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Un sencillo “hilo” en la red social X puso nuevamente en escena algo que no por sabido debería dejar de asombrarnos: pueblo Liebig, su frigorífico, la “fábrica Colón”, cumplió un papel extraordinario para alimentar a soldados durante la segunda guerra mundial.

“En una reunión en Polonia, el director del Museo de los deportados a Siberia me preguntó si sabía por qué mis abuelos eligieron Argentina. Quiso saber si mi abuelo alguna vez había mencionado unas latas. Después me dijo que él me iba a contar una historia”. Tal el primer tuit publicado este sábado en la cuenta “Rulo de Viaje”, de @Dan_Lande.La imagen que acompaña el breve texto lo dice todo: se trata de la icónica lata de corned beef, que Liebig la hizo monumento.

¿Cuál es la historia que contó el Director del Museo de los deportados a Siberia?

Veamos:

Después de que Hitler rompiera el pacto Molotov-Ribbentrop, Stalin tuvo que cambiar su estrategia. Con Alemania como enemiga, necesitaba nuevos apoyos, sumar aliados. Necesitaba a los polacos para luchar en Polonia.

La Unión Soviética tuvo que hacer concesiones, entre ellas mejorar las condiciones de los 2 millones de polacos que Stalin había mandado a los gulags. Liberó a varios miles y accedió a que otros tantos otros recibieran comida, medicamentos y abrigo.

Como el gobierno polaco en el exilio operaba desde Londres, fue Gran Bretaña la que se ocupó de la logística de los suministros. Los alimentos, escasos en la Europa de la guerra, llegaban en gran parte desde Sudamérica, que cumplía con ese rol fundamental.

En Liebig, un pueblito de Entre Ríos, unas 3000 personas se despertaban todos los días, ni bien salía el sol, para trabajar en los frigoríficos. Tan lejos de la guerra, tan lejos del horror de los gulags. Trabajan sin dimensionar el recorrido que hacía su carne enlatada.

Menos aún el efecto que causaba. Las latas iban a los barcos, después al tren. Cruzaban los Urales y el Taiga. Ahí, donde millones de personas morían de frío y de hambre, por fin recibían comida. Y era carne, proteínas. Los polacos las veían y lloraban.

Cada lata era un milagro, era recuperar la esperanza de que podían sobrevivir un día más a la guerra. Las latas salvaron la vida de miles, me dice director del museo. ¿Y qué es lo que leía esta gente cuando las recibía?

El sello de industria argentina. Era una asociación instantánea. Los polacos en Siberia se alimentaban con una sensación de gratitud hacia Argentina. Pero había algo más, algo que les quedó grabado a los sobrevivientes.

Y era la idea de que si había carne suficiente como para mandar hasta Siberia, en Argentina no iban a pasar hambre. Por esa gratitud y por esta idea, ni bien terminó la guerra, muchos de los polacos que sobrevivieron a Siberia, eligieron migrar a la Argentina.
Fuente: El Entre Ríos

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