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La ceremonia mediante la cual un intendente se sucede a sí mismo puede parecer carente de novedad. Sin embargo, el intendente Enrique Cresto se las ingenió para rodear de un halo especial al momento en que abrirá su segundo mandato. La clave está en el lugar que eligió.

Pudo haber optado por la explanada de la sede municipal, o por el Teatro Odeón, o quizá un CDI de las barriadas del noroeste, o el flamante NIDO de la zona sur. Pero la elección fue otra: el Palacio Arruabarrena, una afrancesada mansión, señorial, bella, distinguida, un trozo de París incrustado en América Latina por un productor agropecuario que amasó su fortuna exportando desde el entonces considerado "granero" del mundo.
El Palacio Arruabarrena en Concordia, una joya de la arquitectura
La historia del palacio es la de su dueño inicial, Juan Bautista Arruabarrena, que allá por 1920, enamorado de la residencia donde se alojaba en sus frecuentes viajes a París, no tuvo mejor idea que comprar los planos y encargarle al arquitecto Gabriel Dulin y al constructor Luis Pepey que le levantaran una idéntica en la esquina de Entre Ríos y Ramírez en Concordia.

Cuenta la historia que Arruabarrena se casó con Dominga de la Cruz y sus 10 hijos. Con ese familión alcanzó a ocupar el palacio de 40 habitaciones, pero no por mucho tiempo, porque una enfermedad, que en la actualidad es curable, terminó con su vida en 1926.

Por su estilo, el edificio se inscribe en el neoclásico francés. Pasó por distintas etapas y, aunque cueste creerlo, estuvo a punto de ser demolido.

Los hijos mayores de la familia Arruabarrena se fueron a vivir al campo. Los menores se trasladaron a Buenos Aires para estudiar. La esposa de Arruabarrena finalmente muere, por lo que el palacio quedó deshabitado.

Pero una relación familiar con el presidente de facto Pedro Pablo Ramírez, entre 1943 y 1944, derivó en la venta de la mansión al Ministerio de Guerra. En consecuencia, se convirtió en sede del Ejército Argentino hasta mitad de la década del 70.

Cuando el Ministerio de Guerra prescindió del lugar, una comisión de vecinos logró evitar que se demoliera y, tras un trámite engorroso, la propiedad pasó al municipio.

La enorme casona es testimonio de una Argentina en la que imperaba el modelo agro exportador. Arrubarrena era un hacendado que tenía varias estancias. Toda su producción se vendía en el exterior. Hacía viajes frecuentes a París y durante su estadía permanecía en una vivienda igual a la que finalmente ordenó construir en Concordia.

Pero no sólo los planos son "made in Europa". Todos los materiales fueron traídos del viejo continente. Es más, el techo está pensado para la nieve, aunque en Entre Ríos nunca hay nevadas.

Los concordienses comenzaron a llamarlo palacio, porque para esa época, de casa chatas, techos de dos aguas, semejante mansión era ponderada como un verdadero palacio.

Este viernes, a partir de las 20, Enrique Cresto jurará por segunda vez como intendente de Concordia y este señorial trozo de Europa traído a la América Latina será el escenario de la ceremonia.

Como todas las cosas, la elección puede que despierte elogios y críticas. Tal vez se le reproche que el lugar no parece muy "nacional y popular" que digamos. Aunque, desde otra óptica, podrá decirse que un acto institucional tan relevante viene a significar que el palacio ahora es un patrimonio común, del pueblo, el mismo que ha elegido democráticamente a su intendente.

Como sea, nadie podrá discutir la extraordinaria belleza del Palacio Arrubarrena, y tampoco está en discusión que la jura de Cresto proyectará hacia afuera de Concordia una de sus más bellas postales.
Fuente: El Entre Ríos

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