Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
“Cerca de Concordia, en el noreste de Entre Ríos, el paisaje natural de Puerto Yeruá se presta para pescar, navegar y hacer caminatas”, dice el inicio del relato que lleva la firma de Cristian Sirouyan de diario Clarín.

A continuación, El Entre Ríos reproduce el texto:

El desvío de 17 kilómetros hacia Puerto Yeruá aparece perfectamente señalizado en una de las continuas lomadas de Entre Ríos que trepa la doble vía de la ruta 14. Sin embargo, lejos de las calles amplias y las avenidas revestidas de plantas ornamentales de este pueblo, poco y nada se sabe del paisaje natural que lo enmarca, una sugerente postal litoraleña atravesada por las fragancias que emanan del bosque ribereño.

La barranca costera -un soberbio paredón de tierra, roca basáltica y enredaderas trepadas a los árboles, encaramado unos 12 metros sobre la playa- es un balcón perfecto para jugar a encontrar la mejor panorámica. A esta altura, aguas abajo del furioso torbellino agitado por la represa Salto Grande cerca de Concordia, el río Uruguay pasa de largo sin prisa, como una fiera domada. Lo delata un rumor casi imperceptible, que los trinos de los pájaros, el sonido de los grillos y el tableteo de los remos que empujan los botes silencian cada tanto.

Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imágen

Agrandar imagen
“Por suerte, acá la pesca está muy cuidada. Sólo se permite sacar un ejemplar y a mí me fue bárbaro”, comparte su satisfacción Walter Gómez, que regresa de una excursión embarcada sosteniendo a dos manos la respetable pieza de dorado que acaba de conseguir río adentro.

Gómez conoce al dedillo las coordenadas para volver a casa con el mejor semblante tras una jornada de pesca en el río Uruguay: el lugar más recomendable es Paso Hervidero -donde funciona una cantera de piedra mora-, conviene atraer los peces con carnada viva de mojarra, morena o cascarudo y ser muy pacientes, para esperar también que llegue el pique de boga y variada.

La vida social de los pobladores de Puerto Yeruá -acotada aunque muy apegada a los espacios públicos- reconoce sus puntos de referencia en los senderos de césped y el anfiteatro de la plaza Quirno Costa, las anchas veredas de los bulevares San Martín y Tomás de Rocamora y la ferretería, estación de servicio, corralón y minimercado de Matías Bertochi, la cara visible de un audaz emprendimiento, que la familia Logegaray inició hace más de un siglo en medio del minúsculo paraje. Algo así como un poderoso faro que irradiaba sus destellos en un mar cubierto de bruma.

Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imágen

Agrandar imagen
Uno tras otro, hombres y mujeres puertoyeruenses aprovechan la brisa fresca del atardecer para acudir al almacén polirrubro del pueblo, una excusa para embarcarse en largas charlas con amigos de toda la vida y, de paso, invitar a algún forastero desprevenido a conocer las esculturas del Paseo del Bicentenario.

A lo largo de una cuadra de la avenida Presidente Néstor Kirchner, cuatro artistas del grupo Tallistas en Acción representaron la fauna del litoral entrerriano a través de sus obras. La impactante expresividad de “Guirá pirá” (nombre en guaraní del pájaro martín pescador), “Oteador”, “Hoco guazú” (“garza”, según la cultura guaraní) y “La zambullida del surubí” armoniza con la enorme reproducción de un pescador devolviendo su presa al río, concebida a unos metros de allí.

Con esa perturbadora figura que emerge de entre los canteros del bulevar San Martín, la arquitecta Laura Fontán, la escultora Teresita Blasco y la paisajista Alejandra Jaurena advierten sobre la depredación de la fauna ictícola. La veda total que rige para pescar surubíes tiene directa relación con el mensaje desprendido de la escultura “La devolución”.

Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imágen

Agrandar imagen
La pesca en esta zona es abundante pero hay que cuidar el recurso. Si no, se acaba”, ilustra tajante un cliente de Bertochi, antes de sugerir una caminata por la selva en galería y una foto clásica del pueblo, en la que no puede faltar la plaza principal ni la iglesia San Isidro Labrador.

Mientras florecía con el aporte de 17 colectividades -llegadas desde la época fundacional, en 1888-, Puerto Yeruá cobijó un embarcadero bastante más activo que el actual, una bodega de vinos, fábricas de aceite, cerámicas y agua mineral y vivió etapas esplendorosas de la producción de cítricos y la actividad ganadera.

Todo eso fue barrido como un frágil castillo de naipes por las estocadas de las crisis económicas que afectaron el país. Hoy soplan aires de renovación alrededor de bungalows, cabañas, paseos embarcados, cabalgatas y circuitos de mountain bike. Con esos argumentos, la gente de Puerto Yeruá vuelve a posar la vista en el río y vislumbra un futuro posible.
Fuente: Diario Clarín.

Enviá tu comentario