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Me hubiera gustado estar en la Rural cuando Greenpeace desplegó los banderines amarillos. Fueron amarillos, cierto; pero hubieran debido ser verdes, si este color no estuviera envuelto en la polémica. No menos que el color papal, que se está tornando día a día más pálido. Lo cierto es que esos carteles que proclamaban una verdad a gritos, motivaron inmediatas demandas contra el movimiento que las propició, cuando debieron ser dirigidos contra los servicios de seguridad pues y si ¿en vez de suplicantes carteles hubieran sido bombas? Si bien todo esto pudo ser un sketch de los hermanos Marx, algo olvidados pese al ilustre apellido, no dejo de pensar en la enorme oportunidad perdida para el gobierno y para la misma Sociedad Rural. Por ejemplo: al desplegarse el último afiche, el presidente de la misma toma la palabra y promete un inmediato plan de forestación que rodeará toda nuestra pampa húmeda y se prolongará a lo largo de caminos y a la vera de ríos, arroyos y cañadas. A su término, el secretario de Ambiente propone una expropiación de algunas miles de hectáreas del Chaco y de las tierras salteñas comprometidas para un nuevo parque nacional. Imagino el fervor de la audiencia, aplausos, sombreros en alto, hasta el son de un clarín que alguien trajo a escondidas. ¡Una oportunidad perdida! Y ahí está el arte y el juego de la política: de una cosa gris hacer surgir un sueño dorado. Ustedes me dirán: "Son solo promesas sin asidero". Pero, ¿hay otra cosa?

No seguí mirando el noticiero. Guardo el recuerdo de ceremonias previas, cuando reinaba en ellas algo de una religión muy primitiva. Una multitud rodeando a los vacunos lustrosos y llenos de escarapelas y miradas soñolientas, víctimas ellos también, sin saberlo, ignorantes de los millones que se barajan en torno a ellos, ídolos al fin... y reconozcamos que los tenemos peores. ¿Les traería el viento, en soleados mediodías, un tenue olor a asado?

(Sé de un señor que se metía en cama el día de los millonarios remates. Toda su vida de trabajo no llegaría al valor de la pata de un toro).

Pero en el mundo hay gente más inteligente, o acorralada por la necesidad. Etiopía, por ejemplo, vio disminuir sus bosques de un 35% de su superficie en el siglo pasado a un magro 4% en el año 2000. Se inició una gran campaña de reforestación. Cada habitante debe plantar no menos de 40 árboles. Se dio asueto a empleados de la administración y todos los habitantes colaboraron. Llegaron a plantar 350 mil árboles en un día. El plan es llegar a 4 millones de árboles. En voz baja les cuento: fueron superados en India. Aquí plantaron 500 mil en un día, no en balde los hindúes tienen muy buenas pos. Lejos y hace tiempo, leí que en Santiago del Estero, antes que talaran los quebrachos para los durmientes del ferrocarril, esos que compramos de manera infame, el clima era maravilloso, dulcísimo. Eso ya parece perdido, pero perdura quizás en el trato cotidiano de su gente, de extrema cortesía y cordialidad.

Pero aquí tenemos también un plan hermoso. Más que un plan, una realidad. En Salliqueló, una pequeña población bonaerense casi en el límite con La Pampa, se prometieron: por cada niño que nazca se plantará un árbol y se regalará un libro. Cada primavera censan los niños nacidos en el año y le regalan el árbol que será plantado y cuidado con ayuda de los padres, y contarán con una plaqueta en la que figurará el nombre del niño asociado a ese árbol. Otra localidad cercana ha seguido ese ejemplo. Al leer la noticia en La Nación del 07/08/19 no pude dejar de recordar la frase que un maestro -Leopoldo Khor- donó a su discípulo E. F. Schumacher, el que dio título a su libro "Lo pequeño es hermoso", considerado por algunos entendidos como uno de los cien libros más importantes e influyentes aparecidos después de la Segunda Guerra Mundial. Que ese ejemplo se desparrame a lo largo y a lo ancho.

Pero donde no nos estamos esmerando es en el partido de General Lavalle. 21 hectáreas de tierra del mismo reciben, desde hace 20 años, la basura de ese municipio y del Partido de la Costa. Se entierran 100 toneladas de desechos por día y hasta 300 en verano. El agua que va con la basura cae en las napas subterráneas y llega al océano, sin dejar de contaminar a vecinos y turistas. Pese a lo horrible, no creo que logren ningún récord. No terminará con nosotros un nuevo Chernobyl. Moriremos ahogados por la basura.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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