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Nada es en el día de hoy lo que parece. Tenemos, sin ir más lejos, el caso de los teléfonos, que hace tiempo que han dejado de serlo, para ser cualquier cosa menos eso.

¡Qué lejos estamos de los tiempos de los que me han hablado tanto, en que eran una caja pegada a la pared, con dos campanillas como ojos grandes a su frente, y al costado una manivela a la que había que dar vuelta para llamar!

Llamar no a otro “abonado” en servicio, como entonces se decía y ahora, según me cuentan, se sigue diciendo, sino a una telefonista -un trabajo de mujeres, aunque se escuchara también a algún varón- que era la encargada, clavija va, clavija viene, de establecer la comunicación que hacía sonar las campanillas de una caja similar. ¡Qué manera de trabajar! las telefonistas, digo.

Todo el día diciendo “número” y clavijeando, por más que tuvieran por compensación poder escuchar, de así quererlo, lo que charlaban los abonados conectados, algo que según me han comentado ocurría a menudo. ¡Qué mundo tan complicado, Dios mío!

En cambio hoy en día, como dije, los teléfonos son cada vez más chicos, y por lo mismo más fácilmente manejables y transportables, hasta el punto que estoy convencido que llegará el día que los recién nacidos vendrán con el teléfono incorporado, como un pequeño bulto detrás de la oreja.

Teléfonos cada vez más chicos, con los que se pueden hacer cada día más cosas, inclusive comunicarse con ellos. Y que a la vez son cada vez más caros y se conocen con nombres diversos. Que dicho sea de paso, sirven también para hacer pinta, y aunque dé un poco de vergüenza decirlo, para ser robados (¡!).

Y ahora, para quitarle trabajo a una pobre gente, porque eso de robar se ha transformado en un laburo profesional, trabajo insalubre, de jornada ilimitada que lo vuelve tanto diurno como nocturno, resulta que el gobierno se los viene a complicar, dando al que ha sido despojado de lo suyo en un verdadero acto de desprendimiento, el derecho de pedir que esos teléfonos, o como se los llame (que tienen un precio mayor que una moto, aunque no sé si de un auto), queden inutilizados y dejen de funcionar.

Bien dicen que este gobierno se ensaña con todos los que trabajan o quieren trabajar, incluso con los ladrones, aunque hay que reconocer que este no es un trabajo digno, al menos cuando el negocio es de poca monta.

Y como si esto fuera poco, ahora pareciera que se prohibirá el trabajo de los llamados “trapitos”, por más que para perseguirlos se los califique tanto de “prestadores de servicios de estacionamiento sin autorización legal” o de “limpia vidrios de vehículos en la vía pública”. Ya sé incluso cuál es el próximo paso, el de eliminar “los agentes de ceremonial encargados de abrir la puerta de un taxi a un viajero que llega a una terminal”, por más que en estos casos la retribución sea “a voluntad”.

¿Quién fue el que dijo “cosas veredes, Sancho”? ¿El Quijote o Miguel Ángel? En realidad eso no importa. Por más que está mal eso de “cosas veredes” porque no es cierto. Con todo lo que nos queda por ver…
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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