Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
La verdad es que si de política siempre entendí poco, ahora de política no entiendo nada. Hasta llego a pensar no ya si alguien entiende algo de eso, sino algo aún peor, que casi no me atrevo ni a escribirlo, ni mucho menos a decirlo en voz alta. Es que de a ratos me da la impresión de que son los políticos los que, al estar como están matándose entre ellos, van camino de terminar con la política. Algo parecido a lo que pasa con el sindicalismo y los sindicatos. Y mejor no seguir buscando ejemplos de “auto degollados”, porque de ser así creo que no se salva nadie, o por lo menos muy pocos.

Entre los que no me incluyo, porque en los intervalos lúcidos, o sea en los momentos en los que estoy plena y acabadamente consciente de todo lo que pasa a mi alrededor, me pongo a pensar si no es una manera de auto degollarse mirar las cosas lo más tranqui que se pueda desde un campanario, observando con gélida mirada de indiferencia, a la verdadera carnicería que no puede dejar de verse que se da sin tapujo alguna en los planos más terrenales.

De cualquier manera, para tratar de olvidarme y que todos se olviden de esa tremenda tragedia, nada mejor me parece que tratar de distraerme buscando una palabra que para mí falta, si no es que estoy equivocado, en esa peculiar jerga no ya de las ideas políticas -la que no es jerga- si no en el habla hueca, por no decir otra cosa, de los políticos -no me atrevo a llamarlos politicastros- a nivel de calle.

Parto del hecho que hubo un tiempo en el existían partidos políticos, que es lo mismo que decir verdaderos partidos, merecedores de llevar ese nombre, y no los amuchamientos que hoy en día se los ve casi de tamaño microscópico a muchos de ellos, y que se los ve para colmo cada día, sino cada hora, cambiando el nombre del rejuntado.

Porque cuando había partidos como la gente, había una variedad infinita de nombres, para bautizar a aquellos que abandonaban al que los cobijaba y cruzaban la raya, en busca de otra tienda. Parecía que no podía haber deshonor más grande. Era casi como si uno matara a la propia madre. Porque cada partido era como una familia bien avenida, por más que de vez en cuando se diesen chisporroteos de intensidad variada, y los correligionarios, como así se llaman a los que después fueron camaradas y compañeros, y ahora a casi todos se les da como mentarse de militantes, eran como hermanos, arrullados por la voz de los que ahora se conoce como referentes máximos.

Y como digo para los que así se comportaban había un primer mote que era el de “carnero”, al que se agregaba otro más incómodo como era el de “dado vuelta”. Se hablaba también del “vendido” y en contadas ocasiones que yo sepa de “traidor”, porque esa hace referencia a una cosa enormemente mala.

Al desdibujarse los partidos, hubo quien hablara de la “borocotización” de la política, por la trapisonda que se mandó el hijo de Borocotó, el grande; y hasta dejó de ser un insulto el sentido en el que se empleaba la palabra tránsfuga, que en otros tiempos y con otras costumbres el que pronunciara esa palabra iba por él así señalado, llevado por injuria a tribunales.

Pero la cuestión es hoy es otra, la que no encuentro palabra alguna para aplicarle. Es la de quienes se los ve dedicados a juntar votos y no les hacen asco a nada, porque se da también el caso que no solo buscan sino que toman a todos los que llegan sin siquiera perder un momento en mirarles la cara. Por qué no, “cartoneros políticos” me han dicho. Y, he reaccionado indignado por el respeto que me merecen no ellos, sino los sufridos cartoneros.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

Enviá tu comentario