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Laura, la hija de Estela de Carlotto, fue secuestrada en noviembre de 1977, embarazada de tres meses. Estuvo detenida clandestinamente en el centro clandestino de detención La Cancha, ubicado en Olmos, en las afueras de la ciudad de La Plata, y de allí fue sacada un día de finales junio de 1978 para dar a luz. Lo hizo esposada a una camilla en el Hospital Militar. Estuvo unas pocas horas con su hijo, al que llamó Guido, y después fue retornada a su lugar de detención. Dos meses después fue asesinada.

Estela no supo hasta 1980 que su hija había dado a luz en cautiverio. Lo supo en Brasil, en la casa un paranaense exiliado allí. Gustavo Piérola se había instalado en llegado a San Pablo luego de atravesar una especie de exilio interno provocado por varias tragedias familiares: allanamientos en la casa de la familia, la detención de un hermano, la desaparición de otro y luego la detención ilegal de otra hermana.

Gustavo, militante del PRT y profesor de Educación Física, fue uno de los miles de militantes que marchó al exilio, una diáspora que dispersó argentinos por todos los continentes. En su caso, en San Pablo. “Llegamos a San Pablo el día que empezaba el Mundial de Fútbol”, contó.

A través de Carlos Nucci, un periodista amigo que le abrió las puertas de su casa, Gustavo consiguió trabajo como profesor de Educación Física y técnico de básquet y enseguida se conectó con la oficina del oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados (Acnur) en San Pablo, que funcionaba en la sede del Arzobispado, bajo el amparo del arzobispo tercermundista Paulo Evaristo Arns. De las reuniones de distintas organizaciones políticas surgió el Comité Brasilero de Solidaridad con los Pueblos de Latinoamérica (CBS). “Y de ahí nos vinculamos a Clamor, el Comité de Defensa de Derechos Humanos en el Cono Sur, porque a nosotros nos interesaba el tema de recopilar información de la gente que iba saliendo del país”, reconstruye hoy, a más de treinta años.

Fue en su casa, donde Gustavo y Marisa, su esposa de ese momento, confeccionaron las primeras listas de presos políticos, ex detenidos y desaparecidos de la dictadura argentina, que Clamor publicó en formato de cuadernillo, en 1982, con más de cuatrocientas páginas y más de siete mil nombres.

Un encuentro fundacional

El cuerpo de Laura le fue entregado a su madre, Estela de Carlotto, el mismo día en que fue asesinada. “Entonces me junté con otras señoras como yo que estaban buscando a sus hijos, a sus hijas”, dijo ella alguna vez. Pero hay un momento clave, tal vez fundacional, en su lucha incansable.

Al declarar en los juicios por la verdad que se desarrollaron en La Plata, en 2004, Estela contó cómo fue aquel encuentro en San Pablo: “En 1980, dos Abuelas viajamos a San Pablo porque llegaba en Papa (Juan Pablo II) y queríamos entregarle una carpeta (…) Ahí, buscando encontrarnos con los exiliados, me reúno con el matrimonio de Alcira Ríos y Luis Córdoba, como para intercambiarnos información, porque ellos habían estado en un campo de concentración y estuvieron con embarazadas”.

Ese día está guardado en la memoria de Gustavo Piérola: “Un día estábamos comiendo en casa con Chicha Mariani, que era la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, y Estela, que era la vice, y Estela cuenta que su hija había estado en La Cacha. Nosotros le contamos de un matrimonio amigo, Alcira Ríos y Luis Córdoba, que estaban en Brasil como refugiados y también habían estado en La Cacha. Entonces les hicimos el enganche, nos reunimos en la casa donde ellos estaban y Alcira le contó a Estela que había estado con Laura, a quien conocía como Rita, le contó que la peinó, que le prestó un corpiño cuando la estaban sacando para parir y después nunca más supo de ella. En ese encuentro, Estela confirma que Laura había dado a luz a un varón al que llamó Guido; y Alcira se entera que Rita, como ella la conocía, había muerto”.

Y sigue Estela: “Ella me habla de Rita, cuyo papá tenía una fábrica de pinturas en La Plata. Dice que Rita había tenido un bebé, un varón, en junio, que había sido puesta en libertad el 25 de agosto de 1978 para encontrarse con su familia, su hijo y su libertad, yo sabía que a Laura le decían Rita y le digo a Alcira: ‘Laura no está en libertad, Laura fue asesinada’”.

Ella decía: ‘No, no, no, no, no… si la despedimos, la hicieron bañarse, arreglarse, le dieron ropa especial, yo le presté un corpiño para que se pusiera, porque le gustaba y no quería salir así’. Yo le dije: ‘Laura, es Laura Carlotto, mi hija, Rita, que fue asesinada, pero vos me estás dando una noticia que me llena de vida, que tengo un nieto, que nació un nieto’”. Así lo declaró el 17 de marzo de 2004 ante la Cámara Federal de Apelaciones de La Plata.

Hoy, treinta y pico de años después de aquella reunión en algún morro paulista, Gustavo no duda en considerar el hallazgo de Guido como “un triunfo más”, del mismo modo que para Estela es poder cumplir el sueño de no morir sin antes abrazar a su nieto.
Fuente: El Diario

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