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La rivalidad entre Argentina y Brasil se trasladó, en estos últimos meses, a la lucha por ver quién está peor. Si bien parece que nosotros estamos adelante del resto, el país vecino no nos quiere perder el paso. En Brasil, el caos dirigencial y mediático es igual o peor que el que terminó con la destitución de Dilma Rousseff en 2016.

Algunos días atrás, el Ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, que propuso medidas extremas para combatir el coronavirus -similares a las de Argentina- había sido destituido por sus diferencias con Bolsonaro, quien piensa que ello provocaría un daño mayor, sobre todo en la economía. Este último viernes, el ministro de justicia de Brasil, Sergio Moro, renunció a su cargo luego de que Bolsonaro hubiera destituido al director general de la Policía Federal, Mauricio Valeixo, uno de los hombres de confianza del ministro. Moro es una de las figuras públicas más importantes de Brasil: había sido juez de la operación Lava Jato y, al igual que varios de la casta política de dicho país, actúa en base a sus intereses y con el objetivo de preservar su figura. Según su parecer y el de muchos, Valeixo fue destituido por haber trabajado en la investigación acerca de “fake news” que involucraba a políticos oficialistas, y porque el exministro no habría cedido información oficial acerca de las investigaciones de la Policía Federal. La versión oficialista es que Valeixo había pedido salir y que nunca había avanzado en la investigación acerca de las puñaladas que recibió Bolsonaro cuando estaba en campaña. La última palabra, dicen en Brasil, la tendrá el exdirector general de la policía.

Más allá de quién tiene razón y quién no, esta sucesión de hechos, sumado al comportamiento que tuvo el Presidente desde que arribó la pandemia a Brasil, no está claro si se mantiene el apoyo de las diferentes partes de la coalición gobernante. Además, se pone a prueba la viabilidad de la gestión.

Desde que asumió, Bolsonaro decidió confrontar con la oposición y contra la casta política en general, acusándola de estorbar el avance de sus medidas. Incitó a la gente a manifestarse en apoyo hacia él y fervientemente en contra de quienes no creían en su plan para “levantar a Brasil”. Su estrategia se vio afectada por un imprevisto, como lo fue la pandemia, que le jugó una mala pasada: la economía cae, el real se deprecia a gran velocidad, más de 4000 muertes por coronavirus y un camino para afrontar la situación que no estaría dando resultados positivos.

Esto no es gratis en Brasil, porque los intereses políticos valen más que cualquier otra cuestión. En la oposición destacan el Presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia (de centroderecha), el PT, bajo el mando de Lula o Haddad y algunas otras figuras. De izquierda, de derecha o de donde sea, todos apuestan a una posible salida de Bolsonaro o, a lo sumo, a la restricción de su margen de acción. Así como pasó con Rousseff hace cuatro años, la posibilidad está latente, y más con las fallas que se desataron en la economía y dentro del oficialismo desde la expansión del coronavirus a lo largo de todo el país. Como las leonas en la sabana, los opositores están agazapados esperando el momento justo para atacar a su presa. El problema sería que si cumplen con su objetivo, las críticas recaerían sobre ellos.

Bolsonaro entiende esto, y por ello muestra dos caras. Por un lado, continúa alentando a la gente a que salga a la calle en su nombre, contra Moro y todos los “traidores”, contra la política tradicional y contra los grandes medios de comunicación. Por otro lado, sabe que el aislamiento político pone en riesgo su gobernabilidad y aumenta las chances de un impeachment, por lo que analizó buscar apoyo de partidos centrípetos en el Congreso a cambio de ofrecerles puestos en el Poder Ejecutivo. Además de no estar definido, generó un fuerte descontento en sus filas, reacias también a la política tradicional que tanto venían combatiendo. Sumado a ello, para enfrentar la actual recesión planea una estrategia económica que necesita de fondos públicos y que propone, entre otras cosas, adelantar el 13° salario. Una política contraria a la austeridad por la cual venían velando Paulo Guedes, su Ministro de Economía, y el ala más liberal de su coalición. Una nueva fragmentación dentro del gabinete solo lleva a imaginar las peores consecuencias para el líder del Poder Ejecutivo.

Brasil es uno de principales aliados de la Argentina y una pieza fundamental para el Mercosur. Por ende, lo mejor que nos podría pasar es que el conflicto político y económico se solucionase sin muchos sobresaltos. Poder se puede, y depende de la coordinación entre las diferentes partes. Ahora bien, si habíamos dicho que era difícil que Bolsonaro se calmase y apelara a la gobernabilidad en unión con una parte significativa de la oposición, hoy la probabilidad parece ser aún menor. Como hemos ido contando, el Presidente de Brasil está en una encrucijada, con enemigos y bajas por todos lados. Sea cual sea el camino que elija, no debe descartarse ni la renuncia ni la destitución.
Fuente: El Entre Ríos

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