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Este miércoles Monseñor Gustavo Zurbriggen estuvo en la ciudad de Colón, como parte de la recorrida por las parroquias que iniciara en septiembre, cuando asumió la conducción del Obispado de Concordia.

Nacido en territorio santafesino, la dramática situación que atraviesan los habitantes de Rosario fue tema ineludible de la entrevista con El Entre Ríos.

La pobreza en Concordia, los jóvenes y la nueva generación de sacerdotes, fueron otros de los puntos de los que habló minutos antes de celebrar la Santa Misa en la Parroquia Santos Justo y Pastor.

-¿Qué reflexión puede hacer sobre la realidad que vive Rosario?

-Es muy preocupante. Tanto es así, que los obispos que formamos parte de la Región Litoral –que abarca Entre Ríos, Santa Fe (menos Reconquista que pertenece al NEA) y San Nicolás (provincia de Buenos Aires)- hemos convocado a un Rosario para este sábado. El lema es “Un Rosario por Rosario”, pidiendo el don de la paz. La gente está viviendo muy mal y lo que podemos hacer es rezar.

-¿Cómo acompaña la Iglesia la situación social?

-La situación del país y de la zona la acarreamos lamentablemente desde hace décadas. Estamos en los barrios más pobres con capillas, catequesis y contención; además de ayudar con comida, ropa o lo que haya.

La cercanía de la Iglesia la pobreza es cristiana; es decir, compartir lo que tenemos con la ayuda que nos viene de Cáritas y de cada persona que aporta algo.

-¿Qué diagnóstico hizo de Concordia en estos meses?

-Pastoralmente, es una diócesis muy viva. Me pone muy contento que haya tantos movimientos, grupos, encuentros y gente trabajando.

Respecto a lo social, creo que el problema más grande de pobreza e indigencia está en la ciudad de Concordia. Y por lo que me cuentan los sacerdotes, es algo que traemos desde hace muchos años. Es bastante extraño, porque una ciudad linda, potente, con una economía pudiente, convive con asentamientos.

Como Iglesia tenemos presencia en los barrios más pobres con la capilla, Cáritas, el centro evangelizador, catequesis y visitas a las familias. No solucionamos el problema, pero son signos del amor de Cristo cerca de los que más sufren.

-En la Asamblea Diocesana cerrando 2023, surgió con mucha fuerza la presencia de los jóvenes, la renovación de la Iglesia con la participación de ellos.

-Quiero animar el fuerte compromiso a escuchar a los jóvenes como ellos lo pidieron, a ser acompañados y aceptados como son, sin juzgarlos, e integrarlos en la vida de las parroquias. El desafío es dejarlos ser. Después está el cómo hacerlo, que es lo más difícil.

A veces pensamos en ellos como cuando uno era joven, pero eso no existe más. Creo que a los adultos nos falta entender su cultura, su horizonte, la forma de pensar, sus prioridades; que no es peor ni mejor, pero es distinto. Para eso tenemos que pedir ayuda al equipo de Pastoral Juvenil.

Hay muchos jóvenes y adolescentes en la Iglesia. El domingo había 150 animadores de Infancia Misionera; no son pocos. En la misión de enero, en Concordia, hubo 250 jóvenes. El tema es cómo los integramos para que contagien a sus amigos, que no están.

Ese clamor lo estamos escuchando, se está discerniendo en las asambleas y seguramente a fin de año cuando elijamos alguna meta pastoral para los próximos años de la diócesis, va a salir lo de los jóvenes, porque exige una respuesta.

-Dentro de los jóvenes están los sacerdotes, que también tienen una impronta muy distinta a la de hace años. ¿Cómo los ve?

-Parecido a lo del resto de los jóvenes que decíamos recién. Un error muy grande sería que los sacerdotes mayores, o yo obispo, pensemos que los curas menores de 30 años sean como he sido yo a esa edad. Siempre hubo distancia generacional, porque recuerdo que a mis 30 años no me entendía del todo con los de 60 de aquella época.

El obispo tiene la misión de estar cerca de sus sacerdotes. Hay que acompañarlos, quererlos, animarlos y aceptarlos, porque no son todos iguales y ninguno somos perfectos.

Necesitan que los dejemos ser. Si les gusta por ejemplo estar en las redes sociales que están de moda, ser youtubers, que lo sean. Pero que en todo caso sepan que hay un padre que los acompaña y si tiene que decirles ‘cuidado’ con algo, lo hará paternalmente, no prohibiéndoles cosas. Tenemos que generar una relación de cercanía y confianza.

-En estos tiempos hay sacerdotes, de todas las edades, que se expresan políticamente en redes sociales. ¿Qué opina?

-No estoy de acuerdo cuando el expresarse políticamente significa hacer partidismo. Pero no porque yo lo piense, sino porque la Iglesia así lo enseña. El sacerdote es el hombre de todos y si yo milito en un partido político, ya no soy de todos, porque como sabemos se crean enfrentamientos.

En segundo lugar, seguramente han escuchado hablar al Papa Francisco del clericalismo, expresión que hace referencia a que el cura hace todo: es el que sabe, el que decide, el que manda… Entonces, en mi opinión, si un sacerdote hace militancia política de algún modo le está sacando el lugar al laico, que es quien trabaja en el mundo y tiene la tarea de llevar el evangelio a la política partidaria. La misión del sacerdote es anunciar a Jesús a todos, no a algunos.

-Cuéntenos de qué trata su visita a Colón.

-Desde que llegué en septiembre, me propuse visitar todas las parroquias, que son 30. Hasta diciembre visité la mitad y hace unos días retomé. En las visitas charlo con los sacerdotes, me muestran la parroquia, celebramos misa y después conversamos con la gente que trabaja en distintos grupos, para que se presenten y me cuenten qué hacen, entablando una relación pastoral y humana.

-Estamos atravesando el periodo de Cuaresma, ya cerca de la Pascua. ¿En qué considera que los cristianos debemos hacer foco en esta Semana Santa?

-Es un tiempo en el que estamos invitados a volver a nuestro interior, encontrarnos con nosotros mismos y con el Señor que nos llama a su amistad.

Semana Santa deberían ser días de mayor oración, que se ha perdido por la cultura moderna. Pero estamos invitados a recordar que hay un Dios que nos ama inmensamente, que nos ha creado para que seamos felices. Tanto nos amó que envió a su Hijo hecho hombre para que nos salve perdonando nuestros pecados, y para cumplir esa misión entregó su vida. Como la misión fue cumplida, el Padre lo resucita y al hacerlo, nos perdona y nos asegura la vida eterna.

No somos frutos del azar, sino del amor de Dios que nos pensó a cada uno. No hay ninguna vida perdida, que no sirva. No nacimos por casualidad y la muerte no termina nada.

Como cristianos somos bautizados y por este sacramento morimos con Jesús en la Cruz y resucitamos a una vida nueva. Pascua es volver a pensar en nuestra vida cristiana, en nuestra fe, en nuestro bautismo, en este gesto tan sencillo en el que Dios nos volvió a abrazar.
Fuente: El Entre Ríos

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