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Entre las tantas discusiones -y muchas veces algo más que eso- que ha incubado la pandemia que vivimos, están las que la misma ha sido terreno abonado de antemano, para servir de sustento a cuestiones conflictivas. Como si la vivida en la etapa pre-pandemia, no hubiera sido escasa. En tanto, a la hora de tratar de encontrarle un lado positivo a la peste que está empeñada todavía en no soltarnos, el mismo radicaría entre las cosas verdaderamente valorables: la salud, por supuesto, labor incansable y corajuda de los sanitaristas a todos sus niveles, después. Pero un lugar no menor en ese recuento, y esta vez por omisión -y ello no del todo sino en grado suficiente para volvernos conscientes de ello- el papel superlativo que juegan las “clases presenciales”, proceso educativo, espacio este último al que la sociedad, por desgracia, aparece como incapaz de valorarlo en su justa medida, a pesar de la proclamación hueca, de buenas intenciones. Es por ello que al momento de terciar en el debate que en este momento se insinúa, acerca de si el trabajo de los docentes es o no esencial, nos manifestamos -sin vacilación alguna- por la afirmativa. Es que existen otras actividades en las que el trabajo de quienes participan, muestran de forma inmediata el daño que su interrupción provoca, como es el caso del transporte, tanto de personas como de mercaderías. Pero de valor más alto, es sin duda, la necesidad de que el ciclo lectivo se desarrolle en forma continuada, ya que de no ser así asistiríamos a una situación similar, a la que en el campo de la medicina, lleva a calificar y diagnosticar a algunas de ellas como “enfermedades silenciosas”.

Una similitud, la indicada, que resulta adecuada, ya que las falencias en el sistema educativo y las actividades vinculadas con él, son las que resultan más notorias a medida que el tiempo pasa. En tanto, la posibilidad de que su trabajo sea incluido en esa categoría, si bien como ya se ha señalado, consideramos que se trata de un acto de estricta justicia, debiera de concretarse, llevar a los docentes a percatarse del hecho, que ello implica como contrapartida dejar atrás las medidas de fuerza a las que nos tienen acostumbrados. Porque un trabajo esencial por su naturaleza intrínseca, no puede dejar de prestarse.

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