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La titular del FMI y el ministro de economía
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La titular del FMI y el ministro de economía
Quizás la mayor prueba de que la política se ha hecho mucho más relevante de lo que le corresponde sea la cantidad de elecciones a las que nos vemos sometidos.

Con todo, es ésta una cuestión menor en comparación con el tiempo de preparación que demanda cada elección, y el tiempo que cada dirigente con aspiraciones dedica a la politiquería. Tiempo que resta del disponible para dedicarse a las cosas que realmente podrían ayudar a los sufrientes ciudadanos que los eligen. El escaso plazo que media entre una elección y los preparativos para la siguiente hace que los dirigentes tengan poco tiempo para ocuparse de encontrar soluciones para las peripecias de la gente: cada solución demanda un esfuerzo inicial, en términos de tiempo, que resulta demasiado costoso para la política.

Vemos pasar las semanas que restan hasta la crucial decisión de pagar o dejar de pagar al FMI, en marzo de 2022, sin registrar demasiados avances concretos en la negociación. Que una escuadra de técnicos del Ministerio de Economía y el Banco Central se haya juntado con los equipos técnicos del FMI es apenas un precalentamiento. Es un necesario intercambio de datos estadísticos y, tal vez, el intento de poner dichos datos en una planilla de cálculo de la cual obtener resultados esperados. ¿Qué pasa si recorto este gasto, o si aumento tal tarifa, o tal impuesto, con el resto de las variables de la economía? Es un ejercicio teórico, no la verdadera negociación.

Para la instancia de negociación sólo cuentan los que mandan. Ellos tienen la llave para destrabar o congelar un acuerdo. De nuestro lado, el Presidente y la Vicepresidente (por más prescindente que pretenda ser). Del lado del Fondo, su Directora Gerente y el Directorio, en el que pesan los delegados de las grandes potencias. Los técnicos exponen qué ocurre ante el movimiento de cada variable de la economía. Los negociadores deben decidir cuál de esas variables mover. Ahí es donde se traba la cosa.

El viernes por la tarde, el FMI emitió un comunicado relativo a las reuniones técnicas y los avances en ellas conseguidos. Pero también dejó claro que el país debe mejorar las finanzas públicas, bajar el financiamiento monetario del déficit y acumular reservas. Técnico, sí, pero con implicancias políticas.

Hay en Argentina una muy simplista sensación de que el problema que tiene el FMI es similar al que tiene Argentina. Le debemos mucho dinero, y ese es nuestro problema. Tanto, que es más de 30% de su cartera de créditos. Ese sería el problema del Fondo. Quienes tienen esta visión, auguran que las partes arribarán, finalmente, a un acuerdo que se ha dado en calificar de light. Un acuerdo en el que básicamente el FMI admite nuestra incapacidad de pago, pospone los vencimientos de 2022 y 2023 para 2024 en adelante y todo queda arreglado. No hay default, que es lo que nadie quiere.

El problema que enfrenta esta visión simplista es que el FMI no parece compartirla. Y que, por más light que sea lo que su Directora Gerente y su Directorio estén dispuestos a aceptar, hay parámetros que no son negociables: el deudor debe hacer algún esfuerzo para demostrar que juntará recursos para, algún día, poder pagar.

También para la dirigencia argentina parece haber parámetros que no son negociables: básicamente, hacer ese esfuerzo. Estos polos, tan alejados entre sí, hacen presentir que el acuerdo está menos cerca de lo que queremos creer.

No hay soluciones buenas para la política. Si no hay acuerdo, es probable que haya más inflación e inestabilidad. Pero, si lo hay, es probable que el ajuste afecte el crecimiento y suponga más inflación en el corto plazo. Que, tras el ajuste, sobrevenga una economía más equilibrada y con mayor probabilidad de revertir la tendencia es una promesa que no parece aceptable para la política. Ese futuro mejor podría llegar demasiado tarde para los tiempos electorales, que son el único móvil de la política.

Hay conjeturas, y hay conjeturas sobre las conjeturas. Los discursos de barricada son conjeturas, y las conclusiones de los analistas de ocasión sobre los significados de esos discursos también lo son. Y están los datos. El comunicado del FMI es un dato. Una línea en la arena que supone, para la política, una respuesta heroica, que cuesta verla dispuesta a dar sin que antes haya mediado, como decíamos hace siete días, una crisis aguda que de verdad la asuste.
Fuente: El Entre Ríos

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