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"Me ahogué, me quedé sin palabras", atinó a responder Omar Tabarez oriundo de Concepción del Uruguay, el trompeta del Regimiento 25 cuando se enteró que sería parte del contingente de familiares que viajará a las Islas Malvinas el 13 de marzo.

Es que la de Tabarez es una historia que lleva casi 37 años. Como Cabo primero músico del Regimiento 25 fue a las islas como trompeta. Si bien estaba armado, su principal tarea en el esquema de la guerra moderna, en los ataques aéreos ingleses al aeropuerto de Puerto Argentino, fue la de insuflar épica y tocar "a la carga" y así darle ánimos a sus compañeros.

También fue el fiel custodia de la bandera del regimiento, cuyo sol con los sables de algunos de los oficiales de esa unidad quedaron enterrados en las islas.

Llegada la rendición, un soldado escocés de nombre Tony Banks, se quedó con su trompeta. Terminaría en una vitrina en un museo privado en las islas británicas. Casi 30 años después, ese mismo soldado, devenido en exitoso empresario, lo buscó para devolvérsela. Y así una fría tarde del 14 de junio de 2010, Tony Banks tocó timbre en la casa de Moreno donde vive Tabarez y sólo le dijo: "Ahora puedo morirme en paz".

Pero esa parábola de la vida del ex suboficial, hoy profesor de Historia -profesión que eligió especialmente para encontrar respuestas a los miles de interrogantes que plantea la cuestión Malvinas- todavía no tiene un fin. Pero sí un por qué.

El uruguayense Omar Tabarez viajó por primera vez a las islas con un doble mandato. Acompañar a los familiares de los caídos y tocar el minuto de silencio y así se reemplazó el sonido de las gaitas que venía acompañando estas ceremonias. La iniciativa partió de la Comisión de Familiares, que le propuso a la embajada británica la posibilidad de llevar a un trompeta, y que el candidato con todos los votos era Tabarez.

Teléfono de por medio se nota su emoción al hablar: “fue muy fuerte, sobrellevar ese proceso de angustia, ansiedad”. Relató que en su estadía en Darwin entre las 8 y las 15 pudo apreciar cosas muy importantes: “ver a esas madres y padres abrazados a la cruz de sus hijos. Por primera vez en 37 años se desplegó la bandera argentina en el cementerio y se tocó el minuto de silencio con mi trompeta. Por suerte pude hacerlo, no me traicionó la emoción ni la respiración. Cumplí con mi misión y el honor”.

También acompañó a familiares de ex combatientes de su ciudad, "encontré a los hijos de Misael Pereyra. Dialogamos mucho. Estuvimos varias horas tomando mate frente a la tumba de su papá, a quien según ellos contaron le gustaba mucho el mate”, contó sobre ese diálogo. Fueron 62 los familiares que llegaron hasta Darwin para homenajear a los nuevos soldados identificados: 112 han recuperado sus nombres desde que se inició el Plan proyecto Humanitario. Solo faltan 10 y ya no habrá soldados argentinos solo conocidos por Dios en Malvinas.
Lo vivido por familiares
El vuelo de Andes 682, rentado por Aeropuertos Argentina 2000, partió desde Ezeiza pasadas las cuatro de la mañana. Dos horas y cuarenta minutos más tarde, los pilotos Pablo Linari, Tomás Martin y Federico Serino aterrizaron en Mount Pleasant con los 165 pasajeros que, sin dormir y con las emociones contenidas, sintieron cómo los rayos del sol les daban la bienvenida en la Isla Soledad.

“Hasta esta madrugada llovió”, dijo en un difícil y gentil español un asistente que selló los pasaportes y confirmó que la habitual inclemencia del tiempo en el sur había cambiado para recibir a las familias de los héroes.

Los 40 minutos en ómnibus que separan el aeropuerto del cementerio se hicieron en silencio. Las miradas, clavadas en las áridas tierras verdes y amarillas.

Entonces llegó el sonido de los pasos sobre el camino de ripio. Y los rosarios. Y los sollozos de las madres que encontraban a sus hijos después de más de tres décadas. Ahora son las voces y las lágrimas, los rezos y los abrazos los que quiebran el silencio en esta inmensa soledad. “Su cuerpito esta ahí, ya puedo quedarme tranquila”, dice casi susurrando, con las manos juntas, los ojos con lágrimas, Cristina Lera, la mamá del soldado Luis Sevilla.

Llora entonces Miriam, quien despidió a su único hermano siendo una adolescente y tres décadas después lo sigue extrañando como el primer día. Y le habla a la cruz blanca. Le cuenta que todos los 28 de mayo, día en que murió, ellas le preparan el locro que tanto le gustaba. “La cartita que enviaste de Malvinas diciéndonos que hacía mucho frío está en un cuadro en casa”, le dice. La congoja le aprieta la garganta cuando explica que él podía no haber hecho el servicio militar porque era el único hijo sostén de madre soltera. Pero pidió ir porque le había tocado la Fuerza Aérea y decía que eso le daba oportunidad de progresar y estudiar. “Él le dijo a mi mama ‘así puedo comprarte una casa y no andamos de aquí para allá sin tener donde vivir’. Y pobrecito le dio la casa, pero la pagó con su vida”, recordó con angustia.

De rodillas, Mabel Godoy besa la cruz de Víctor Rodríguez, el joven que la enamoró desde aquella vez que caminaron juntos a Luján para orarle a la virgen cuando ella apenas había cumplido los 17 años. Fue su primer y gran amor. Pero la guerra se lo arrebató.
Fuente: Infobae

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