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Pocos pueden decir que estaban preparados para ver tantos descalabros en los Estados Unidos en tan solo un año. El año electoral estuvo cargado de conflictividad social. Ello se reflejaba en las calles y en las redes sociales. A pesar de que la derrota de Trump está consumada, el problema persiste.

A tan solo una semana de la asunción de Joe Biden como Presidente, la principal discusión gira en torno a la lucha del Presidente, y la gente que lo apoya, contra las redes sociales y los softwares. ¿Es cierto que se lo censura por motivos de seguridad? ¿Hay otros intereses detrás?¿Es legítimo acudir a dicha decisión? ¿Es motivo de celebración para sus detractores?

La semana pasada analizábamos la importancia que tenía la elección de los representantes de Georgia en la Cámara Alta del Congreso de los Estados Unidos. A su vez, anunciábamos que el miércoles era, por decirlo de alguna manera, la última chance que tenía Donald Trump para revertir la derrota ¿Cual era esa última carta? Que el vicepresidente Mike Pence o un conjunto importante de legisladores rechazasen los resultados electorales acusando fraude.

Por algún motivo, Mike Pence avisó, anticipadamente, que él no iba a hacer nada de eso. Probablemente, pensando en una transición ordenada. El trumpismo lo tomó como una traición. Frente a esto, los seguidores del magnate no se quedaron de brazos cruzados y protagonizaron el escándalo del año.

¿Cómo se explican esas imágenes dignas de la película Olimpo bajo fuego? En la antesala, la situación ya era delicada por sí misma, pero empeoró al momento en que comenzaba la sesión conjunta del Congreso. Los trumpistas (que hoy son una de las alas más importantes del Partido Republicano) llegaron al Capitolio para manifestarse y repudiar el fraude electoral, pero, luego, muchos de ellos terminaron asaltando el edificio.

Aquí yacen muchas teorías acerca de cómo es que pudo ingresar tanta gente al edificio, a las cámaras o a las oficinas, siendo el Capitolio, en teoría, uno de los lugares más seguros del mundo. La viralización de diferentes fotos y videos nos permiten notar algunas cosas. Primero de todo, que una parte de los manifestantes no está equilibrada mentalmente, y creen que viven en un videojuego de guerras y que éste era el momento de sus vidas. En segundo lugar, se pudo observar que la seguridad dejó ingresar a las hordas. ¿Por orden de la alcaldesa (demócrata)? ¿Por orden de Trump? ¿Porque se vieron presionados por el público allí presente? Más allá de los mensajes tajantes y polémicos del movimiento trumpista, está claro que éstos son responsables de que tanto los dementes como los manifestantes más pacíficos -que cayeron en la trampa- se acercaran al Capitolio aún más.

¿El saldo? Algunos manifestantes muertos, pero sobre todo un escándalo inusual en la democracia más poderosa del mundo. En minutos, Estados Unidos se convirtió en el hazmerreír del mundo. Incluso las peores dictaduras mostraron “preocupación”. El mismo Trump debió pasar de un discurso combativo a un pedido expreso, en aquel momento, de que cesaran las hostilidades de parte de los manifestantes, alegando que los policías y la seguridad son parte de los “buenos”.

Si la situación en las redes sociales ya era delicada, todo empeoró a partir del asalto al Capitolio. Las publicaciones de Donald Trump, sus seguidores, o de los republicanos que en general apuntaban contra el fraude electoral desde el 3 de noviembre de 2020 iban acompañados de una advertencia impuesta por la misma plataforma. Lo mismo a la hora de hablar sobre el Covid-19.

En este sentido, Jack Dorsey, el CEO de Twitter, la red social más polémica del mundo, había sido llamado a declarar sobre por qué se ponía en duda (con advertencias debajo de los tuits) todo lo escrito por Trump y su entorno. Más allá de si tenía motivos válidos para avisar sobre la desinformación, quedaba en claro, al escucharse sus declaraciones o al ver la parcialidad en su accionar (rara vez se repudia lo escrito por personajes deleznables, como Nicolás Maduro o el Ayatola de Irán, que aportan información falsa o polémica), que tenía un problema personal con el Presidente saliente y su movimiento.

Luego de los incidentes, comenzaron a suspenderse cuentas del entorno de Trump o de usuarios famosos próximos a él. A la vez, se eliminaban cuentas que eran potenciales bots (cuentas truchas para sumar seguidores y réplicas). De a poco, las grandes tecnologías asfixiaban al presidente ¿La excusa? Básicamente, que el temperamento de Trump en las redes podía provocar más violencias y más hechos indeseables a días de la asunción de su sucesor.

Llegarían entonces los golpes finales: suspensión por tiempo indeterminado de su cuenta en Twitter. Suspensión de sus cuentas en Instagram, Facebook y Snapchat hasta que asuma Biden (asunción a la que dijo que no va a asistir). Bloqueos de parte de Google Play Store o Apple Store para descargar Parler o Gab, dos plataformas de tinte derechista, promovidas por la gente de Trump, que buscan reemplazar a las otras redes sociales con la excusa de que están totalmente cooptadas por los demócratas, el progresismo y por términos y condiciones incumplibles.

La batalla pasó de ser contra el establishment político, que al día de hoy sigue tratando de destituirlo para imposibilitar su participación política en el futuro. Es así como el mundo entero comenzó a discutir si era correcto suspender preventivamente a un jefe de estado, si era legal o si deja precedentes tenebrosos.

Algunos se ampararon en alguna enmienda para defender la libertad de decisión de las empresas para suspender cuentas; otros acudieron a artículos varios de la Constitución o a leyes diversas para explicar que, al tratarse de un foro público, esta decisión es incorrecta. Más allá de la cuestión legal, muchas voces, de diferente ideología, expresaron su correcta preocupación por esta censura inusual que se está viendo en las redes. Merkel, el Ministro de Economía de Francia, gente que no puede ser acusada de afín al Presidente Trump, dejaron en claro que esta redada es problemática.

Uno de los que mejor supo explicar la gravedad de los acontecimientos fue Alejo Schapire, periodista argentino radicado en Francia, tanto a través de sus redes como en su nota para el portal Ko-Fi. En primer lugar, dice, ni los mismos dueños de estas plataformas, ya sea Jack Dorsey o Mark Zuckerberg, conocen verdaderamente los parámetros o condiciones para censurar y/o borrar información peligrosa. Ello se ve tanto en las declaraciones de ambos como en su manera de actuar, que se rige por la famosa doble vara. Tan solo un ejemplo son los tuits del supremo líder iraní, quien llegó a decir que había que borrar a Israel del mapa o que el Holocausto es una mentira.

El argumento sigue esta línea: el establishment progresista, a escala mundial, se ha arrogado la potestad de editar lo que se ve y no en las redes, de decir lo que es políticamente correcto, siendo los usuarios de “derecha” los principales perjudicados, por lo general. No solo se viola la libertad de expresión y se legisla de manera diferente sobre los usuarios (ninguno de estos CEOs se anima a condenar al gobierno chino, al gobierno ruso o a los gobiernos de la Liga Árabe que mantienen prácticas medievales, como se le animan a Trump) sino que hacen uso de facultades que le pertenecen a la Ley estadounidense o a cualquier otro sistema de leyes de otro país.

Por otro lado, hay un detalle que no debe dejarse pasar por alto. El absurdo bloqueo preventivo (!!) a Trump, hoy festejado por casi toda la progresía (la misma progresía que decía defender los derechos civiles) y el Partido Demócrata, desenmascara el poder que tienen los nerds que se convirtieron en dueños de estas plataformas. Pueden perder valor en el mercado o enfrentarse a nuevas competencias cada vez que hagan uso de las prácticas monopólicas, pero la realidad es que es difícil vencerlas o que se desmoronen de un día para el otro. Entonces, así como hoy algunos festejan este accionar arbitrario, mañana pueden salir perjudicados porque el paradigma de ideas cambió y ellos ser los cancelados.

El traspaso de mando debe ser pacífico. Pocos lo niegan a esta altura. Aún así, se enciende la alarma, una vez más, del riesgo que corren la libertad de expresión, los espacios de debate público y demás en nombre de la corrección política, de la prevención y de la lucha contra los mensajes del odio.

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