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Además de las vidas perdidas por la epidemia de Covid 19, que se cuentan cercanas a los tres millones, ¿cuántas otras cosas desaparecen o quedarán olvidadas cuando ella se aleje o se atempere, o lo que es menos probable, desaparezca? Lo primero que me parece está llegando a su fin es el saludo habitual del apretón de manos. ¡Tan natural que parecía....!

Es una saludo antiquísimo. Lo muestran esculturas mesopotámicas: un Rey Asirio estrechando la mano de un Rey Babilónico. Homero lo menciona en sus poemas y con diferentes variantes se lo encuentra en todo occidente; como un gesto ritual que muestra las manos desarmadas, rubricando bienvenidas, acuerdos, triunfos, pésames. Los modos de saludos equivalentes han variado entre las diferentes culturas. Así, los tibetanos sacan la lengua, los maoríes se tocan con las narices, los etíopes los hombros, los walbiri (una tribu australiana) se tocan el pene, así como los romanos terminaban un juramento tocándose un testículo. Los asiáticos le quitaban énfasis, a veces se limitaban a juntar las manos a la altura del tórax, acompañada de una inclinación de cabezas. Un apretón de manos muy fuerte era un signo de violencia.

Para los primates no humanos, monos y gorilas, el tocarse es esencial como método de socialización; cuanto mayor es el grupo más tiempo pasan en esa tarea, que le permite hacer aliados y mantener relaciones, reduciendo la agresión. Privados de este toqueteo pueden llegar a matarse. Tocar la piel parece estimular al nervio vago, el gran nervio del parasimpático. Estudios radiográficos de alta sensibilidad han demostrado que estos estímulos cutáneos activan las áreas cerebrales donde se procesan las recompensas.

Pero no solo se trataba del apretón, la palma abierta para el encuentro de la otra, perpendicular al suelo y luego encerradas por los dedos. Se acompañaba de una mirada firme a los ojos; mayor afecto se demuestra al tocar el antebrazo de quien nos saluda. El apretón debe ser firme. Nada desazona tanto como la mano que cae en la nuestra como una cosa muerta. Un admirador de Graham Greene dejó de leerlo cuando supo que sus manos eran fofas y sudorosas en el saludo. Las mujeres un tiempo estaban fuera de este rito, se las saludaba con una inclinación de cabeza, tocar el ala del sombrero. Como los tiempos cambiaron, ahora toman parte del saludo como cualquier hombre.

La mano que saludó a alguien muy preciado guarda un cierto prestigio. Un admirador le preguntó a James Joyce ¿"Puedo estrechar la mano que escribió "Ulises"? A lo cual Joyce respondió: “Seguro que no. Hizo otras cosas también”. Sus lectores, suspicaces, pensarían que algunas de esas cosas no serían del todo decorosas (el "Ulises" tampoco lo era). Los cuáqueros fueron en el siglo XVII los grandes difusores de esta forma de saludar, eludiendo las formas y modelos más aristocráticos.

Desde hace años hay campañas para evitar el dar la mano como saludo; propugnaban este cambio los pediatras que atienden a recién nacidos en internación. No hay dudas que la piel está habitualmente muy contaminada .Un médico vienés Ignacio Semmelweis (1818-1865) libró una verdadera batalla en un hospital de Pest, y la Europa central para demostrar que la fiebre puerperal, que mataba a gran número de parturientas, se debía la mala higiene de los médicos tratantes, que en sus sucias manos llevaban la infección de una paciente a otra. Las manos son tanto o más contaminantes que las gotas de Flugge en el aire espirado. Se calcula que 1 cm2 de piel puede albergar bacterias hasta en un número de 10 a la 7.

Nuevas formas de saludo han surgido, tocar los nudillos de los puños, o simplemente elevarlos, algunos parecen usar el pie, pero esto aún no lo he visto, acercar los hombros hasta tocarlos puede ser una opción. Chocar los codos. Las maniobras para masaje cardíaco externo son peligrosas en tiempos de epidemia, se ha descrito cómo hacerlo usando los pies, apretando fuertemente el talón, una y otra vez, sobre el tórax. No me gusta, creo que preferiría que me dejaran morir, pero llegado a esa circunstancias dudo pregunten mi parecer.

¿"Y el beso, abuelo"? me susurra la nieta, que leía por encima del hombro. Estoy cansado y esa es una larga historia.
Fuente: El Entre Ríos

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