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Concordia tiene sicarios adictos
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“Che, hay una moneda para balear uno”. La frase fue lanzada sin vueltas. No alcanzó a hacerse siquiera un silencio que invite a suponer que quien recibió el “encargo” se asombró, o dudó, o se tomaría un tiempo para pensarlo. Nada de eso. La respuesta llegó de inmediato, como un rayo, como un acto reflejo: “Y bueno. ¿Cuánto hay?”.
El diálogo insumió apenas unos pocos segundos, pero la duración poco importa. Lo primero que impacta es el contenido, la “transacción” que está en juego. Pero tal vez sea aún más relevante la forma. El ida y vuelta destila esencialmente naturalidad. La misma naturalidad con la que un pasajero se sube al remis y comenta que hace frío, y el remisero, acostumbrado a ese diálogo trillado sobre el clima, asiente y le tira alguna comparación con horas o días previos, o le sale con una frase obvia, del estilo “…y sí, se viene el invierno nomás…”.

O sea, todo conduce a concluir que ni el narco era la primera vez que contrataba al sicario ni el sicario era la primera vez que recibía una oferta que lo invitara a convertirse en tal…

Gilbert Keith Chesterton cuestionaba a cierto periodismo -en el que recaemos a menudo, demasiado, admito- limitado a mostrar datos inconexos, sin pasado ni consecuencias. O sea, un periodismo de piezas sueltas, sin rompecabezas en el que puedan encajar para adquirir sentido; o sea, un periodismo que desinforma más de lo que informa. Con su genial ironía y humor, el escritor decía que el periodismo, así ejercido, consistía en decir “Lord Jones ha muerto” a gente que no sabía que Lord Jones estuviera vivo.

Tomar nota del diálogo entre el narco y el sicario como un dato suelto puede servirnos tal vez para alguna charla de sobremesa en la que posaremos de “informados”… y, con autoridad, desenfundaremos la novedad: “¿Viste lo que publicaron? ¡Qué barbaridad! Un narco contratando a un sicario, en Concordia…” Minutos después, la conversación se desviará hacia los resultados del fútbol, o hacia un meme sobre el precio de la carne y el asado que añoramos… Y el asunto habrá quedado como una anécdota más…

De allí que urge indagar cómo es que hemos llegado a esto en las barriadas de Concordia, cuántos desvíos equivocados elegimos transitar para terminar en Ushuaia cuando íbamos a La Quiaca, qué nos pasó.

Si el diálogo entre ambos no fuera tan desfachatadamente natural, tan cotidiano diríamos, uno se sentiría invitado a suponer que fue una excepción; que si reaccionamos ya, estamos a tiempo para impedir que se vuelva costumbre… Pero no, no hay margen para engañarnos… Diálogos así se multiplican por doquier en las entrañas de una comunidad rota, con barrios donde gobiernan los narcos y nadie más que los narcos.

Para los funcionarios judiciales y policiales que han llevado adelante la investigación de la causa caratulada “GONZALEZ, ANTONIO ARIEL Y OTROS S/ ASOCIACION ILICITA Y OTROS”, Legajo de Investigaciones 8097/20, la escucha del narco y el sicario se inscribe en una lógica perversa, en la que ya hay muertos y múltiples heridos. Los datos surgidos de la labor investigativa permiten inferir que la orden de “balear a uno” suele tener diferentes alcances. En muchos casos, se trata de disparar de manera intimidatoria contra el frente de la casa de alguno que se ha atrevido a desafiar al contratante. Con suerte, las balas lastimarán alguna precaria construcción de cachetes de madera, o algún ladrillo sin revoque. Pero también, y sobran ejemplos, pueden terminar perforando la humanidad de algún inocente que justo pasaba por allí o asomó por una ventana en el momento equivocado.
El ”mapa del delito”
“Detectamos que teníamos tres jurisdicciones, segunda, octava y séptima, donde se producían muchos abusos de arma. Pasaba una moto y le tiraban a una casa. Íbamos y encontrábamos 9 mm, 38 mm… Baleaban a una señora, por ejemplo, y nos preguntábamos: '¿qué tiene que ver esta señora?'. La misma víctima nos decía '¿no sé por qué me pegaron un tiro en el ojo? Yo estaba en la ventana y pasaron. No tengo nada que ver'... A otra mujer que asomó le pegaron un tiro que quedó alojado en un hombro”, recordó uno de los oficiales que durante algo más de un año se abocó a investigar los hechos.

El paso siguiente fue el armado de un mapa del delito. “En el Google Map cargábamos todos los días caso por caso. Mirábamos el mapa y nos aparecían muchos puntitos en esas zonas calientes. Tenemos un microscopio balístico, de origen alemán, que hay muy pocos en Argentina, asociado a un software. Traíamos las vainas y el aparato comparaba y determinaba, por ejemplo, que tal vaina estuvo vinculada con determinada arma y tal hecho. Hace 8 años que cargamos datos en el sistema”, precisó.

No sólo los ataques eran casi calcados. Eran las mismas armas las que se estaban usando. “Hicimos una lista de nombres, los que se repetían. Cuando empezamos a intervenir las líneas, con autorización judicial, se fueron juntando muchos legajos, todos vinculados”.

Como quien empieza a tirar de una punta de la cuerda y se encuentra con un ovillo mayúsculo, la investigación pronto pudo relacionar las balaceras con la droga, con el tráfico de armas y municiones e incluso con infinidad de robos cuyos autores no hacían otra cosa que canjear lo robado por cocaína al tranza más cercano.
De “ni ni” a adictos sicarios
Dicho de otro modo, y perdón por la ironía, Concordia tiene sicarios “baratos”. Dicho de una forma aún más descarnada, tenemos sicarios que antes que sicarios son enfermos, pibes “rotos” por la droga, que han caído en una adicción de tal severidad que están dispuestos a robar y matar por unos gramos de sustancia.

“El ‘soldado’ de hace 20 años atrás era un tipo de 40 años o más, el que cuidaba al narco. Hoy, los que cuidan al narco tienen entre 14 y 18 años. Son los ‘ni ni’, ni van a la escuela, ni trabajan. Andan en la motito. Ellos están cuidando a los narcos. Por eso tenemos semejante cantidad de imputados menores”, describió un policía que investigó las andanzas de estos menores, que -aunque muchos les cueste reconocerlos- son “hijos” de Concordia.

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Los "ni ni" que andan en las motos a los tiros
“Dos de ellos, L.M. y D.G., hasta mataron”, enfatizó. Y enseguida aportó más detalles: “No mataron a más porque no acertaron. A uno lo matan, un pobre muchacho drogadicto, porque va y compra droga con mil pesos falsos. El narco se da cuenta y lo mandó a matar, en Boulevard San Lorenzo al fondo. Todo esto está en el expediente”.
Preguntas incómodas
Regresemos a las preguntas imprescindibles, aunque incómodas… no sea que esta nota no pase de contar, cual chimento de vereda, que “Lord Jones ha muerto” a gente que nunca supo ni le importó que Lord Jones estuviera vivo…

Que en nuestras barriadas broten narcos y sicarios cual plantas silvestres en un baldío abandonado puede explicarse de mil modos, pero jamás como un producto de la casualidad.

¿Es casual la pobreza extrema en la “tierra del pan”? ¿Es casual que abunden los “ni ni” en un país con secundario obligatorio por ley? ¿Es casual que se multiplique el narcotráfico en una ciudad donde cumplir con la ley de creación de un juzgado federal nos ha llevado 12 años y todavía no está funcionando? ¿Es casual que el narcotráfico crezca en una economía donde la mitad es en negro? ¿Es casual que los pibes adictos pobres, mentalmente enfermos, sean cada vez más y más y que no haya centros suficientes con capacidad para atenderlos, sea de manera ambulatoria o internados, si fuera necesario? ¿Es casual que el tráfico de armas y de municiones se haya vuelto un negocio quizá tan rentable como las drogas, pero aún más solapado y hasta tolerado? ¿Es casual que…?

Nada es casual, como tampoco, tratándose de construcciones humanas, nada es atribuible a un fatídico destino o a un designio de los dioses. Obvio que habrá factores atribuibles al contexto global y a la época y otros que remiten a políticas nacionales. Pero quedarse sólo con eso, sacarnos el sayo de encima, lavarnos las manos como Pilatos, son todas reacciones cómplices, casi suicidas.

Reducir el problema a un asunto policial y judicial sería como esconder la cabeza en un agujero, aunque nadie duda que, sin una policía profesional y honesta, lo mismo que sin una Justicia “justa”, que se juegue a fondo y no se conforme con los eslabones más pequeños de las organizaciones delictivas, no hay manera de frenar la espiral de degradación en la que se están hundiendo barrios completos.

Puede que resulte impostergable, casi de vida o muerte, un enfoque de “desarrollo integral”, que revise la siempre mentada “matriz productiva”, las políticas de empleo y oficios, la educación, el acceso a la salud -especialmente la salud mental-, la seguridad desde una mirada amplia, las políticas demográficas que están despoblando el campo y hacinando gente en los conurbanos, el acceso a la vivienda y a servicios esenciales, etc.

O sea, la clave es “política” en su más digna acepción. Y como no hay política digna que llueva desde el cielo, hacen falta políticos a la altura de las circunstancias. Pero como tampoco hay dirigentes políticos que lluevan desde el cielo, tendrán que brotar de nuestras familias, del compromiso ciudadano al que estamos todos llamados… De que atendamos a ese llamado o prefiramos mirar a otro lado dependerá que algo cambie, para bien o para peor.
Fuente: El Entre Ríos

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