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Deseo agradecer a todos los lectores que me hicieron llegar sus comentarios en la columna del 19/03, La Espada de Damocle. En esta oportunidad me referiré a las numerosas opiniones en relación con la afirmación:

“Un país tiene el gobierno que se merece”

Esta afirmación pertenece a Joseph de Maistre (1753-1821) filósofo saboyano nacido en Francia y fallecido en Italia. Siglo y medio más tarde, el novelista parisino André Malraux (1901-1976) reformuló la afirmación anterior:

“No es que los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen”

Cuál definición se acerca más a la realidad depende del marco en que deseemos encuadrarlas, pero en un sistema democrático como el que transitamos en nuestro país, es válido explicitar el significado de Calidad de Ciudadanía y Calidad de Democracia. Cuando nos referimos a Calidad de Ciudadanía estamos hablando del grado de participación y compromiso de los ciudadanos en los procesos de elección y en cuanto a la Calidad de Democracia por los espacios políticos que ofrece.

En nuestro caso, tanto la participación como los espacios políticos ofrecen un resultado altamente positivo.

Emanuel Kant sostenía que “las estructuras de la organización democrática resultarán vacías sin la participación de la ciudadanía y la participación de la ciudadanía resultaría caótica sin los espacios y procedimientos de la organización democrática”.

Sin embargo, estas definiciones en lo cotidiano se ven afectadas por una realidad que genera interrogantes con respuestas inconclusas. Pareciera ser que, nos guste o no, nuestros gobernantes se parecen a nosotros.

¿Se puede afirmar que un gobierno es tan corrupto como su sociedad lo permite?

En estos días sufrimos con una enorme impotencia el corte de rutas, avenidas y calles por un número importante de ciudadanos que exigen a sus gobernantes ayudas económicas y beneficios o prebendas que fueron promovidas y comprometidas en las promesas de campaña para ganar una elección.

Se podría inferir entonces que los gobernantes de turno tienen origen o reflejan la sociedad a la cual pertenecen.

Una lectora que rechazaba con vehemencia esta afirmación haciendo referencia a la Argentina, me compartió que el 52% de la población no había elegido al gobierno actual, con lo cual es falso afirmar que los lideres actuales representan a la sociedad.

Por el contrario, en coincidencia con otros lectores, el planteo más contundente era el impacto de la decadencia en la educación y las consecuencias de una despiadada y dolorosa ignorancia que facilita la creencia en relatos que solo narcisistas o psicópatas tienen el coraje de realizar.

La calidad democrática se pone en riesgo cuando afecta la calidad ciudadana; las decepciones se reflejan en el desinterés por participar o más grave aún cuando se escucha con frecuencia “que se vayan todos”.

Cuando quienes lideran no se han formado para conducir, cuando no entienden que liderar requiere de principios básicos, cualquiera sea el tipo de gestión, las consecuencias son las que la realidad actual nos muestra.

Sin objetivos trascendentes, sin planes de acción alineados a los objetivos, sin el uso de nuestras fortalezas, sin un concepto integral de país, sin la generación de confianza recíproca, sin orientación a resultados positivos, no nos debe sorprender que hoy no haya combustible para el transporte y la actividad agropecuaria, que no haya divisas para importar insumos para la producción, que la informalidad y precarización laboral sean un denominador común, que el respeto por las normas de convivencia sean una utopía, que las acciones de la dirigencia nos arrastren a una frustrante incredulidad y así otros innumerables ejemplos que me han hecho llegar los lectores en estos días.

Se educa con el ejemplo, un deber irrenunciable de quienes tienen la responsabilidad de liderar.

“ENTRE UN GOBIERNO QUE LO HACE MAL Y UN PUEBLO QUE LO CONSIENTE, HAY UNA CIERTA COMPLICIDAD VERGONZOSA”…

Víctor Hugo (Poeta francés)
Fuente: El Entre Ríos

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