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La noticia de que por partida doble se estaba buscando otorgar beneficios sociales diferentes y privilegiados a los transexuales provocó una cadena de reacciones airadas. Por la primera de ellas -nos estamos refiriendo a una iniciativa de la legisladora porteña Rachid, la que a la vez es una de las sobresalientes dirigentes de aquellos grupos que reclaman el reconocimiento social de las personas de orientación sexual sesgada, las que a lo largo de la historia han sido por lo general discriminadas- se propone otorgar a una categoría que, como se ha indicado, esta constituidas por los “trans”, el beneficio para sus integrantes de cobrar mensualmente la suma de ocho mil pesos. El otro proyecto, esta vez de la legisladora nacional ultrakirchnerista Diana Conti, alguien que no pertenece ni al grupo al que venimos aludiendo ni a otros de afines características, pero que se caracteriza por sus aires contestatarios y posiciones extremas, que paradojalmente vienen de la mano con su sumisión ante la figura presidencial, tiene sino características al menos una intención similar.

Por el primero de esos proyectos se concedería a integrantes de ese segmento de la sociedad un beneficio mensual ajustable que en la actualidad ascendería a la suma de siete mil seiscientos ochenta pesos, el que de acuerdo a la reglamentación de la ley respectiva, estarían habilitados a cobrarlo incluso quienes tengan un ingreso aparte que no supere los veintidós mil cuatrocientos pesos.

A la vez como fundamentos de la iniciativa, se hacía referencia a que en razón de la cruda realidad y estadísticas expuestas, las personas “trans” que han alcanzado la edad de cuarenta años pueden ser consideradas verdaderas sobrevivientes. Inclusive se trae en abono de esa circunstancia el hecho que según una investigación denominada “La Transfobia en América Latina y el Caribe” en la “comunidad “trans” los promedios de esperanza de vida, según los datos que poseen algunas referentes, arrojan un mínimo de treinta y cinco y un máximo de cuarenta y un años, mientras que la esperanza de vida en Latinoamérica ronda los setenta y cinco años”.

Agrega que a esa edad se las encuentra, en la mayoría de los casos, excluidas de todo ingreso, beneficio social, previsional o jubilatorio, toda vez que las hostiles condiciones sociales y culturales en que se han desarrollado, las han empujado a llevar su vida fuera del sistema socioeconómico formal y empleo registrado.

Mientras tanto, que la cadena de reacciones airadas a las que nos referimos – que se han ido amortiguando hasta casi silenciarse con el transcurso de los días- son una mezcla de hostilidad hacia ese grupo y de reivindicación justiciera, al aparecer “in mente” la imagen de nuestros jubilados en gran proporción maltratados. Todo ello, dejando de lado que de esa manera se viene a confirmar la atmósfera de “realismo mágico” que respiramos, y que de una forma u otra pareciera que nos está afectando a todos.

Nos encontraríamos así ante un caso de lo que en la sociología y aun en el periodismo, se conoce como “discriminación positiva” ,ya que con ella se procura buscar sobrecompensar el daño que sufren los componentes de grupos discriminados, a través de beneficios privilegiados que vienen a exceder los que para la generalidad de las personas reconoce la ley.

Ese es el caso de los cupos contemplados en universidades estadounidenses con el objeto de facilitar el acceso a esas casas de estudio de personas de raza negra, independientemente del hecho que en las pruebas de admisión hubieran obtenido un puntaje superior a los de cualquiera de los integrantes del grupo referido. Una forma de abordar el problema de la discriminación que también se da entre nosotros cuando en materia de candidaturas para ocupar cargos electivos se estableció un “cupo femenino” actualmente vigente.

De donde la intención subyacente en este tipo de iniciativas cabe considerar que se inscribe en la misma línea, aunque evaluado en la forma más positiva posible cabria aludir a su inconsistencia, por la imposibilidad de lograr su objetivo. Debemos al respecto reconocer que no estamos en condiciones de efectuar otro cosa que lo que no son sino preguntas, por más de que puedan aparecer en otra forma.

Y a ese respecto cabria empezar por la necesidad de dejar en claro el tipo de vínculo que se da entre la transexualidad y la prostitución (o en la condición de trabajadoras del sexo, un eufemismo con el que se pretende dignificar aquel término). Con lo que se quiere señalar que aquí es un elemento decisivo dejar establecido si el ejercicio de la prostitución es para ellos una vocación de la que no pueden apartarse, o si son empujados a hacerlo por no tener otras alternativas plausibles con que ganarse el sustento, en el que su falta de formación profesional tiene una incidencia por lo menos similar a la que, por ser integrantes de un grupo discriminado, encuentra dificultades y resistencias al momento de pretender ingresar en el mundo del trabajo. Es que de ser esta última la cuestión, la manera consistente de abordarla estaría en la instauración de un programa educativo con el que lograr la reinserción social de los integrantes de ese grupo.

Un empeño que no desconocemos no es de fácil concreción, si atendemos a la presencia de sectores apasionadamente enfrentados en posiciones radicalmente opuestas, en las que la emoción se coloca por encima de la razón. Una circunstancia que lleva por una parte a los discriminados, aunque les resulte muchas veces explicablemente difícil, exteriorizar sus reclamos de una manera que no sabemos si resulta exacta calificar como discreta, y que provoca la impresión de encontrarnos ante un comportamiento antisocial, por lo caótico. A la vez que admitan que no todos los usos que se den en otros sectores de la sociedad que los incluye, no le son aplicables, ya que independientemente de lo que digan las palabras de la ley, el “matrimonio igualitario” no lo es, sino que en puridad no se trata de otra cosa que de una unión civil; en definitiva una bandera por la que luchan en una sociedad en la que el matrimonio está lamentablemente en franca decadencia

A la vez, para el caso de los que están en la otra vereda, por lo delirante que resulten iniciativas como esa, no puede soslayarse la circunstancia de que en medio de un universo multicultural como es el nuestro, y en esa diversidad se entremezcla con el relativismo en materia de valores y casi todo pareciera a la postre resultar teñido por un malsano hedonismo, debe admitirse que el homosexualismo en sus diversas designaciones y variantes ha salido a la luz para quedarse. Entendiendo por ese “quedarse” no la circunstancia de ser una novedad ya que ha estado presente a lo largo de toda la historia humana, sino mostrándose en forma pública y exigiendo un reconocimiento social del que tiene necesidad y se deberá aceptar, independientemente del hecho sigua provocando resistencias. Es que ellos son “otros”•, igual a cualquiera de “nosotros”.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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