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El 28 de Junio de 1966, el entonces presidente Arturo Humberto Illia era desplazado como resultado de un artero golpe de estado. Más de medio siglo después, la doctora Analía Cardoso hizo llegar a El Entre Ríos una carta que contiene valiosísimas anécdotas de un soldado conscripto que formó parte del grupo al que le cupo el papel de copar el palacio municipal de Concordia.

El secretario del intendente frenando a los militares cantando a viva voz el Himno Nacional es una imagen tan original como simbólica, lo mismo que el vecino, “dueño de una concesionaria”, que aquella mañana se apuró a apersonarse en la municipalidad para saludar a las flamantes “autoridades” de facto.
La carta:
HACE 54 AÑOS…

El 28 de Junio de 1966 se produjo el golpe de estado contra el gobierno radical del Dr. Arturo Humberto Illia. Una vez más se rompía el orden constitucional en nuestro país. Lamentablemente, el reconocimiento a las virtudes personales y a las políticas de estado implementadas en el corto período que gobernó, llegaron tarde. Demasiado.

Una vez un amigo me contó esta anécdota, y me pareció interesante hacerla conocer en esta fecha, cuando se cumplen 54 años de esa insurrección.

“Soy soldado clase 1945 y en 1966, estaba haciendo el servicio militar. A las 3 de la mañana del 28 de junio, con un frío espantoso, golpearon en mi casa, dos compañeros soldados que me fueron a buscar porque debía presentarme en el Distrito Militar donde cumplía funciones como soldado. Los tres pasamos a buscar otros dos soldados y los cinco no dirigimos al Distrito Militar, que funcionaba en San Martín y Alvear, en una casona vieja, donde se encontraba el Teniente Coronel Abelardo Tomás Montiel, que castigado, cumplía funciones en el Distrito Militar, porque él era de tropa, pero tenía mayor jerarquía que el encargado del Regimiento 6.

Allí subimos a un automóvil, el Teniente Coronel, el Suboficial Sargento Ayudante Enildo Martin Rohrer, y dos soldados: uno era el hijo de un ex intendente de Concordia y el otro yo. Los cuatro nos dirigimos al Palacio Municipal, previendo estar a las 6,30 hs. aproximadamente, ya que a esa hora se abrían las puertas del municipio.

Llegando al edificio municipal nos dimos cuenta que algo pasaba porque había muchos camiones con soldados en los alrededores, se habían colocado hierros con puntas en las calles, de vereda a vereda para que no pase ningún auto, el Banco Nación estaba tomado y soldados apostados en la puerta.

Efectivamente, cuando llegamos a la Municipalidad la puerta estaba abierta, entramos y la cara que le vimos a los allí presentes fue tremenda. En esa época usábamos el uniforme marrón terroso, con un capote enorme (fue el último año que se usó ese uniforme ya que después se cambió por otro más moderno). El soldado que me acompañaba y yo llevábamos un fusil Mauser 7,25. El Teniente Coronel, breeches, botas altas y una fusta (nunca la había visto) y el suboficial Roher con uniforme de campaña.

Ya ingresados, en el hall de entrada del edificio municipal, en el rellano de la escalera que está a la izquierda, se encontraba el Secretario Privado del intendente José Ramón Larocca, que era el señor Juan Ludacio Cardozo. Cardozo se puso a cantar el himno nacional a viva voz, el soldado que me acompañaba y yo taconeamos y quedamos firmes con los Mauser al hombro y nadie avanzó: ni el teniente coronel Montiel, ni el suboficial Rohrer, ni nosotros los soldados.

Como el señor Cardozo advirtió que su estrategia de cantar el himno había dado resultado, cuando terminó, comenzó nuevamente a cantar “Oíd mortales…”, a lo cual Montiel, un hombre alto, fornido, de cabello ondulado, engominado, pegó un fustazo en la bota y nos dijo con voz de mando “Sáquenmelo a patadas a este”.

Como yo lo conocía al señor Cardozo, le dije “Don Cardozo, vámonos, váyase porque va a ser para problemas”. Con el otro soldado lo acompañamos hacia la puerta trasera y por allí se fue.

Se hizo cargo Montiel del Municipio y en la secretaría, al lado de su despacho se ubicó el Sargento Ayudante Rohrer. Nosotros, mientras tanto estábamos en el salón anterior a la espera de órdenes. Al rato nos llama el teniente y nos dice: “Caminen por todos los pasillos del municipio y le dicen a todos que no saquen la nariz por ninguna puerta porque lo vamos a meter en cana”. Así es que fuimos con mi compañero, oficina por oficina diciéndoles a todos los empleados, no salgan porque van a tener problemas; vayan al baño y vuelvan enseguida.

Cumplida la orden, volvimos al salón anterior al despacho, nos permitieron sentarnos en los sillones, a esperar nuevas directivas. Era un silencio total, no se escuchaban ni las máquinas de escribir, y como a las 10 de la mañana, sentimos unos suaves y rápidos pasitos por la escalera. Era un señor de baja estatura, gordito, que quería hablar con el teniente coronel. Golpeé la puerta del despacho y la voz ronca y potente de Montiel me dijo que pase. Ingresé y le dije “Mi teniente Coronel: está este señor que quiere hablar con usted” “Y quién es” me preguntó. Le dije que era el titular de una concesionaria de automóviles, y me dijo “hágalo pasar”.

A los 10 minutos siento el grito de Montiel “Soldado”, pido permiso, ingreso al despacho, siempre con el Mauser al hombro, taconeo, y me dice “El señor se retira”. Lo acompañé hasta la puerta del despacho, cerré y me quedé por si había alguna otra orden. ”Sáquemelo a este alcahuete” me dijo, “qué tiene que venir a presentar saludos”.

Estuvimos una semana con mi compañero en ese salón de la municipalidad. Comíamos solo una galleta de molde que nos repartían con un mate cocido desde un Jeep Willys. Algunos días mi madre pudo hacerme llegar algo de comida. Luego de esa semana, no enviaron nuevamente al Distrito y el Tte. Coronel Montiel se fue de Concordia.

Hay una cosa que yo no me di cuenta en ese momento y tomé conciencia de ello mucho tiempo después. Luego de la instrucción militar en el Regimiento, pasé a prestar servicios en mesa de entradas del Distrito Militar, por esa razón dormía en mi casa. Mi lugar de trabajo era al lado de Central que era el núcleo que manejaba el distrito Allí estaba el Suboficial Mayor Sosa y otro suboficiales y ellos durante todo el mes de junio de 1966 me mandaron a buscar sobres cerrados y lacrados con un moño del Ejército a la casa ubicada en Urquiza y Catamarca, donde actualmente hay una sandwichería. La mansión tenía un patio delantero cerrado por una verja y portón de hierro que nunca estaba abierto. Yo iba en bicicleta y recuerdo que la dejaba en la vereda, entonces me preocupaba y miraba constantemente para afuera mientras esperaba el sobre, hasta que un día me dijeron, “no se preocupe, de aquí nadie va a robar la bicicleta”. Allí funcionaba el Servicio de Inteligencia del Ejército, no había soldados como yo, solo oficiales y suboficiales.

Esos sobres eran radiogramas para quienes estaban en el Distrito. Allí el Suboficial Sosa junto con otros suboficiales los abrían y descifraban lo que decían. Alguna vez pude “pispear” porque estaba justo al lado y lo escrito eran frases de obras de teatro o nombre de flores o animales. Estaban todos codificados. Todo eso fue durante junio de 1966.

Otra cosa: el Ttte. Cnel . Montiel se iba todos los lunes a Villaguay y volvía los viernes. Durante Junio de 1966 no se fue nunca, estuvo en el Distrito sin moverse.

El Golpe de Estado que derrocó que al Presidente Illia, militarmente se gestó durante el junio de 1966, el mes más frío del que tengo recuerdos”.


Analía Cardoso
Fuente: El Entre Ríos

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