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Con la cortina baja hasta nuevo aviso

Muchos no han de recordar que comencé a escribir notas dominicales en forma ininterrumpida desde hace más de una década.

Por Rocinante

Desde un principio, todas ellas contaron como título permanente uno que las ha abarcado, cual era como es sabido el de Temas institucionales. Dentro de los cuales en forma secuencial fui tocando temas diversos que se movían dentro de ese marco.

A lo largo de esta última semana, y ante la sucesión de acontecimientos que son de dominio público que se han hecho presentes entre nosotros, no pude menos que preguntarme si, ante el nuevo cariz que ha tomado nuestra habitual anormalidad, agravándola a medida que ingresamos en otra, el nombre de la columna sigue siendo el apropiado.

Frente a la cual, no puedo dejar de expresar mis temores acerca de que la actual situación aspire a tornarse irreversible, tenga sentido seguir redactando notas dentro de ese marco.

Ya que, frente a un alarmante y cada vez más notorio proceso de desinstitucionalización, el cual está provocando la demolición de nuestras instituciones, en medio de una pandemia que azota a una sociedad desastrada como es la nuestra, me pareció que lo más adecuado era dar vuelta la página. Máxime cuando mi postura invariable, dado que considero es la única esperanzadora, reside en el buscar acercar posiciones, y tratar de lograr una atenuación persistente de las antinomias fácilmente constatables en grupos extremos de nuestra sociedad.

Y de esa manera, lograr entre ellos ese tratamiento respetuoso y hasta fraterno, al que una gran mayoría de la sociedad, embretada entre ellos, aspira a lograr. Como forma de alcanzar en una primera etapa una ordenada convivencia, para continuar adelante, en un tránsito en dirección al logro de un objetivo más ambicioso, cual es de añadir a esa característica las que la transforme en una convivencia no solo ordenada, sino a la vez civilizada en cuanto armoniosa.

Y ese sin sentido a que me he referido ha sido consecuencia de que, la cada vez mayor ausencia de la confianza recíproca, la que es fácil constatar hasta qué punto ha desaparecido entre nosotros, se ha venido a hacer presente en dos circunstancias importantes de las que más adelante me ocuparé, ilustrándolas a través de ejemplos.

La primera de ella, es que sin que todavía se haya llegado a consumar del todo la distopía descripta por George Orwell en su obra titulada “1984”, resulta claro que estamos avanzando peligrosamente en la dirección a la creación de una neolengua, en forma paralela a seguir maltratándonos con el propósito de instaurar aquello a lo que se le ha dado en llamar el lenguaje inclusivo.

Debo admitir que el tramo recorrido en la dirección apuntada lo considero todavía afortunadamente reversible, algo que no quita que hayamos ingresado en un terreno, en el cual muchas de las palabras que resultan imprescindibles para que entre todos nosotros exista una comunicación verdadera, y que no estemos en presencia de un diálogo de sordos.

O sea, en una forma de (no) interacción, que como tal es paralizante, donde a las palabras, si bien las escuchamos sonar de la misma manera, estamos comenzando a asociarlas en ese falso diálogo, expresando conceptos diferentes, los cuales, muchas veces llegan a presentarse como verdaderos antónimos.

Todo ello, en una dimensión tal que lleva a traer a colación a nuestra actualidad, la historia bíblica de la confusión de las lenguas, con las que Dios vino a impedir la continuación de esa desmesura que constituía la conocida como Torre de Babel.

A ello, se agrega la profundización de otra tendencia que se enmarca dentro de esa endémica y a la vez viciosa falta de respeto a la ley, en la que sino todos, al menos la gran mayoría de nosotros, incurrimos, con sus sabidas consecuencias.

Un estado de cosas, que está llevando a que independientemente de esa falta de respeto a la ley que se traduce en su incumplimiento, nos veamos fracasar en el intento de remediarlo con soluciones que de por sí son devaluadas, cual es la de ceñir nuestro comportamiento a reglas de juego que vienen a intentar suplir la ley sin conseguirlo. Aunque de cualquier manera, representa un esfuerzo en esa dirección.

Es lo que se hace presente en el caso de los diversos grupos de hampones, cuando advirtiendo la imposibilidad de vivir sin reglas, buscan dar solución a esa dificultad, mediante la elaboración de lo que en esos sub mundos se conoce con el nombre de códigos, cuyo cumplimiento a rajatablas, es exigible con la amenaza de crueles e ineludibles castigos para los transgresores.

Teniendo en cuenta las circunstancias antedichas, y volviendo sobre mi decisión inicial, al mismo tiempo que suspendo la redacción de esa columna, trataré de atender de la manera más objetiva y honesta posible a acontecimientos de actualidad, buscando trasmitir a todos, mis interpretaciones de los mismos. Las cuales, por no ser ni remotamente similares a una verdad revelada, es de mi interés compartir, sin que ello signifique que se deba coincidir con su contenido.
Los desacuerdos en torno al significado de la palabra consenso
El significado de la palabra consenso, según el Diccionario de la Real Academia Española, no es otro que la manera de hacer referencia al acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros de un grupo o entre varios grupos. De donde que en un grupo no existe consenso en relación a un determinado tema o en torno a una decisión a adoptar, si esa exigencia está ausente, ya que la existencia de consenso implica a su vez la existencia de unanimidad en torno a una cuestión.

Esto es de claridad meridiana, aunque así no fue entendido por una mayoría que pretendió con peligroso éxito que lo era, su decisión de celebrar en la Cámara de Diputados de la Nación una sesión semi presencial, cuando ya había expirado el consenso que autorizaba a hacerlo de ese modo.

De donde, lo que debe destacarse y remarcarse es el hecho que nunca se puede lograr, sin forzar la interpretación acerca del significado de una palabra, retorciéndolo hasta de una manera aviesa para desnaturalizarla; hablar de consenso en torno a un tema o decisión ya que, cuando no está presente la unanimidad sino que se cuenta tan solo con una mayoría en el grupo en el que la exigencia es arribar a un consenso, éste en realidad no está presente.

Y si afirmo la claridad meridiana de ese significado de la palabra consenso es porque he tenido en cuenta el contenido de un texto que enseña que claridad meridiana es una frase hecha que cada día se utiliza más. Meridiano como adjetivo significa dos cosas, primero es "relativo al mediodía", y segundo "clarísimo, luminosísimo" y el ejemplo de libro es casi siempre "luz meridiana". La claridad meridiana se refiere a la luz del mediodía y en sentido figurado, generalmente en textos sobre filosofía, al estado de iluminación que alcanza la mente cuando de pronto comprende algo.

De donde, en la decisión de la Cámara de Diputados de la Nación que habilitara la realización de una sesión del cuerpo, por la adhesión de una simple mayoría de los miembros, conforma una situación en la cual se asiste a un escamoteo de la verdad.

Algo que en ese mundo del revés que fue la sesión a que nos referimos, permitió se diera la ridícula circunstancia que el presidente de la Cámara, ya abierta la misma, considerara como ausentes a los que pretendían, sin lograrlo, participar en ella estando en el recinto de cuerpo presente y presentes a los legisladores que no se encontraban en el lugar, o sea que estaban en realidad ausentes.

Y aquí me quedo.
La ocupación de terrenos de propiedad privada, por parte de quienes sin serlo y sin contar con la autorización de los dueños, ingresan al mismo y lo toman con el objeto de levantar un asentamiento
No es necesario que haga una referencia a las situaciones de este tipo vividas en el conurbano capitalino, con un notorio desconocimiento del derecho constitucional de disponer de su propiedad, solo por parte de sus dueños.

En tanto frente a esta situación, tenemos dos interpretaciones oficiales diferentes. Por la primera, de la que fuera principal vocera la ministra de Seguridad de la Nación, Sabina Frederic, quien en un primer momento, ya que luego desconoció y se echó atrás en esa postura inicial, de una manera que considero nada más que formal (es decir, que siguió pensando igual) ante una presumible indicación del presidente Fernández, cuando se sostiene que las ocupaciones indicadas no constituyen un delito de usurpación, ya que no se está frente a una cuestión de seguridad, sino ante un problema estructural, cual es el de la situación de los sin techo. La postura contraria tuvo como principal vocero al ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, quien manifestó que se estaba frente a un comportamiento, el cual configuraba el delito de usurpación, es decir de la apropiación clandestina de un bien inmueble ajeno.

Nos encontramos ante una situación que viene a dar cuenta de un conflicto entre valores distintos, cuales son los de propiedad y el del acceso a una vivienda digna. Valores de un mismo nivel, pero que en esta situación concreta debe resolverse dando prioridad al primero de esos valores, por estar en juego un principio superior en cuanto primero, que es el de resguardar el orden social.

Es que la actitud de los ocupantes, nos hace estar en presencia de un acto que, en el mejor de los casos, cabría considerar como el de hacer justicia por mano propia, tal como se viene también dando en el caso de la reacción a mano armada como consecuencia de un hurto o robo en que las víctimas resultan vecinos inocentes. Es decir, que nos encontramos aquí ante una nueva muestra de un Estado ausente por partida doble, ya que por una parte no protege a los propietarios de esos inmuebles y, por la otra, se desentiende de la situación de los sin techo; actuando de ese modo, en este caso, escondiendo sus falencias con la invocación de una cuestión estructural en la que parece esquivar su responsabilidad.

Es más, estas tomas por la forma en que fueron llevadas a cabo, no pueden ser consideradas como una reacción espontánea, sino que nos están diciendo de la existencia de una organización que las impulsa, y cuyos integrantes deben ser ubicados y juzgados por lo que no es otra cosa que un atentado al orden social.

Es que se ha asistido a una prolija división del terreno en lotes amojonados, seguidas por su ocupación por parte de personas o familias a las que se las había adjudicado por esos autores a determinar, de antemano. A lo que se agrega que esas familias no llegaron solas y por sus medios, sino que fueron transportados con sus escasos petates en camiones.

Todo ello, acompañado por una actitud pasiva de las fuerzas de seguridad las cuales, aunque presentes en el lugar, se las vio abstenerse de intervenir, arguyendo la falta de una orden judicial.

Nos encontramos así ante una prueba más de la existencia de ese mundo del revés que mencionara, ya que de seguirse esa tesitura, se vería a cualquier integrante de las fuerzas de seguridad frente a una agresión a la vida o a la propiedad de alguien, solo limitado a dar noticia al fiscal, a la espera de sus directivas.

Algo por otra parte que es lo que está ocurriendo con el desborde -una variedad de los históricos malones- de quienes de una manera imprecisa se contentan con esgrimir su descendencia de los pueblos originarios, sino además de ser mapuches.

Ello no quita, por supuesto, que ante el hecho consumado de las ocupaciones en el conurbano (en el caso rionegrino, una solución pacífica en apariencia es imposible y se deberían seguir otros andariveles) haya que buscar una solución que cuente con la paciencia de los propietarios (analizando los casos en que habría que contemplar una indemnización a propietarios por la privación de su uso) y la reubicación de los invasores en forma adecuada.

Y aquí, por hoy, concluyo.
Fuente: El Emntre Ríos

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