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Se han dado a conocer los habituales informes del INDEC, en el que se incluyen los índices de pobreza e indigencia que acusan las distintas provincias del país y dentro de ellas de sus centros urbanos.

Cabe comenzar por señalar por cuanto, en la actualidad, y ello desde las postrimerías del año 2015 hasta la fecha – este es uno de los casos excepcionales que en el funcionamiento de la administración nacional no se observan claros retrocesos de organización y de gestión- la información disponible debe considerarse fiable, ya que ha sido elaborada por ese organismo nacional; y el INDEC es uno de los ámbitos de la administración nacional no contaminado con el virus del “relato”. Dado lo cual, aun en el caso de existir algún error en la información hecha pública, ella viene a marcar, de cualquier manera y claramente, una tendencia.

Los resultados de este último informe, mientras tanto, no arrojaron mayores sorpresas, aunque en general muestran débiles mejoras –por otra parte, dada la difícil coyuntura por la que transitamos, no era posible esperar otras cifras mejores-, las cuales no alcanzan para poder ser consideradas una demostración de auténtica y sostenida reactivación socioeconómica.

Es por eso que, dentro de ese contexto, no debe provocar sorpresas que Concordia siga siendo, tal como lo hemos señalado al titular esta nota, la capital nacional de la pobreza.

Ello, sin perjuicio que cabría ser motivo de atención, el hecho que, de acuerdo a la medición que difundió este jueves el INDEC, la pobreza registró un ascenso en Concordia durante la primera mitad del año respecto del mismo periodo de 2020. Se trata de un incremento de casi cuatro puntos en el índice de pobreza, tras pasar del 52,2% al 56,1%.

En el caso al que nos venimos refiriendo es importante comenzar por señalar que la situación descripta no es consecuencia de la actual coyuntura, sino que es la muestra de una lamentable “tendencia secular descendente”, si se tiene en cuenta que la ciudad vivió “épocas de oro”, en tiempos como aquellos en los que la Exposición Rural de Concordia, llegó a ser la más importante del país, después de la de Palermo.

A lo que se debe agregar que, lo que podríamos calificar con benevolencia un estado de “estancamiento de consecuencias regresivas”, no hace otra cosa que inscribirse en un contexto provincial de las mismas características, tal como hemos tenido oportunidad de señalar, con contadas excepciones, como son los ejemplos, entre otros pocos, de las ciudades de Chajarí y Crespo.

A su vez, debemos señalar que no puede dejar de provocarnos una aguda molestia, la manipulación política que se hace del tema, en el que en distintos grados existen responsabilidades por todos compartidas.

A ese respecto, corresponde señalar que la crisis de esa ciudad se da dentro del marco de dos crisis de distinto nivel, a las que la ciudad y su zona de influencia no pueden quedar ajenas, independientemente del hecho que en su caso resulten más acentuadas, dado que no pueden escapar al estado de cosas que se da, tanto el ámbito provincial como en el nacional.

Todo ello como consecuencia del hecho que, cuando no se asiste a ausencia de políticas de Estado, las que se formulan cuando fallan desde el vamos, por incorrecta elaboración. Y que en todos los casos actúan de contrapeso negativo las trabas conocidas que son generadas por grupos de nuestra sociedad que medran con el estancamiento económico y el social que es su consecuencia, y que, como en muchas oportunidades hemos señalado, hicieron de la nuestra una "sociedad bloqueada".

De allí que es una receta simple la que nos hace falta y la cual a la vez nos resistimos a aplicar. La que exige como fundamento imprescindible el restablecimiento de la confianza pública. Una actitud, la cual estamos en la actualidad viendo cómo se esfuma hasta estar a punto de desaparecer. Luego las inversiones productivas que no se producirán mientras esa confianza no sea recuperada, todo ello acompañado de la eliminación de las trabas de todo tipo, inclusive la asfixia tributaria y la necesidad del alivio en materia burocrático. Sin olvidar que todo ello debe venir unido a una distribución equitativa de los resultados de esa indispensable verdadera “explosión productiva”.

Para todo lo cual es imprescindible que se acate el consejo de Roque Sáenz Peña. El cual advertía acerca de la necesidad de que “sepa el pueblo votar”.

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