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Encuesta de Ricardo Rouvier
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Enamorado de su propia imagen, el Gobierno se olvidó de gobernar

Vivimos tiempos en que cualquier buscador nos pone al alcance de la mano, en apenas un clic, todo el currículum de las personas públicas. Antes se decía que uno era dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras, la era de la Internet le dio un giro a esa sentencia: nadie resiste a un archivo. Es así que sabemos lo que tal o cada cual hacía, decía o pensaba en cada momento de sus vidas.

La cuestión es que ese archivo revela, más de una vez, que las convicciones de muchos de nuestros dirigentes son bastante lábiles, y sus contradicciones a menudo sorprendentes. Sobran los casos de aliados que antes eran enemigos acérrimos y viceversa. Los abrazos suceden a los insultos, y las traiciones que para muchos serían imperdonables resultan, al cabo, el germen de nuevas alianzas.

Pero, en ocasiones, el archivo da cuenta de asuntos que tienen poco que ver con el honor y mucho con las formas del gobierno. Asuntos que nos hacen pensar que nuestra dirigencia tiene poca convicción y menos planificación, y decide sobre la base del desconocimiento y la improvisación.

Es lo que demostró el Ministro de Salud de la Nación cuando en enero decía que “no hay ninguna posibilidad de que haya coronavirus en Argentina”. Pero también cuando, apenas dos meses más tarde, pronosticaba 250.000 contagios para inicios de junio. No acertó con ninguna de las hipótesis, pero decidió en base a ellas. Y lo sigue haciendo.

Con menos tiempo de confrontación con el archivo se encontró el Presidente. El 25 de junio auguraba, durante la inauguración virtual de una planta de generación térmica de la empresa Pampa Energía, que “en no mucho tiempo más, la economía va a funcionar a pleno”. Cuatro días después, el Indec daba cuenta de una caída interanual de 26,4% para la actividad económica en abril – la mayor caída histórica, que retrotrajo el tamaño de la economía a niveles de 2004.

Lo curioso es que a pesar de que está visto que nadie resiste a un archivo, a pocas personas parecieran interesarles ya esos archivos. Las mentiras, las traiciones, la corrupción, la impunidad son asuntos tan cotidianos que ya sólo escandalizan a quienes están muy agrietados. Sino, sería impensable que políticos de uno y otro lado de la grieta siguieran sus carreras a pesar de sus prontuarios. Tan documentado está el pasado que parecería haber perdido todo rol en el proceso decisorio respecto del porvenir.

Para la mayoría, sólo cuenta el presente. Probablemente porque esa mayoría no puede pensar en el mañana sin antes ocuparse por sobrevivir hoy. La inmediatez es causa de esa volatilidad de la opinión pública y es algo a lo que los dirigentes, muchos con demasiados años en funciones, no parecen haberse adaptado.

Se ha acusado al Presidente, incluso desde esta columna, de haberse enamorado de la cuarentena. Quizás hubiera correspondido decir que se enamoró de la imagen que le había construido la cuarentena cuando, hace tres meses, las encuestas lo mostraban con índices de popularidad cercanos al 80%. Era cuando el coronavirus era la principal preocupación de la gente.

Ahora, los medios reproducen encuestas que hablan del desgaste de la imagen presidencial y de la creciente irrelevancia del virus frente a otras cuestiones más urgentes como la economía y, nada sorprendentemente, la inseguridad – una consecuencia de la pauperización que la dirigencia no fue capaz de predecir.

Claro: tampoco la gente resiste un archivo. De lo que pensaba hace tres meses, ahora parece arrepentida. Contesta según sus problemas actuales, sin reconocer que quizás sus preocupaciones del ayer llevaron a los dirigentes a tomar las decisiones que provocaron las preocupaciones de hoy.

El cambio de humor que muestran las encuestas podía anticiparse en las contradicciones de las encuestas. Unas sugerían que se apoyaría la estatización del sector eléctrico, otras que era necesario arreglar el problema de la deuda externa, otras más que había oposición a la expropiación de Vicentin y aún más oposición a la liberación de presos. No en vano se dice que Argentina tiene más psiquiatras y psicólogos por persona que cualquier otro país.

Lo único claro es que el Gobierno no disponía de un cheque en blanco. Ahora, el coronavirus cayó desde el primer al quinto puesto entre las preocupaciones de los argentinos. A la par fue cayendo la imagen del Gobierno, aún alta pero en una tendencia declinante. Pasados 108 días de cuarentena, no queda mucho para que la mayoría piense que incluso la política sanitaria estuvo mal diseñada.

Un verdadero líder no se deja guiar por encuestas volátiles, sobre cuya frágil base es imposible planificar. Los verdaderos líderes buscan cambiar el resultado de las encuestas con la firmeza de sus convicciones: convencen a las personas de que sus decisiones son convenientes.

El Covid-19 nos encontró con un liderazgo timorato, bicéfalo, poco preparado para ese desafío novedoso. Ese liderazgo débil nos puso a la deriva en lo sanitario y en lo económico. Y a la gente, olvidada del archivo que la incriminaba, le hizo olvidar el entusiasmo que hace apenas tres meses demostraba hacia la cuarentena y hacia los políticos que imaginaba que nos cuidaban.
Fuente: El Entre Ríos

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