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Ariel (de campera) con los misioneros
Ariel (de campera) con los misioneros
Ariel (de campera) con los misioneros
Néstor Toler, párroco de Nuestra Señora del Valle en Concordia, aprovechó un momento de la misa para presentar en comunidad a Ariel, un joven del barrio José Hernández, ubicado en inmediaciones del Hospital Carrillo.

¿Por qué el cura habla de este muchacho?, se preguntó más de uno de los que estaban presentes en el templo y quienes seguían la celebración por Facebook. ¿Qué hizo?

A Ariel, como a miles de jóvenes concordienses, le tocó nacer y crecer en un contexto de carencias extremas. Los ahora llamados “consumos problemáticos” entraron a su vida seguramente con la promesa de un escape, de una liberación. Pero pronto experimentó todo lo contrario: la peor de las esclavitudes. Entre balaceras, tranzas, plata quemada en la merca, vínculos rotos, soledad, en el fondo de su corazón deseaba salir… ¿Pero cómo? ¿A quién recurrir cuando no se cuenta con dinero, ni obra social, ni contactos?

En su barrio, un buen día aparecieron unos misioneros acompañados de religiosas de la Congregación de las Hermanas Pobres Bonaerenses de San José. Enseguida los visitantes percibieron que uno de los más graves dramas de los vecinos son las adicciones. No sólo hay adictos varones; también hay mujeres. Si para los primeros hay escasas opciones gratuitas para internarse, para las segundas mucho menos aún.

Decididos a ofrecer alternativas, los misioneros se pusieron en contacto con la Comunitá Cenácolo, una organización fundada en la década del ‘80 por la monja italiana Elvira Petrozzi, que desde entonces hasta hoy ha abierto numerosas casas en varios países del mundo, destinadas a “jóvenes en problemas”, “personas tristes, marginadas, desesperadas, drogadas”, explican. En Argentina, la Comunitá Cenácolo cuenta con tres fraternidades para varones y una para mujeres.

Volviendo a Ariel, este joven concordiense del Barrio José Hernández, es evidente que algo crujió en su interior ante la visita de los misioneros y, más aún, cuando se enteró de la existencia de estas fraternidades dispuestas a recibirlo para salir del infierno de las drogas. Y ese crujido se tradujo en una valiente decisión: pidió ser recibido en una de las casas y ya comenzó su camino de recuperación.

“Este chico estaba bastante mal y tuvo la suerte de que vinieron estos misioneros y le mostraron una salida. Ariel ya está en Buenos Aires para rehabilitarse. Ojalá el día de mañana pueda ofrecer un testimonio que le sirva a otros que pasan por el mismo infierno”, contó a El Entre Ríos Mariela, una referente de la Parroquia Nuestra Señora del Valle que siguió el proceso de cerca.

Miguel, uno de los misioneros, confesó que se le escaparon lágrimas de alegría cuando se enteró de la decisión de Ariel. “Le dimos contención. Se bautizó el viernes previo a las Olimpíadas Santa Rita. Al otro día no se despegó de nosotros”, recordó.

Es verdad que, desde un enfoque estrictamente cuantitativo, Ariel es solo uno, y hay cientos como él que siguen hundidos en las adicciones. Pero, parafraseando al personaje de la fábula que devolvía las estrellas de mar al agua después de que la marea se había retirado y habían quedado agonizando sobre la arena, lo cierto y concreto es que este joven, Ariel, inició un camino de sanación y eso bien vale una fiesta. Será un precedente que podrá ser imitado por otros, un sendero abierto en medio de las oscuridades, una victoria de la vida frente a la muerte.
Fuente: El Entre Ríos

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