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Tomás Nejamky había llegado a Europa en 2019.
Tomás Nejamky había llegado a Europa en 2019.
Tomás Nejamky había llegado a Europa en 2019.
Tomás Nejamky soñaba con vivir en el mar y tener un mejor futuro en un país más confiable, relata Carina Durn. Oriundo de Concordia, Entre Ríos, a sus 28 años decidió partir junto a su pareja hacia Tenerife, en las Islas Canarias, atraídos por el buen clima, el surf y las hermosas playas.

Para lograr su meta vendieron todas sus posesiones y se despidieron de sus familias y amigos con una sensación de vacío intenso, pero plenos de esperanza por lo que llegaban a vislumbrar en el horizonte.
El principio
Llegaron el 3 de abril de 2019, el día en que cumplían un año de novios, para comenzar una nueva vida desde cero. En Tenerife los recibieron unos primos segundos de Agustín, que nunca antes había visto: ellos habían dejado la Argentina en la crisis del 2001 y, aunque les resultó muy complejo, pudieron recomenzar.

“Al recibirnos nos llevaron a una pizzería uruguaya cerca del aeropuerto”, recuerda Tomás. “Esto nos pareció raro, nosotros habíamos llegado queriendo conocer Europa y mis primos nos dieron la bienvenida con un chivito al plato. Después entendimos la cantidad de latinos que viven en la isla, y cómo, con el tiempo, se mezclaron las culturas”.

La joven pareja tenía la fortuna de poseer el pasaporte europeo, lo que, para su sorpresa, les abrió de inmediato las puertas: a la semana consiguieron empleo, alquilaron una bella casita en la montaña y se empadronaron; poco tiempo después, ya estaban inscriptos en la seguridad social y tuvieron acceso a la salud gratuita, como cualquier canario.

“Nuestra primera casita se la alquilamos a un chileno llamado Max, que vivía en la isla hacía treinta años y se había casado con una alemana. Tenían juntos una propiedad inmensa en la montaña y no dudaron en alquilarnos, aunque no contábamos ni con contrato de trabajo ni empadronamiento en ese primer momento. Normalmente, son requisitos básicos para alquilar una propiedad. Nos vieron cara de soñadores, de querer lograr el sueño de dejar Latinoamérica para vivir en Europa y buscar una vida mejor”, destacó.
Playa y trabajo
“Nos llamó la atención la cantidad de empleo disponible. Era entrar a trabajar a un bar, un restaurante, o un negocio de ropa y, si no te gustaba, renunciabas y al día siguiente estabas en una entrevista para empezar en otro lugar”, continúa Tomás, quien el primer año se desempeñó como camarero en un restaurante italiano frente a la playa, donde pudo deleitarse con impresionantes puestas del sol cada día.

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Surfeaba y disfrutaba de la playa, por la mañana; y trabajaba, por la tarde. Agrandar imagen
Surfeaba y disfrutaba de la playa, por la mañana; y trabajaba, por la tarde.
“Los días eran muy buenos, me levantaba a las 7 de la mañana para surfear con mis compañeros, salíamos del agua tipo 12 e íbamos a trabajar. Terminaba cansado, pero me rodeaban paisajes increíbles y gente de todos lados, uruguayos, italianos, australianos, españoles, entre otros. En una ocasión atendí a Maravilla Martínez, fue muy amable y me dejó buena propina”, sonríe.

Con el paso de los meses, Tomás seguía encantado, aunque algo asombrado: los canarios resultaron ser más parecidos a los latinos que a los europeos, como si fueran una fusión entre cubanos, venezolanos y españoles, algo que minimizó el choque cultural y facilitó su cotidianidad.

Por otro lado, se halló acompañado de inmigrantes con vivencias similares y, en consecuencia, siempre dispuestos a ofrecer su casa, o a ayudar con los trámites: “Toda la gente con la que te cruzás te quiere dar una mano, por lo que es muy fácil también conseguir cosas como un auto de segunda mano y, ni hablar, muebles. ¡La gente `tira a la basura´, muebles, plantas, tablas de surf, reposeras!; enseguida llenamos el jardín hasta con una parrilla”.

Todo parecía marchar bien para Tomás, quien, junto a su pareja, encontró un buen equilibrio entre esfuerzo y placer. Entre los dos ganaban 2200 euros, pagaban 600 de alquiler y el resto lo reservaban para comprar comida, disfrutar y ahorrar.
Un nuevo proyecto
Febrero de 2020 llegó satisfactorio, aunque con ganas de buscar cierta calma por fuera del ritmo de la ciudad de Tenerife. Luego de haber recorrido toda la isla y juntado una considerable suma de dinero, decidieron mudarse a Fuerteventura, famosa por su vida tranquila, buenas olas e inmensas playas de arena blanca.

“Renunciamos a nuestros trabajos, cancelamos el contrato de alquiler, metimos todas nuestras plantas adentro del auto y nos fuimos en barco a Corralejo, en el norte de Fuerteventura”, cuenta Tomás. “Por supuesto, no imaginábamos lo que nos esperaba”.

Fue el principio del fin. Algo que se oyó insólito, llamado cuarentena obligatoria, los atrapó en su nuevo comienzo en aquella pequeña ciudad donde no conocían a nadie y en donde, dada la situación mundial, las posibilidades de conseguir trabajo menguaron, y la competencia para conquistar un puesto, emergió inmensa. Y así, de un momento a otro, todo lo que parecía paradisíaco se transformó en nostalgia e incertidumbre.

“El 2020 fue muy duro, extrañábamos mucho a nuestras familias y amigos. Nos encontramos solos en una isla en medio del océano, cerca de la costa de África. Lloramos, nos replanteamos mil veces si lo que estábamos haciendo estaba bien, si valía la pena nuestro sueño de vivir en el mar, dejando de lado nuestro pasado, nuestro hogar”.
Volver a casa
El dinero ahorrado les alcanzó para unos meses de alquiler y comida. El seguro de desempleo, por fortuna, los ayudó cuando casi todo se había acabado, pero, para diciembre, el panorama no era alentador y las pocas “changas” que iban consiguiendo se terminaron. Así, con los últimos euros, compraron los pasajes de vuelta. Dos años habían pasado, cuando Argentina los vio volver.

“Ni nuestros padres ni amigos podían entender la decisión, el porqué del regreso si Argentina estaba tan mal. Lo cierto es que en los momentos de crisis como los que nos tocaron vivir, la balanza se inclina hacia el lado de la familia y los sueños quedan postergados”.

No solo la fantasía de un futuro mejor en Europa se había desvanecido, la pareja también. Algo habían perdido al regresar, ya no los unían los proyectos, los sueños: “Nos separó el miedo, la frustración”.

“Por mi parte, me había olvidado cómo era la Argentina, o me había convencido a la hora de sacar el pasaje que no todo sería tan malo. No recordaba la inseguridad, el abandono, la pobreza, la eterna dirigencia de un gobierno mediocre, la corrupción. La persecución al laburante”.
Emprender, como respuesta
A los cuatro meses de su llegada a la Argentina, en Tomás comenzó a crecer el deseo de volver a España, pero, esta vez, llevarse consigo a su familia. Sin embargo, una nueva esperanza comenzó a amainar aquella idea cuando la cuarentena comenzó a ceder.

Emprender, reformular y reinventarse ha sido, tal vez, el camino de muchos argentinos para sobrevivir a la pandemia. Para Tomás, ese espíritu creativo tan característico significó su salvación y su mecanismo para volver a recuperar el entusiasmo en un suelo que consideró dejar atrás por segunda vez.

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Junto a su hermana Sol, en el emprendimiento familiar que tienen en Puerto Yeruá. Agrandar imagen
Junto a su hermana Sol, en el emprendimiento familiar que tienen en Puerto Yeruá.
“Mi familia es productora de plantas florales y se encargan de la producción y comercialización en un pueblito cerca de Concordia, que se llama Puerto Yeruá. Estuvo abandonado por dos años, la pandemia tuvo un efecto devastador”, explica Tomás. “Con mi regreso, decidimos con mi hermana retomar el negocio familiar. Empezamos los trabajos en febrero y, con mucho esfuerzo, lo sacamos a flote”, se emociona.

“Hoy en día nos está yendo muy bien por suerte. Nuestro emprendimiento se llama Vivero Yeruá y, con mi hermana, Sol, nos dedicamos de la venta al público y también tenemos una cafetería, somos un Vivero Café. Armamos algo muy turístico y todos los fines de semana vienen personas de toda la región a visitarnos”.

Tomás se fue de la Argentina para cumplir su sueño de vivir en el mar, uno que, tal vez, en otros tiempos se lleve a cabo. A la Argentina regresó perdido, y luego arrepentido, pero, finalmente, halló una nueva meta que lo conmueve y le indica que hoy es tiempo de permanecer.
“Es impagable”
“Volví a Argentina y todavía me planteo cosas como, por ejemplo, el hecho de que estoy trabajando desde marzo y todavía no pude comprarme un vehículo propio, ¡bah!, que en realidad no estoy ni cerca, y allá lo comprás con un mes de trabajo. Vivir en Europa me hizo dar cuenta de todas las posibilidades y facilidades que tienen los ciudadanos del `primer mundo´ y que nosotros estamos a años luz”.

“Pero estoy acá, trabajando en algo que es mío, me levanto todos los días y quiero hacerlo crecer, mejorar, y lo amo... ¡Eso es impagable!”, dice conmovido.

“El aislamiento de la cuarentena en otra tierra me hizo valorar mucho la mía. Estar lejos te hace extrañar cosas impensadas que de pronto ya no las tenés, como la lluvia, el clima, los árboles, pisar el pasto descalzo, el río. A veces me sentía un tonto por extrañar esas cosas mientras estaba sumergido en un mar transparente, pero es algo que te nace de adentro y no lo podés frenar, y comenzás a sentir una ansiedad por recuperar tu anterior vida que no te deja disfrutar del presente que estás viviendo”.

“Vivir en el campo es a veces duro y bastante solitario, el trabajo es agotador. Pero el contacto con la naturaleza lo vale”, agrega pensativo. “Sí, apenas volví quise irme enseguida, ahora quiero quedarme para hacer crecer nuestra pequeña empresa y para que a mi familia le vaya bien”, concluye.
Fuente: Carina Durn para diario La Nación.

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