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Graciela, en la ruta, como cada mañana.
Graciela, en la ruta, como cada mañana.
Graciela, en la ruta, como cada mañana.
Salir de casa a las cinco para entrar a la escuela a las diez y media. Cada día. Llueva, haga un calor insoportable o temperaturas bajo cero. Graciela Rodríguez es una de las tantas seños, profes, maestras y maestros que hacen del dedo una forzosa realidad cotidiana.

El encuentro con ella, en una mañana donde la rutina es viajar esas 5 horas hasta su trabajo, lo retrató “La lucha en la calle” y a continuación se reproduce el texto completo:
De Bovril a Villaguay
Pasadas las seis y media de la mañana, en un tramo de la Ruta Nacional 127, está Graciela: hace dedo para llegar a su escuela. Viaja desde Bovril hasta Villaguay.

Emponchada y con mucho frío, conversó con nosotros durante el recorrido. Nos contó de la escuela en la que trabaja, de cómo debió acordar un horario para poder ir a dedo, de su rutina cotidiana que implica salir de su casa a las cinco y media para, si todo se da bien, llegar a la escuela a las diez y media y retornar del mismo modo a las cuatro de la tarde.

Disparó un contundente “4500 pesos salen los 20 pasajes desde Bovril a Villaguay. Serían más de 9.000 pesos por mes… me es imposible”. Y dejó un silencio tras ello, pensando cómo haría si cambia la situación de su cargo y esa se transforma en su única posibilidad de llegar al trabajo, tal como nos contó que posiblemente suceda a fin de año. “Veré qué hacer”, dijo.
“Nos ayudamos entre todos”
Graciela lleva en su morral violeta de Agmer, una bolsa de tela, y nos cuenta: “Hay una seño que tiene naranjas y huevos. Los lleva a la escuela y nos los vende más baratos… como está todo, le compramos siempre. Vuelvo cargada, pero me conviene mucho. Nos ayudamos entre todos”.

Son unos kilómetros que compartimos hasta que llega la hora de despedirnos. La realidad concreta y tangible de la escuela se mezcla con la situación nacional y provincial… cero discursos: en lo cotidiano que nos toca a todos. De un lado narramos lo que significó para los paranaenses estar quince días sin colectivos; por el otro, Graciela nos cuenta que no pasa una hora en su casa sin que le suene el timbre… los municipales no cobran hace tres meses y, en un desesperado intento por subsistir en esas condiciones, son tortas, panes, empanadas y las mil maneras que encuentra el rebusque lo que se ofrece en su puerta. “A veces compro cosas que no alcanzo a comer (-vivo sola-, nos aclara), a veces yo tampoco llego y no puedo colaborarles con nada… está muy difícil todo”.

Al bajarse le preguntamos si podemos tomarle una foto. Accede. Recorre un tramo para ubicarse en el lugar de la ruta donde seguirá haciendo dedo. Quien maneja el auto nos cuenta que, dada la ubicación de la escuela a la que se dirige, posiblemente este sea el primero de tres tramos de viaje. “Con suerte”, dice. “El tema es que esa parte en la que esperará ahora es medio muerta… a veces tarda mucho en pasar alguien”… y el frío cielo gris de casi las siete de la mañana, que no termina de tomar color y mucho menos calor, enmarca la toma que nos queda de registro.
Fuente: La lucha en la calle.

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