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El imperio lúdico de Cristóbal López

No es mi intención elaborar una biografía de Cristóbal (Manuel) López. Ni profundizar en su vida desde su nacimiento en la chubutense Rada Tilly desde mediados de los cincuenta del siglo pasado hasta la fecha.

En cambio sí me importa mostrarlo trabajando con su padre desde los quince años en una granja avícola, en la que en un primer momento se ocupaba tan solo del reparto, y luego asumiera su gestión ante la muerte de su progenitor en un accidente automovilístico que le costó la vida a él y a su madre.

Como el mismo cuenta, en su vida se produjo de una manera fortuita "un click cuando en el verano de 1990, fui de vacaciones con mi mujer, el hermano y su esposa a Puerto Madryn, y a la mañana siguiente de llegar, mientras desayunaba escuché, en una mesa contigua que un empresario local decía cómo seguramente se quedaría, en un próximo concurso, con el casino de Comodoro Rivadavia. López decidió participar de la licitación para levantar el casino de Comodoro. Fui a la agencia de Lotería y dije: quiero un pliego, relata. Cuarenta y ocho horas más tarde, tenía el pliego en un sobre.

Es que de allí en más su espíritu de empresa lo llevó a comenzar un derrotero que de una forma casi fortuita, lo llevó a ingresar y expandirse en el negocio del juego.

Allí comenzó todo. Ganó la concesión de ese casino. En 1991 fundó con su socio Casino Club SA, y un año más tarde abrían sus primeras salas de juego. En 1998, el gobernador misionero Ramón Puerta lo llevó a abrir su primera sala de tragamonedas en Posadas. Dos años más tarde, el gobernador de La Pampa, Rubén Marín, les concedió la explotación del casino en Santa Rosa. Paralelamente, López extendía sus negocios en Mendoza, La Rioja y Tierra del Fuego, donde comenzó a explotar salas en Río Grande y Ushuaia. Finalmente, en Santa Cruz abrió sendas casas de juegos en Río Gallegos, Caleta Olivia y El Calafate. Hoy explota más de doce casinos y quince salas de tragamonedas.

Desde siempre Cristóbal insiste en aclarar que Kirchner no tuvo nada que ver con su envión inicial (Soy contratista de YPF desde el '83. Tengo concesionarias desde el '89, casinos desde el año '91, y ni lo conocía a Kirchner entonces, explica). Aunque reconoce que tres de sus explotaciones lúdicas se las concedió directamente Néstor Kirchner.

Una primera en Río Gallegos ( 2003) otra en Caleta Olivia el mismo año y una tercera en el lugar en el mundo de Cristina, en 2005.

Habría venido luego el Casino rosarino, la compra de las tres cuartas parte del Dania Entertainment Center, un complejo de entretenimientos en Dania Beach, en el estado de Florida (65 millones de dólares) Después puso el pie en la provincia de Buenos Aires en 2014, cuando Casino Club pagó 13,5 millones de dólares (108,7 millones de pesos de aquella fecha) para quedarse con el paquete accionario por una concesión vencida, pero cuya prórroga obtuvo del gobierno provincial después de adquirir la gracias a la mano que le dio Scioli según lo cuenta, y que mi por mi parte agrego vaya a saber quién más.

Una referencia especial merece el ingreso en el casino del Hipódromo porteño, donde logró instalar en sociedad con el concesionario de ese complejo 150 máquinas tragamonedas.

Fue, según se afirma, otra demostración de audacia de López: la concesión de Lotería era precaria porque la ciudad venía reclamando la jurisdicción sobre el juego, y ya había conseguido un dictamen favorable del procurador ante la Corte.

Acerca del juego ¿qué responsabilidad y mesura se puede reclamar?

Debo admitir que lo que me llevó a ocuparme en un comienzo de Cristóbal López, no es una asociación que estos días es fácil de hacer con su persona y la de Lázaro Báez, sino que en mi caso al menos, ello fue consecuencias de la lectura de un manifiesto del Sindicato de Trabajadores de Juegos de Azar (Aleara). Es que no me provocó gracia alguna ya que en el mismo se reclamaba responsabilidad y mesura a funcionarios y políticos (y también a los hombres del llano, como es mi caso, aunque no se nos mencione expresamente) al hablar del tema del juego.

Todo ello en función del hecho que la gran mayoría de los destinatarios de esa declaración lo haríamos con un profundo desconocimiento de la actividad, con el agravante que esa circunstancia viene a ser causa de preocupación e incertidumbre en miles de personas que diariamente cumplen funciones y se ganan la vida en forma profesional y honrada en bingos y casinos de todo el país, refiriéndose a ellos con liviandad y en forma peyorativa. Ello a pesar de ser una industria (¡!) que genera en el país más de 200.000 puestos de trabajo e ingresos públicos por varios miles de millones de pesos. Sin dejar de señalar que en la Argentina existen controles y regulaciones para el funcionamiento de bingos y casinos que se ubican "a la vanguardia del Mundo"(no quiero pensar como serán las cosas en el resto, si somos los mejores). Dentro de ese contexto no tiene desperdicio que se argumente en defensa de la proliferación de esa actividad una ley que en la provincia de Buenos Aires obliga a las empresas a tener una nómina de agentes no inferior a un puesto laboral por cada máquina de las denominadas Slots o Tragamonedas, legislación que "refleja cabal e irrefutablemente la voluntad manifiesta por generar y fomentar empleos". Y como colofón viene a esgrimirse que detrás de los ataques al juego legal se esconde el juego clandestino.

Entre la descripción de incitar a jugar, considerándolo como un deber moral, y la defensa de una fuente de trabajo

De donde, en conclusión, vendría de esa manera a insistirse en un primer lugar, en un argumento falaz con el que los entes oficiales que gestionan bingos y casinos, al hacer propaganda de lo que sería su negocio ( y no siempre antes de advertir que el juego es una actividad nociva para la salud personal, de la familia del jugador, y de la sociedad toda), vienen poco menos que a dar vuelta a las cosas. Ya que pareciera nos habla de lo que sería un deber moral de jugar, dado que el hacerlo no sería otra cosa que un comportamiento altruista en la medida que de esa manera se recaudan fondos que permiten sean encaradas obras y servicios sociales.

Una afirmación, la mía, que en apariencia no sería sino una tentativa de reducir al absurdo esa forma de actuar; pero que sin embargo contó con el respaldo de nada menos que del ex presidente Kirchner en las postrimerías de su mandato, cuando obligó (¡!) a multiplicar por un número cercano al diez, la cantidad de las maquinitas tragamonedas que Cristóbal y su socio Achával debían instalar en el casino que explotan por una concesión (qué dicho sea de paso, por la misma decisión fuera extendida por diez años) en el referido Hipódromo de Palermo. Una obligación que cabría comparar a la de un padre que exige a su hijo pequeño a comer diariamente una gran porción de helado u otra dulzura parecida).

Por otra parte, comprendo la hasta dramática argumentación vinculada con la defensa de la fuente de trabajo. Ya que no puede negarse que en nuestro país las empresas vinculadas con el juego, son de aquellas que vienen a utilizar cantidades mayores de personal, inclusive bien remunerado. Aunque ese argumento muestra el indudable flanco débil de desnudar el hecho que tanto la proliferación del juego como de la creciente demanda laboral en ese rubro, vienen a ser una prueba más de lo enferma que está nuestra sociedad, hasta el punto de que la supervivencia de muchos (sea en este caso y en otros) no resulte ni más ni menos que una manifestación de canibalismo social.

Es que el mismo argumento se utiliza para justificar las plantaciones de coca o de amapolas en determinadas regiones enseñoreadas por la pobreza, o los verdaderos ejércitos de narcotraficantes (si se incluye a los que las distribuyen en diversos niveles y las cuerpos juveniles de sicarios que ellos emplean) para el despliegue de su actividad Algo que nadie puede negar que desde una perspectiva (por más que sea reprobable) puede ser calificada también como una fuente de trabajo.

El peligro de convertir a la nuestra en una sociedad de ludópatas

En alguna ocasión, al leer las páginas de este periódico, he tenido la oportunidad de encontrarme con la afirmación de que estamos transformando al país en una gran timba, en la medida de que la acción de saturación (un verdadero bombardeo) con lugares destinados a ruletas y tragamonedas, que inclusive todo lleva a pensar que van a funcionar en forma ininterrumpida a lo largo del día, justificaría una calificación de este tipo.

Aunque de esa manera se venía a pasar por alto la posibilidad de que la nuestra termine también convertida en una sociedad marcada por la adicción al juego o ludopatía. Como puede llegar a ser una sociedad narcotizada, si se tiene en cuenta la creciente difusión del consumo en nuestra población de substancias de ese tipo. Una prueba de lo cual la tenemos en la preocupante cantidad de personas, la mayoría de ellas mujeres jubiladas, entremezcladas con otras de escasos recursos como son barrenderos municipales, que pueden verse amontonadas frente a las puertas de las casas de juego, a la espera que llegue la hora en que queden abiertas. Una restricción que no existe en la cordobesa ciudad de Río Cuarto, donde el casino funciona siempre, como si fuera un spetto corrido, circunstancia que por razones que aparecen como obvias ha llevado a una presentación del alcalde de esa ciudad, reclamando la imposición de una restricción horaria a su funcionamiento.

De cualquier manera no se trata de abundar en las consecuencias individuales, familiares y sociales que tiene la estructuración de un mecanismo enderezado a facilitar el acceso al juego. Sino destacar otra secuela que tiene la prosperidad de esta actividad, la que no es precisamente la de volver más generalizada y eficiente la asistencia social pública, sino el enriquecimiento desmadrado de quienes por izquierda o por derechas son los que terminan gestionando el juego (y de los que los entes públicos que tienen un mismo objeto, pasan a convertirse cuando no en meras pantallas, al menos en socios insignificantes que se que dan tan solo con las migajas).

Y a la vez, esa realidad nos lleva a describir una parábola en las que los banqueros del juego extendiendo sus actividades en la forma que lo hace un cáncer, vuelvan a esa sociedad de ludópatas en las que nos hemos convertido, en una sociedad gobernada por los señores del juego.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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