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En la revista norteamericana "The New Yorker", en el número correspondiente al 6 y 13 de julio pasado, se publica una extensa crónica sobre lo ocurrido en las islas Malvinas después de la desgraciada guerra de 1982. Va aquí un resumen del mismo.

En ese otro mundo no hay isla Soledad ni Gran Malvina, sino allá en 1982 Falkland del este y del oeste y un conjunto de 700 pequeñas islas e islotes algunos deshabitados, y unos 1800 pobladores en su mayoría de origen escoceses, de la quinta generación, que trabajan en granjas dispersas en el Camp (campo), y una pequeña comunidad de administradores ingleses en Puerto Stanley. Gran parte de las granjas eran administradas por la Falkland Islands Company, similar a lo que fue la East Indian Company. Los dueños de las mayores tierras vivían en Londres y raramente visitaban sus propiedades. En la isla se mantenían los ritos imperiales con el gran baile de Mayo y el "Dios salve a la reina", pero todo sugería una sociedad en riesgo de extinguirse.

Las granjas estaban muy aisladas, no había caminos y se tardaba muchas horas para cubrir distancias muy cortas y a caballo. Eso hacía que había que buscar refugio en la granja que uno encontraba, cuando caía la noche o la tormenta. Una precaria radio comunicaba P. Stanley con 40 granjas, pero las comunicaciones no eran individuales y cualquiera de los abonados podía escuchar y participar en las conversaciones de terceros y de los consejos que el médico creía apropiados a las consultas, casi públicas, que se le hacían. Pocas escuelas, tenían un sistema de maestros viajeros que visitaban alguna granja por dos semanas cada 2-3 meses para educación de los niños, pero se consideraba imprudente enseñar demasiado bien.

Las granjas eran en gran parte autosuficientes, se comen los corderos u ovejas que se criaban, los huevos de los pingüinos con su gran yema roja y sabor a algas, una precaria huerta. El alcohol estaba racionado. Como frutas, lo posible eran bayas silvestres y había envíos mensuales del continente. El correo llegaba una vez al mes y se anunciaba con una fogata si el correo era local o con dos si llegaba de Inglaterra. No había prácticamente dinero, se abrían cuentas de crédito en las proveedurías y al final de años se hacía un balance. El alcohol estaba racionado. La esquila se hacía como en la Escocia natal, de la época en que emigraron; en los últimos años habían llegado algunos esquiladores de Nueva Zelandia que le enseñaron nuevas técnicas y el uso de modernas herramientas. Esto fue un gran avance, pues se hacía mucho más rápido y se evitaba contratar peonada que permanecía inactiva muchos meses. Al fin de la esquila había una semana de competencia deportiva: carrera de caballos, campeonato de esquila, gin tonic para el desayuno y baile hasta la madrugada. La lana de oveja es de excelente calidad.

Hacia 1980, las granjas más grandes fueron subdivididas, pero su tamaño hacía dudosa la supervivencia. En 1980, un ministro del Foreign Office visitó las islas y sugirió a los isleños un entendimiento con la Argentina, similar al que se hizo con China respecto a Hong Kong: un" lease back agreement", por el cual el que vende se transforma en inquilino y el que compra en propietario. Los isleños no mostraron entusiasmo. El diario local "Penguin News" expresó: "En un lugar donde su gente es bien consciente que la lealtad expresada por varias generaciones es rápidamente olvidada, ellos no se sorprenden de ser empujados un poco más al frío".

El 2 de abril todo cambió. El Ejército argentino proclamó su llegada para acabar con el colonialismo, decretó obligatorio hablar en español y manejar por los carriles derechos de calles y caminos. El conflicto duró 74 días, murieron 650 soldados argentinos, 250 británicos y 2 malvinenses. Después, las condiciones cambiaron muchísimo. Se les dio a los malvineses plena ciudadanía británica y un gobierno independiente en todo, menos defensa y relaciones exteriores. Se ofrecieron becas para estudiar en universidades británicas con pasajes anuales a las islas para visitar a su familia. Las islas Oriental y Occidental fueron unidas por un ferry, aparecieron piletas de natación, se exploró el petróleo en las plataformas y se encontró oro. Se libraron permisos de pesca para el mar circundante, que hasta entonces no se habían concedido para no irritar al gobierno argentino. Aparecieron los grandes cruceros, rumbo a la Antártida. Se duplicó la población: se instalaron sudafricanos, filipinos, rumanos, chilenos e inmigrantes de la isla de Santa Helena y Kuwait, aparecieron las agencias de turismo y el ingreso per cápita llegó a ser similar al de Noruega o Qatar.

Debe haber sido una época hermosa, pero ahora el precio del petróleo bajó, los cruceros parados... ¿el Covid-19 les habrá llegado?

Esto es un torpe resumen del artículo de Larissa Macfarquhar, "An ocean apart".
Fuente: El Entre Ríos

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