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El periodista Daniel Malnatti vivió durante 10 días en la capital del Citrus, pero no por vacaciones o recorriendo alguno de los renombrados puntos turísticos de la ciudad. Estuvo en el mismo lugar que hace solo 7 meses, el mismo canal se hizo presente pero sigue dando a qué hablar: el Campo del Abasto. Titulado “10 días en un basural: cómo es vivir comiendo de las sobras, sin baño y expuesto a enfermedades”, el periodista de Buenos Aires expone el día a día en este basural de Concordia.
A continuación, la nota completa:

Aquí no hay solo desperdicios: en estos lugares, la sociedad también descarta gente. El desamparo, la exclusión, el dolor que se hace un cayo es algo que se transformó en algo cotidiano.

Visto desde arriba, el basural de Concordia parece un desierto apocalíptico. Una desolada llanura seguida por una sucesión de pequeños y a veces grandes montículos de residuos multicolores que vistos juntos dan un color uniforme. En ese lugar se tiran todos los desperdicios de la ciudad. Pero no son solo cosas. En el basural, la sociedad también descarta gente.

Son los pobres y los indigentes de los que de vez en cuando habla el INDEC. Después de la pandemia mucha gente quedó sin trabajo y se volcó al basural para no morir de hambre. De 7 de la mañana a las 5 de la tarde este lugar de trabajo de cientos de personas. Es un mar de basura podrida, vidrios rotos y sustancias peligrosas. De hongos, virus y bacterias. Los trabajadores entran aquí sin protección, con las zapatillas rotas, la mayoría sin siquiera guantes.

Para entender la magnitud de esta injusticia hay que multiplicar lo que pasa en este lugar por 5000. Porque ese es el número de basurales a cielo abierto que hay en todo el país. En esos lugares los argentinos tiramos 1 kilo y medio de basura por día y por persona. Lo que hace un total de 45.000 toneladas en todo el país. Son datos que deberían hacernos replantear algunas cosas.

El 40 por ciento de todos estos desperdicios van a alguno de estos 5000 basurales que dependen de las municipalidades y a otros que son ilegales. Los basurales están a varios kilómetros de la ciudad sin señalización. Para dar con la entrada frecuentemente hay que circular por calles internas de tierra y a veces cruzar portones y tranqueras. Están escondidos.

Esconden la basura y esconden la miseria que hace que tantas familias tengan que recurrir ahí para reciclar botellas, cajas y cables y comer de los desperdicios. La gestión de los residuos domiciliarios está a cargo de los Municipios quienes asignan a esta tarea, a veces, más de la mitad de su presupuesto. ¿Eso es lo que hacen con la plata? Quizás por eso los ocultan.

Cómo es el día a día dentro del basural

A las 7 y media llega el primer camión recolector. Entra en el predio a toda velocidad y es un milagro que no haya pisado a nadie. La alerta es general en el lugar y ya todos corren detrás de la “Cuca” (por cucaracha) que es así como le dicen a los camiones. Es muy importante encontrar una buena ubicación debajo del camión para poder abrir más bolsas. Muchas veces el orden se da por antigüedad, pero otras por quién corre más y llega primero.

Los mecanismos de apertura del camión recolector están atrás y al costado y son accionados por los mismos recicladores. Los choferes y los acompañantes no bajan de la unidad. Ellos forman parte de la comunidad que tira la basura, no de la que la junta. Apenas se abre la compuerta sale con fuerza de la presión la primera tanda de bolsas.

Ahora hay que apurarse. Porque lo que vos no juntás lo junta el de al lado. Y hay que recolectar cientos de kilos para que la jornada valga la pena.

Me puse a trabajar con ellos. A abrir las bolsas. Solo miraba lo reciclable, las botellas, el cartón, el vidrio. Como un modo de autopreservación eludía mirar el resto, como cosas podridas o repugnantes.

Pero la podredumbre la sentí en las manos. La basura está tibia. Dicen que es por la falta de oxígeno en las bolsas. Eso fue algo que no pude dejar de sentir y que todavía me acompaña. Los guantes se humedecen rápido y si parás a descansar un rato se endurecen como piedras. El final de cada jornada transcurre inevitablemente con las manos descubiertas.

El trabajo es muy duro y peligroso. Y eso se compensa con una actitud despreocupada y de una alborozada camaradería. Salvando las distancias en los quirófanos suele pasar algo parecido. Si bien los pacientes no podemos verificarlo (porque a esas instancias llegamos dormidos), es sabido que durante las operaciones, los médicos hacen chistes y las enfermeras escuchan música. Todo para descomprimir una situación que es muy estresante.

Acá igual. Ví por ejemplo a un joven subirse a lo más alto de un camión volcador y deslizarse sobre la basura hacia abajo como una montaña rusa. O tirarse unos arriba de otros como si estuvieran festejando un gol. El piso lleno de basura es inestable y es muy frecuente resbalones o caídas.

Eso es muy peligroso y siempre hay lesionados. En la basura hay muchos vidrios, clavos, cables, plásticos con punta y no es infrecuente encontrarse residuos patológicos. Todo esto es más grave cuando el trabajo se hace sin zapatos de seguridad, vestimenta adecuada ni guantes. Eso es lo que pasa acá. Todos trabajan con remera, jogging y zapatillas en mal estado.

En el lugar soplan distintos olores. Se sabe que la basura produce biogás (una mezcla entre metano y dióxido de carbono). Es una mezcla tóxica, pero no podría decir a qué huele. Por momentos el olor a podrido es tan intenso que sentís que no pasa, que se atora en las fosas nasales. Tarda mucho tiempo en disiparse y al final de la jornada se vuelve a oler como recuerdo.

Pero el olor predominante es el de los lixiviados de la basura. Es ese olor ácido, dulce y metálico que se forma cuando el agua atraviesa la basura y se precipita como si los residuos estuviesen en un gigantesco filtro de café. Si te olvidás unos días de sacar la basura en casa, ese líquido que a veces termina en el piso es el lixiviado.

Lo grave en estos basurales es que el piso no está impermeabilizado y todo ese ácido termina drenando a la aguas subterráneas que están en el subsuelo. Se depositan en el curso de agua de donde abrevan los pozos en los barrios cercanos. Resultado: agua contaminada. Abrís la canilla y sale basura en estado líquido.

En el basural no hay comida: se come lo que otros descartaron o las sobras

En el basural, las jornadas son largas y no hay ni baño, ni agua, ni comida. Por eso cuando se encuentran galletitas, latas de conservas o yogures que tiran los supermercados y que está vencida por algunos días nadie duda y se lo comen en el lugar. Si sobra, se llevan la comida a sus casas para compartir con la familia.

Pero ese es el mejor panorama. Generalmente se encuentran restos de comida, sobras. Si se ven más o menos bien también se consumen. Si no se le saca la parte que está podrida y se consume el resto. La piel del pollo es de consumo inmediato. Se reduce en una lata cualquiera y se espera que se vuelva crocante. No muchas veces pasa y terminan comiendo la piel cruda.

En ese punto el basural funciona como un supermercado. En una misma mañana encontramos la piel del pollo, cebolla, limón y hasta la sal. Está de más decir que la comida en este estado es vector de múltiples enfermedades gastrointestinales. De cualquier manera, las dolencias más comunes son las dermatológicas y respiratorias.

Esto es una mínima descripción de algunas cosas que pasan en los basurales. Pero del relato también se entiende que el desamparo, la exclusión, el dolor que se hace un cayo, es algo que se transformó en algo cotidiano en el lugar. Se trata de una pobreza que no conoce otra condición y de una sociedad y un estado que miran sistemáticamente para otro lado.
Fuente: TN

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