Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
En junio del año 1990 viajé a Teherán por razones laborales, debía estar una semana en esa ciudad colaborando con los colegas iraníes en el diseño de políticas de Recursos Humanos para la filial de Irán.

El avión llegó puntualmente a las 21 en el aeropuerto de Mehrabad, luego del desembarco me dirigí al control de migraciones con mi pasaporte argentino y la correspondiente visa en mano.

Después de hacer una fila que me demoró unos 30 minutos presenté mis documentos en la ventanilla de control, observaron mi pasaporte con extrema minuciosidad, controlaron cada uno de los sellos de ingresos a otros países , entre ellos los de China, Corea Del Sur, Taiwán y Hong Kong viajes realizados un par de meses antes.

Fue un interrogatorio de mucha tensión, con dificultades para entendernos y en mi caso con un terrible temor. Desde hacía un año el país era conducido por el Ayatolá Akbar Rafsanyani y ya me habían anticipado que hubo casos en que los viajeros no fueron autorizados a ingresar y después de permanecer un par de días en el aeropuerto eran “regresados” a sus países de origen.

Me invitaron a recoger mi equipaje acompañado por dos agentes y posteriormente dirigirme a una precaria oficina sin más indicaciones que palabras que no entendía, gestos faciales y las manos que me marcaban el camino.

Permanecí allí aproximadamente dos horas, sin mi pasaporte y sin la visa de ingreso, sin poder comunicarme con nadie, sabía que un chofer de la empresa me recogería pero tampoco tenía manera de comunicarme con él.

Finalmente me invitaron a pasar a otra oficina, rodeado de soldados iraníes me pidieron que tome asiento, debo confesar que nunca antes había tenido la sensación de no ser nadie y de no existir.

Con un tono muy agresivo me volvieron a preguntar qué haría en Teherán, cuanto tiempo, con quien trabajaría.

Observaron nuevamente mi pasaporte con mayor rigurosidad que la primera vez, hoja por hoja, mirándome de reojo y de pronto alguien exclama “ARGENTINA MARADONA” y yo respondí con euforia “Siiii MARADONA”. Todos los iraníes comenzaron a cantar ¡Maradoona, Maradoona!
Me pidieron disculpas por las molestias ocasionadas y junto al chofer nos acompañaron hasta el hotel, un día después recibí mi pasaporte en mi habitación.

Maradona nunca se enteró como y cuanto me había ayudado y yo tampoco se lo había agradecido.

¡¡Eternamente gracias, DIEGO!!
Fuente: El Entre Ríos

Enviá tu comentario