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No sabemos si pedir, o no, disculpas por este “neologismo”, el que en este mundo tan mal hablado, en el que la invención de las palabras por momentos se vuelve fascinante y anárquicamente caótica, nos atrevemos a considerar perdonable este atrevimiento. Es que cuando utilizamos el verbo “arbolear” -que no se trata de lo mismo que “arbolar”- no nos estamos refiriendo ni a revolear y tirar en cualquier parte ejemplares de este tipo, sino a una charla sobre los árboles, en que comentarios distintos se entremezclan sin orden, y mucho más sin método.

Es así como comenzamos esta suerte de revoloteo, elogiando el trabajo esforzado y meritorio que la administración municipal de Colón ha efectuado en Boulevard Gaillard, desde la Avenida Presidente Perón en dirección al río, sobre todo por el hecho que nos encontramos aquí ante una obra “redondeada”, es decir que cabe considerarla completada. En tanto, al momento de encontrarle un “pero” -¿qué sería de los periodistas si no pudiéramos entretenernos, en ocasiones, en buscarle una quinta pata al gato?- lo hallamos en el hecho que no se haya completado con plátanos toda la línea de arbolado central del bulevar, como era de esperar. El argumento, valedero, es que el plátano no se trata de una especie autóctona. Pero al momento de contra argumentar cabría señalar que la del plátano se trata de una especie “naturalizada”, como tantas otras, por los siglos transcurridos desde que se los ve crecer en nuestra tierra.

Félix de Azara, en sus libros de viajes por los lugares en los cuales hoy vivimos, señalaba, cuando estaba donde ahora estamos nosotros y entonces los escribía, que ya a fines del siglo XVIII se los veía, traídos de España, crecer en Asunción del Paraguay (¡¡!!).

Entramos aquí, entonces, en una primera cuestión de interés, cual es dejar establecido que especies de árboles autóctonos son compatibles con las exigencias del arbolado urbano. No lo es indudablemente el espinillo, a pesar de que su aspecto torturado y su forma casi achaparrada se ven compensados cuando en primavera se cubre de los fragantes aromos, y sin quedarnos en un solo ejemplo, podríamos sumar el del jacarandá, inexplicablemente menospreciado entre nosotros, al que se lo ve adornando avenidas en Washington o en algunas ciudades japonesas, país en el cuál se da el caso de la existencia de investigadores que se han ocupado de un mejoramiento genético y del que encontramos pocos ejemplares tanto en Colón, como las de la comarca. Y es bueno plantear la cuestión, no con el objeto de abrir un debate que resultaría más elevado y a la vez más inocente, que al que nos tiene acostumbrados nuestra incendiada actualidad, ya que precisamente en Boulevard Gaillard, excepcionando la regla -nada de extrañar en la ciudad, donde la excepción es la norma, y la norma es la excepción, a pesar de los dichos de algún funcionario municipal bravucón, quien dijo en modo llano que el pensamiento aquél del prócer que con la verdad no ofendía ni temía, lo mismo que puede decirse de la ley-; excepcionando la regla vigente, repetimos, de que el arbolado urbano exige que todas las calles cuenten con uno uniforme en cuanto a la especie de los árboles en ellas plantados, norma que nos parece sensata, pese a que no la han hecho respetar en el caso de la avenida/paseo. Donde se ha completado la forestación del lugar, según información recibida con ceibos y no con plátanos.

Mientras la pregunta, más allá de que su flor haya sido con justicia privilegiada con su institución como “flor nacional”, es otra. ¿El ceibo es un árbol adecuado para el arbolado urbano, independientemente de la reconocida belleza de su flor y el encanto de los arabescos de su tronco. Cuestión al menos opinable, la que no lo es indudablemente en el caso del lapacho. Y que hace precisamente por eso que nunca está demás seguir insistiendo, como no nos cansa el hacerlo, acerca de la necesidad de dar a los implantados en la calle 12 de Abril, el cuidado que indudablemente no se les presta y que lo está matando lentamente a la vista de todos, con una indiferencia que se traduce en una mala práctica de la administración municipal.

Es que hasta el más profano en la materia no puede dejar de advertir que es casi inhumano verlos convertidos en un festín para todo tipo de parásitos. De lo que, a su vez, cabe suponer resultaría una prueba contundente el hecho que los lapachos de “la 12” muestran en estos momentos una floración tan despareja, que hace que los ejemplares florecidos sean por contraste una maravillosa y a la vez lamentada excepción, que nos priva de la magia de una verdadera festividad natural.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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