entre esa práctica y el robo de animales, al que de una manera que pretende ser culta, y en realidad solo es correcta, se la conoce como “abigeato”.

Algo que se explica en una circunstancia a la que no siempre se le presta la atención que corresponde, y por ende lleva tanto a errar el diagnóstico, y desdibujar sus consecuencias, por no advertir en ese caso, como dirían los juristas, se asiste al ataque no solo a “un bien jurídicamente tutelado”, no a “uno” recalcamos, sino a “dos”, los cuales están presentes en forma simultánea, en ocasión de que hechos de esta índole son perpetrados.

Cabe aclarar que, al hacer referencia a bienes “tutelados”, nos encontramos ante una cosa, la cual no es sino una forma de decir, ya que como se sabe “el Estado presente”, como se proclama el nuestro, permanece la mayor de las veces “ausente” ante estos hechos en estos casos.

Y si acabamos de hacer referencia al hecho que no es solo “uno”, sino que son “dos” los bienes jurídicos atacados, es porque el primero -y en apariencia el principal- es la “propiedad privada”, tenida por lo que es, es decir por un derecho. Aunque no es porque sea menor la importancia de la otra cara, a la que se muestra sin tener en cuenta que también se hace necesario tutelarla.

Ya que en el accionar vandálico, simultáneamente al ataque a la propiedad privada, se hace presente una agresión a “la confianza pública”, sin la cual no solo queda obstruida la manera normal de hacer negocios, sino algo que es fundamental que se viene a dañar, cual es la convivencia en grados que se puede elevar, hasta alcanzar los niveles de la anarquía.

Dicho lo último, se si tiene en cuenta algo que está claro entre nosotros, cual es que el Estado ha perdido en gran parte el monopolio de la fuerza, y que, con ello, se insinúa de una manera preocupante la tentación -que en ocasiones se hace efectiva- a buscar e incluso “hacer justicia por mano propia”.

De allí que viendo al caso concreto de los silos bolsas destripados, no sería de extrañar que se asistiera en algún momento a la formación de “patrullas rurales de auto defensa”, y lo que es más grave aún, que a algún desaforado, o sea a una persona enloquecida por esta situación, se le ocurriera preparar “trampas” con silos bolsas, llenos de paja en lugar de granos y rodeados de bombas unipersonales o engendros tecnológicos parecidos, con los que buscar tener a mal traer a esos temerarios delincuentes.

Corresponde que advirtamos que no son lo mismo los “actos vandálicos”, que los de “pillaje”, por más que a veces se los vea presentes en compañía. Ello así, ya que según lo indica el diccionario, “en nuestra lengua se denomina como actos vandálicos a aquellas acciones que son perpetradas por una o varias personas y que consisten en destruir y devastar todo cuanto se enfrente a su paso”. Mientras que por “pillaje” se entiende “robo o saqueo realizado con violencia aprovechando un descuido o la falta de defensa, especialmente el llevado a cabo de forma colectiva”.

O sea que en el vandalismo existe “destrucción o devastación”, mientras que el pillaje es “robo o saqueo”, aunque el mismo puede darse en ocasión de una situación vandálica.

Es por ello que en el “vandalismo puro” se da un estado de cosas que tiene “un plus” con respecto a la “apropiación de lo ajeno” -dado que destruir la propiedad de ajenos es una forma de hacerla suya, disponiendo de ella-, ya que viene acompañada siempre por una “intención perversa” que cuando no es lúdica (como en el caso de los “grafitis”), da cuenta de un trasfondo impregnado por la ideología, el resentimiento, la venganza rumiada, y aún por una demostración de menosprecio.

En el caso de destrucción de los silos bolsas, la “vandalización” se describe en el leguaje usual como una “maldad”, la que tiene cualquiera de los trasfondos indicados, con excepción del primero -lo lúdico-, y el último, o sea el menosprecio. Máxime cuando el perverso propósito de “dañar por dañar” es complementado con un afán perfeccionista, cual es el riego con un “cura semilla” del grano depositado en los silos bolsas destripados, de manera de volverlo invendible.

El menosprecio, se hace presente en estos tiempos en que también el abigeato se halla a la orden del día, cuando el hombre de campo se encuentra con un animal vacuno sacrificado en su propio inmueble, con el solo objetivo de su delincuente autor, de hacerse de algunas de sus partes selectas torpemente separadas del todo, dejándole a su dueño la enojosa tarea de deshacerse del resto.

Las consideraciones precedentes pueden resultar en apariencia no solo demasiado extensas, sino para muchos llenas de cosas archisabidas. De ser así, nuestras disculpas. Pero en nuestro descargo, correspondería indicar como justificativo, la gravedad de algo que se ha transformado en un “delito serial” cada vez más frecuente, independientemente del perjuicio material y la conmoción emocional que provoca al afectado, y en el caso de este último, también a su familia y sus vecinos.

Se asiste así, a una nueva señal de ese estado de descomposición social acerca del cual tanto machacamos, el que nos preocupa de sobremanera, y en el que está en juego no solo nuestro futuro, sino nuestra propia existencia.

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