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Acompañó a más de 50 personas a internarse
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“La de Germán es la historia de los derrotados. De los que perdieron feo”, cuenta el periodista Luciano Peralta, para el diario El Día de Gualeguaychú.

¿De quién habla? Se refiere a Germán Carrizo, de 39 años, un vecino de Gualeguaychú que cayó en el abismo de las adicciones, pero, con mucha ayuda, logró salir adelante, y, en medio de la Pandemia, acompañó a más de 50 personas a internarse en un centro de rehabilitación.

La historia de Germán no es sólo “derrota”. También amor, amor por el prójimo, por sus pares, por los que están sufriendo y necesitan ayuda. “No quiero que pasen lo mismo que pasé yo”, dice, al hablar de los pibes de los grupos de oración, en la parroquia San Cayetano o en La Ribera, el club de su barrio, donde se juntan todos los sábados.

“El consumo, generalmente, empieza por algún problema que uno no puede enfrentar en la vida, y piensa que con las drogas lo va a poder solucionar. Entonces, ahí el problema es doble o triple”, cuenta.

A los 39 años, el mediano de los hermanos Carrizo es bien consciente de su derrota. Sabe que, como muchos, empezó consumiendo los sábados: alcohol (la droga con mejor prensa) y unos porros. Siguió la cocaína y, después de eso, el abismo. Los fines de semana se hicieron cada vez más largos, como las horas sin sueño. Los lunes: un pozo oscuro de fisura y depresión. El final fue el esperado: “el trabajo en la farmacia San José lo perdí, llegaba destruido a laburar, después perdí todo”.

“Mucha gente me quiso ayudar, mucha gente que me quiere. Pero yo no los dejé y me abandoné. Fueron 13 años de consumo, más o menos, hasta que me di cuenta que ya no era vida la que estaba viviendo. Cada vez se me alejaba más gente, más puertas se me iban cerrando”, relata Germán, aunque sus palabras podrían ser de cualquier persona en consumo problemático. La historia se repite por miles. Y las respuestas nunca llegan o son muy pobres o no alcanzan.

Es ahí, en la falta total, donde cobra fuerza el poder de la fe, de lo espiritual. Porque el adicto siempre se queda solo, aunque esté rodeado de afectos, aunque haya personas a su lado. Es una soledad más grande, más profunda, interior, muchas veces intolerable. Entonces, el plano terrenal no alcanza, no llena. Y es Dios el que ahora abraza, el único capaz de evitar tanto dolor.

“Gracias a una señora de los grupos de oración empecé a cambiar. Iba a la casa de ella y sentía mucha paz, mucha tranquilidad, sentía que estaba acompañado por alguien. Porque cuando uno está así a la familia la deja de lado, por no ocasionarle problemas, no sé. Tampoco te da lo que tiene que dar para ir a hablar”, reconoce Germán. También reconoce que les hizo mucho daño a sus seres queridos, que “no es fácil” y pide perdón por el daño generado.

Hace dos años y medio, cuando pudo poner en palabras su adicción, cuando pudo hablar con su familia, empezó a ayudar a los pibes del barrio. “Arranqué hablando con Néstor, un chico que estaba mal. Le pedí a Dios poder ayudarlo, tomé coraje y me acerqué. Después, me salió un laburo en Buenos Aires y no lo vi más, hasta que me lo crucé en una peregrinación a Luján. Yo voy todos los años. Él está muy bien ahora. Ahí me pasó el contacto de su comunidad y después arranqué a llevar a los chicos”.

En poco tiempo, se fueron sumando cada vez más personas a pedir ayuda a la Comunidad Jonás, que funciona en la capilla San Cayetano, en la zona sur de Gualeguaychú. Un pibe esta semana, dos la que viene, y así. Llegó la pandemia, pero esta red de rescate no se cedió. Gracias a la ayuda de muchos, entre tantos, el Hogar de Cristo, el Municipio y diferentes personas, como María Victoria Dacal, amiga de Germán, quien pagó varios viajes en remís a Buenos Aires cuando, por la situación epidemiológica, se había suspendido la circulación de colectivos.

“Mañana llevamos a dos chicos más a San José”, cuenta, sobre el cierre de la charla, en referencia al Hogar de Cristo que funciona en La Matanza. En este momento, son 56 los gualeguaychuenses que están allí. Muchos más que en la asociación civil El Buen Samaritano, de Santa Fe, donde son siete.

Aceptar que es una enfermedad y que es para toda la vida es el primer paso, es hacerse cargo que el dolor va a ser para siempre. Lo que viene después tampoco es nada fácil, eh. Salir adelante cuesta mucho

En tanto, en lo que va de pandemia, él acompañó a más de 50 personas y a otras tantas les facilitó la llegada a estos hogares. “Aceptar que es una enfermedad y que es para toda la vida es el primer paso, es hacerse cargo que el dolor va a ser para siempre. Lo que viene después tampoco es nada fácil, eh. Salir adelante cuesta mucho, se cierran muchas puertas, porque es difícil ser adicto -se es adicto de por vida, aunque no haya consumo- y que te den trabajo, por ejemplo. Somos muy discriminados los adictos”, asume Germán. Y marca el camino: “Hay que dejarse ayudar. La droga te deja sin nada. Hay que dejar de mirar para atrás y empezar una nueva vida, no está todo perdido. Hay que proponerse un propósito todos los días. Antes de demostrarle a la gente que podemos cambiar, tenemos que demostrárnoslo a nosotros mismos”.
Fuente: El Día - Luciano Peralta

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