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“A Martha Argerich también le tocó dar vueltas las partituras en algún momento. Lo hizo con una obra que conocía, una sonata de Bartok, y nos dijo que fue tremendo. Un horror. ‘Uno está ahí y no sabe cuándo dar vuelta la página’, nos contó Martha”. Esto relata Matías Federico, el joven entrerriano al que le tocó el difícil rol de ser el page turner de la gran estrella de la música.

Page turner es el nombre del oficio de quien da vuelta las páginas de las partituras musicales. Y es un oficio estresante, que carga con un nivel de tensión que pocos conocen: de su precisión depende la continuidad del intérprete. Y, como en el caso de Matías Federico, no fue cualquier intérprete, sino la mejor pianista del planeta tierra y en uno de los teatros más célebres del mundo: el Colón.
Matías Federico en acción: Page turner de Argerich
“Así que esto que nos pasaba a Juan Pablo y a mí -a él le tocó dar vuelta las páginas a Nelson Goerner- le pasa a cualquiera. Pero, además, imaginate a uno que no es nadie, con una eminencia como Martha, y en un lugar que tiene una tremenda tradición”, relata Matías, al que le tocó la tremenda responsabilidad de dar vuelta las paginas musicales en el inolvidable segundo concierto a dos pianos del Festival Argerich.

Durante el recital, cuando el pianista llega a la última nota en la página de la partitura, quiere a alguien al lado para que ejecute la vuelta de página con mucha precisión. Es el momento de mayor necesidad de los pianistas.

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Difícil olvidar cuando en uno de los conciertos de Martha Argerich en el CCK, en 2019, la pianista tuvo que apoyar la cabeza sobre el atril del piano, mientras seguía tocando, para impedir que el page turner volviera por enésima vez a cambiar la página a destiempo. Fue un momento de gran tensión no solo para la pianista, también para el público.

En cuanto a Matías Federico, oriundo de Colón, cuando se mudó a Buenos Aires estudió en la UNA y actualmente cursa una maestría en la UNTREF. Esto es lo que contó a Clarín sobre su experiencia junto a Argerich.

-¿Cómo se prepara un page turner antes del concierto?

-Algunas obras las conocía, pero otras las conocía menos. Entonces las estuve escuchando y eso me sirve para prepararme. El recital para dos pianos de Argerich y Goerner fue un concierto largo, y hay que estar muy, muy atento. Y una de las obras, particularmente Rachmaninov, era muy complicada.

-Tal vez, en este caso, lo más complejo es aislarte, no ceder a la tentación de entregarte a la emoción de lo que está pasando musicalmente.

-Es tremendo. La tentación de bajar la mirada, ver las manos, y sentir lo que estaba pasando era enorme. Pero la concentración es tal que resulta imposible, tenés que seguir con extrema atención la música.

Me pasó en el bis, con el Bailecito de Guastavino, que casi me largo a llorar. Empecé a frenar la emoción, porque se me estaban llenando los ojos de lágrimas y no iba a poder dar vuelta las páginas. Empecé a pestañear demasiado.

-¿Cómo fueron los ensayos?

-Fue tremendo, porque me avisaron el mismo día para ir al ensayo. Escuché un poco las obras y fui. Debussy estuvo bien. Mozart ya lo conocía, así que también. Pero cuando empezó Rachmaninov me di cuenta que el libro era nuevo, y no hay peor enemigo de un vueltista de página que un libro nuevo.

Me puse a separar un poco las páginas. Cuando empezaron a ensayar, al principio, fue todo bien; pero en la última danza me tuve que poner a despegar las hojas y fue un poco desastroso.

-Pensaste que no te llamaban más.

-Claro. “Después de esto me imagino que no vuelvo”, me dije. Y al final, volví.

-¿Te hizo algún pedido especial Martha?

-Nelson a Juan Pablo, sí; cuándo pararse para dar vuelta la página, por ejemplo. Pero Martha, no. Es un alma libre. No le gusta nada estructurado, así que no teníamos un sistema ni nada parecido.

Ella quería que me parara cuando ella pensaba que tenía que hacerlo. Y, bueno, después empezó a darse esa conexión. Empezás a notar cuando está llegando al final y hay algunos pasajes que necesita tener hasta último momento la página enfrente.

-Difícil moverse hacia el atril, ¿no? Tenés que ser un poco invisible e imperceptible.

-Sí, cómo acercarte y cómo sentarte de nuevo. Si te sentás fuerte, hace ruido la silla. Hay que ver bien a qué distancia sentarte, que debería ser la mayor posible para que el pianista tenga la mayor libertad. Hay que ensayarlo una y otra vez.

-¿Alguna vez habías dado vuelta las páginas?

-En el Conservatorio, cosas más chicas, sí. Pero nunca a alguien como Martha.

-¿Y qué te decía Martha en los ensayos?

-Nos contó un par de anécdotas. Me pedía opiniones sobre lo que había tocado (risas). También me indicaba las páginas que ella quería dar vuelta. Y en el concierto, cuando cambiamos de piano, me dijo: “¿Y? ¿Te gustó, che?” (risas).

-¿Qué viste estando tan de cerca que te llamara la atención?

-La potencia enorme que puede sacar y la tremenda sutileza. Y me impresionó ver la diferencia entre dos dedos, cómo diferencia las voces y las líneas melódicas simultáneas. Los dedos parecen de un material muy blando y en otro momento de roble. Cuando lo ves de cerca es muy impresionante.
Fuente: Laura Novoa para Clarín

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