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Este 2 de julio se conmemoró un aniversario más de la llegada de los inmigrantes europeos a las tierras de Urquiza. Año a año en cada conmemoración, este día los recuerdos llegan a los descendiente que inevitablemente vuelven a escuchar en su interior las anécdotas que sus abuelos les contaban mientras intentaban no olvidar las palabras de sus dialecto francés, suizo o italiano, o alguna que otra receta tradicional para mantener vivos los aromas de la cocina a la que ya jamás volverían.

Muchos conocemos las guerras que se vivieron para declarar libertades de ciudades, importantes leyendas que enseñan en las escuelas de cómo somos el país que somos, la provincia que tenemos o la ciudad en la vivimos. Pero en la redacción de esta nota vamos a permitirnos dejar por un momento eso que nos enseñaron en la escuela a un lado, para explorar la historia de una de las ciudades entrerrianas que imita ser la “pequeña Europa” en Entre Ríos. Vamos a permitirnos por un momento ponernos en los pies de esos colonos que llegaron 161 años atrás.

Cuenta la historia que aproximadamente en el 1850 existían en Europa las Casas contratistas, encargadas de reunir gente. Mediante un contrato previo, los interesados aceptaban trasladarse a las tierras argentinas y dar nacimiento así a las Colonias agrícolas. La primera de ellas fue Esperanza, en Santa Fé; mientras que las otras dos fueron en Entre Ríos: Villa Urquiza en Paraná y San José en el Departamento Colón, que para ese entonces eran sólo tierras deshabitadas, sin aprovechar, del General Urquiza.

Según las anécdotas de los abuelos gringos la ilusión era inmensa, muchas tierras para trabajar, sin horizonte de guerra, sin inviernos blancos. Pero no todo era tan sencillo como la publicidad que las Casas Contratistas les mostraban.

El primer contingente de colonos que llega a San José no venía siquiera dirigido a esas tierras, sino a Corrientes, pero al llegar el barco a Puerto de Buenos Aires el entonces Gobernador de esa provincia, Juan Pujol rechazó sus contratos y los dejó abandonados en aquel lugar. Momento en el que uno de los contratistas se entrevistó con Urquiza, Presidente de la Confederación por ese entonces y quien decide traerlo a sus tierras.

Los días 1, 15 y 17 de julio de 1857 arribaron los contingentes que totalizaban 102 familias mayormente suizas. A principios de octubre llegaron otras 7 familias (52 personas) que habían viajado a Corrientes. El contrato: “a cada familia le correspondían 16 cuadras cuadradas (unas 30 hectáreas), 4 bueyes, 2 caballos, 2 vacas, madera, leña, un adelanto de cien pesos bolivianos. Durante 4 años debían pagar los lotes, que quedaban luego bajo su propiedad” según cuenta el relato “San José y la historia de los colonos valesanos”.

Así fue creciendo la colonia, de la nada, sin nada, dejando todo allá, en la lejana Europa. Llegaban al Puerto de Buenos Aires sin saber dónde iban a parar, cómo era, sin ver una foto en google, como actualmente se haría, o tener el puntaje de una app, o un google maps que los dirija, sin al menos hablar el mismo idioma, sin traductor en un celular. Viajaron más de un mes en un barco, sin saber nadar; y ese barco fue su casa, su refugio de noches eternas de incertidumbres, de extrañar a quienes quedaron. Su equipaje no era nada más que uno o dos baúles por familia, con algo de ropa y alguna herramienta que pudiera ser de ayuda, con algunas fotos familiares y miles de recuerdos.

Marino Oradini, abuelo de quién redacta, contó hasta sus últimos días de vida una y otras vez las historias que vivió al llegar, con sólo 8 años, con su mamá y 3 hermanos; y una y otra vez los ojos le brillaban como si volvería a viajar en el tiempo y era otra vez un niño. Ese momento de despedirse de su abuelo y su tío en Italia, y subir a un barco para nunca más volver a verlos, apuesto que soñaba ese abrazo con los que quedaron, cada noche. En las historias que él relataba vivían las historias de todos los colonos que llegaron sin nada, a la nada. Muchos de ellos jamás volvieron a pisar tierra europea, pero sus relatos eran tan detallados como si lo hubieran visitado ayer; los aromas, las canciones, las oraciones, los juegos de los niños, todo te lo contaban y te hacían prácticamente vivirlo como si miraríamos a través de una ventana, parados en Argentina pero viendo en el vidrio la lejana Europa.

Las tierras sanjosesinas se trabajaron, se forjaron y hoy es un lugar lleno de historias, anécdotas, pero en el centro de esa ciudad aún late muy fuerte la pequeña Europa que dejó todo para llegar a Argentina, para darnos todo. Ese latir que debe vivir en cada descendiente, en cada sanjosesino, y las anécdotas no deben quedar para los libros de escuela, no son historias duras, son vida, nunca las olvidemos por que eso es lo que somos.

Feliz Cumpleaños San José! Y como dijo aquel inmigrante cada día de su vida, soñando con la lejana Europa: “Avanti Bersaglieri che la bataglia e nostra”.
Fuente: El Entre Ríos

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