Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
En una entrevista virtual concedida a El Entre Ríos, uno de los protagonistas de esta historia repasa la odisea en que se convirtieron sus vacaciones, a raíz de la pandemia del Covid-19. Se trata de la elisense Mariela Putallaz, quien coincidió en tierras aztecas con Hernán Tournour y Guillermo Micheloud, oriundos de San José. “Experiencia”, “aprendizaje” y “solidaridad”, tres conceptos que resumen su testimonio.
Regreso a casa
“Eterno”, la palabra que elige Mariela para definir ese camino. “Tenía que volver el 23 de marzo y llegué recién ahora, un mes después, con un aprendizaje impresionante que nunca olvidaré y la sensación de haber sido parte de una película”, asegura.

“Esta semana nos contactaron desde Cancillería para pasarnos un link y comprar los vuelos de nuevo, desde cero: 52 mil pesos cada uno, que los pagué con la tarjeta que me prestaron los chicos de San José porque de las mías con ninguna pude hacerlo”, explica sobre cómo se dieron las cosas. “Yo había pagado 30 mil pesos ida y vuelta y ahora me salió 52 solamente para volver, en un solo pago”, detalla luego.

Tras pasar un control médico y completar un formulario de repatriación -donde dejaban constancia dónde esos pasajeros cumplirían la cuarentena-, un vuelo directo los devolvió a la República Argentina. “Muy loco todo, porque nos hicieron guardar distancia en el aeropuerto y después terminamos viajando todos juntos dentro del avión un montón de horas”, suma como planteo, desde su experiencia personal, respecto a los protocolos sanitarios oficiales.

“Los que éramos del interior del país bajamos primero del avión y ahí empezó otra incertidumbre, prácticamente igual a la que teníamos en México, sobre cómo hacíamos para volver de ahí a nuestras ciudades de origen”, continúa contando.

Y ello no concluye ahí. “Nos terminaron llevando a Retiro cerca de la medianoche y ahí estuvimos hasta las 6 de la mañana. De ahí nos trasladaron a Rosario a hacernos unos controles, después a Santa Fe y, finalmente, hasta la terminal de Paraná. Un taxi hasta Villa Elisa me costó 7 mil pesos y a los chicos de San José, que debieron ir en otro por una ley que no admite tres pasajeros en un mismo auto, 9.500”, afirma.

“En total, nos llevó 24 horas volver de Ezeiza al Departamento Colón, más las 24 horas previas desde que salimos del hostel en México y volamos hacia Argentina: dos días”, resume entre gracia y resignación.
El concepto de solidaridad
“Si bien todavía es muy pronto, uno ya va sacando algunas conclusiones de todo esto, por ejemplo sobre la tolerancia y la solidaridad”, dice Mariela, en un tono reflexivo, más sereno y aliviado.

“Yo antes pensaba que era re solidaria, hasta que quedé varada en un país extraño y apareció una chica (Rochio Sanoja) que me dio todo, acompañándonos en el día a día dentro del hostel y saliendo a hacer las compras por nosotros -los varados: 60 mundos distintos, como decía ella- con algunos pesos que logramos reunir en un fondo común”, valora.

Tras ello, ahora tiene una nueva misión por encarar: “Con este ejemplo que tuvimos, me di cuenta que estoy lejos de una solidaridad real como esta y empiezo a replantearme un montón de cosas, por eso y por el único favor que ella nos pidió: que continuemos esta cadena de favores, que no se corte”, revela sobre ese legado.

“Rochio tiene pensado venir a Argentina en noviembre si todo está bien, así que tiene cientos de invitaciones nuestras, ofrecimientos de familiares y amistades, para comer un asado y tomar unos mates, aunque diga que la yerba tiene sabor a orégano”, agrega entre risas.
Amistades y familia
“Era todo como un ‘Gran hermano’, de hecho en broma a veces lo llamábamos ‘El gran varado’”, recuerda con nostalgia.

“Pasás por muchas emociones: de la angustia a la desesperación, hasta que lo aceptás y empezás a verle el lado positivo, que es conocer gente maravillosa que en otra ocasión no hubieses conocido y armar un grupo de amistades que estará toda la vida en el corazón, porque todos estuvimos en una situación que no se vive todos los días”, comenta.

En esa línea, volver al país y a Villa Elisa era un cúmulo de sensaciones encontradas. “No era volver al mundo tal cual lo conocía ni poder llevarle los regalos que le había comprado a mi familia en el viaje, por ejemplo. O sea, fue volver de estar viviendo un mes con 80 personas dentro de un hostel, a la soledad absoluta de cumplir la cuarentena preventiva en mi casa, con mi perro y mi gato”, recapacita.

“En estas circunstancias es cuando realmente empezás a valorar el compartir momentos y dar un abrazo a la familia y a los amigos, pero sé que irá cambiando con el tiempo”, añade como reflexión.
Fuente: El Entre Ríos

Enviá tu comentario