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El Belgrano Cargas, descarrilado
El Belgrano Cargas, descarrilado
El Belgrano Cargas, descarrilado
Mirando a nuestro entorno, e inclusive haciéndolo con la Tierra entera, encontramos un número casi infinito de situaciones en las que se hace presente esa caracterización de la manera en que marchan nuestras cosas o las ajenas. Pero dejando de lado lo que resulta una apreciación correcta de carácter general, nuestro propósito es el de detenernos en un caso concreto, para luego procurar ubicarlo dentro de un contexto más amplio –que bueno es señalarlo- quedará apenas esbozado.

Es que todo lleva a concluir que a los tumbos vienen marchando los convoyes ferroviarios del “Belgrano Cargas”, que lo hacen utilizando las vías de nuestro casi olvidado Ferrocarril Urquiza.

Es que como sucede con el caso de los asesinatos en Rosario, donde el promedio es de uno diario, en este caso se está avanzando, sin prisa pero también sin pausa, en dirección a que se genere un descarrilamiento diario.

Y al respecto, la incógnita mayor no reside en el hecho del momento en que se alcanzará ese promedio, sino el lugar en el que se producirá ese descarrilamiento. Por el momento, lo único positivo que esos infortunios dan cuenta, es el estar en condiciones de prestar atención a la variedad de cargas transportadas en los vagones siniestrados, algo que nos viene a decir de la importancia que tiene, y lo muy superior que podría llegar a tener, el contar con un sistema ferroviario que, aunque no fuera de excelencia, no diera muestras de su desvencijamiento actual y de todo lo que es necesario hacer para revertir ese estado de cosas.

Es que el contar con un sistema ferroviario con esas características, que ahora están notoriamente ausentes, es un asunto que se debiera tomar con una seriedad extrema por lo absoluto, en la medida de su vital necesidad para el desarrollo de la capacidad productiva a precios internacionalmente competitivos de nuestros recursos de todo tipo.

Es por eso que consideramos hasta condenable, una humorada incorrecta, que se ha podido escuchar estos días en Concordia, cuando en una mesa de café, uno de los sentados en torno a ella aventuró la que consideraba, no se sabe si solo imaginativa sino también y sobre todo malévolamente irónica propuesta, de organizar una suerte de tómbola, cuyo premio iría a caer en manos de quien acertase en el lugar donde se produciría el aparentemente inevitable descarrilamiento de otra formación ferroviaria en esas vías.

Pero si lo anterior es un ejemplo extremo de lo que es no tomar el tema en serio, también lo han sido “los experimentos ferroviarios” de la era urribarrista –obsérvese que hablamos de experimentos y no de verdaderas experiencias-, los que en la mayor parte de los casos terminaron en un fiasco, sepultados en un impiadoso olvido, en la medida en que cuesta que se vuelva completo.

Y permítasenos efectuar una digresión, para preguntarnos si ya se sabe o se sabrá cuánto nos costó a los entrerrianos esta aventura urribarrista, que, con muchas otras diabluras, le hizo merecer al entonces funcionario, como premio con el que se lo quisiera distinguir, una embajada; algo que nos lleva a no querer pensar cuantos casos similares a este se vienen dando en el país, y que vienen a explicar el hecho que también él marcha a los tumbos.

Todo lo cual nos lleva a rescatar del olvido los proyectos de “tren bala” –porque se trataba de más de uno, aunque avanzaran en diversas direcciones-, que durante largo tiempo a niveles de gobierno aparecía y volvía a aparecer en el escenario público, hasta el punto de que fuimos los engañados, por incurrir en la mala práctica de creer que los anuncios de los funcionarios gubernamentales son sistemáticamente en serio, algo que inclusive ha impedido que mostremos curiosidad en saber cuánto es lo que se invirtió en “gastos preparatorios” de esa nada.

De lo que sí estamos convencidos, volviendo ahora a seguir dando tumbos, es que tratar de hacer funcionar este servicio ferroviario en las condiciones actuales, es una nueva manifestación de ese voluntarismo al que no resulta excesivo calificar de trágico, del que es su prueba más acabada la circunstancia de convencernos de que se puede desplazar a la realidad, reemplazándola por un relato.

“Se trata de las vías, estúpidos”, es lo que cabría que dijéramos remedando las palabras que, según una historia que da más la impresión de ser una leyenda, encontró escritas en el pizarrón del aula de una escuela perdida en la inmensidad del territorio, Bill Clinton en ocasión de un recorrido en plena campaña presidencial, frase en la que se asociaba la estupidez con la economía y no con las vías, como es nuestro caso, y que lo llevó a replantear su acción proselitista.

Es que según hemos podido escuchar, aunque sin tener plena certeza de la fiabilidad de los que así opinan, el estado de las vías, para tener la certeza que no se produzca un accidente de los mencionados, no permite circular sino a menos de 13 kilómetros horarios. O sea, apenas el doble de la velocidad a la que circula una persona caminando a un buen ritmo parejo. Algo que en un primer momento nos llevó a pensar en un “tren lechero”. Aunque en seguida rectificamos esa primera impresión, a la que sustituimos con la de “tren carreta”.

Tren carreta, para un país carreta. Algo que sería correcto decir, si no estuviéramos emocionalmente destruidos, ya que habría que hacer referencia, siendo muchos los que así lo describen, cuando se los escucha aludir a un “país cangrejo”.

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