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Necesitamos solucionar el problema de la deuda para armar un plan, pero ¿qué forma tomará ese plan?

Cuando hoy comience el período de sesiones ordinarias del Congreso de la Nación, el Presidente deberá abrir las sesiones dando cuenta del “estado de la Nación”.

Dicho “estado” no parece haber cambiado mucho desde que Fernández pronunció su discurso de asunción el pasado 10 de diciembre. Si en ese entonces el cuadro era catastrófico, hoy apenas podrá presumir de haberlo estabilizado. No es poco, pero es un “estado” precario y muy dependiente de una resolución para el asunto de la deuda.

La deuda absorbe todos los titulares económicos y parece cada vez más relevante para la construcción de poder de Fernández dentro de su variopinta coalición. Más importante aún que para la economía.

El Rubicón de la negociación de la deuda no es el fin del camino, sino su comienzo. Con franqueza, el Ejecutivo ha destacado la imposibilidad de diseñar un plan económico si saber con cuántos recursos cuenta; es decir, cuánto del ingreso deberá destinar al pago de los servicios de la deuda. Esto no obsta para que entretanto se tomen medidas que nada tienen que ver con la deuda y que, aunque no ocupan los titulares, parecen esenciales para entender el rumbo. No hay un “plan integral”, pero algunos lineamientos se dejan vislumbrar.

El Rubicón de la negociación de la deuda no es el fin del camino, sino su comienzo

Por ejemplo, el superávit fiscal parece un objetivo central. Como también lo parece el mecanismo con el cual se pretende lograrlo: productores, empresarios, trabajadores y jubilados aportan para solventar los gastos administrativos del estado, que no bajan, unos pocos planes sociales y los pagos de la deuda. Una redistribución acorde a las miserias que nos caben.

El hilo conductor del plan es una mayor intervención del gobierno sobre la economía. A cada sector, y en ocasiones a cada empresa, parecería corresponderle una regulación: tasas de interés máximas, precios cuidados, cambios a la Ley de la Economía del Conocimiento para diferenciar PyMEs de grandes jugadores, retenciones con compensaciones a pequeños productores, alícuotas impositivas diferenciales para activos equivalentes, tarjetas alimentarias, entre otros, son ejemplos de que lo que viene.

Las micro-medidas que asoman podrían resumirse como “aumentar la carga a los grandes para compensar a los chicos”. Un esquema redistributivo con grandes méritos teóricos y morales, pero inaplicable cuando el problema central es el de la destrucción del capital y del flujo que se buscan redistribuir. Los modelos nórdicos funcionan en países que construyeron la riqueza suficiente para poder repartirla sin afectar la capacidad de producción.

No es una sorpresa el mayor intervencionismo: si el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, Argentina lo hace cientos de veces.

Vuelve a estar de moda la heterodoxia y la repetición del mantra que culpa a las recetas neoliberales (¿es una calificación económica o política?) de nuestros fracasos. ¿Nunca nadie se preguntó por qué ser serio funciona en todos los países que andan mejor que el nuestro?

Si no hacemos crecer la torta, seguiremos condenados a repartirnos las migajas

El ministro Guzmán argumenta que hace falta liberarnos de los compromisos de la deuda por algunos años para volver a crecer. Le faltó aclarar cómo piensa generar ese crecimiento sin atraer inversiones. Repartir miserias podría generar un rebote cíclico como los que hemos visto tantas veces, o incluso ganar una elección, pero no nos sacará del estancamiento secular en el que estamos sumergidos.

El capital no es ni oficialista ni opositor. Opera sobre la cruda base de la relación entre ganancia esperada y el riesgo tolerable. En Argentina no hay ganancia (legal) suficiente que compense el riesgo. Por eso no hay inversión.

Los economistas heterodoxos, que son los de todos nuestros gobiernos, siempre piensan que la solución de los problemas (¿de sus problemas?) consiste en “poner dinero en el bolsillo de la gente”. Ese dinero lo sacan de quienes podrían invertir para hacer crecer la base de capital del país. Cuesta encontrar un empresario que sea exitoso por haber insistido con Argentina: los mejores se internacionalizaron. Argentina ya no es una tierra de oportunidades, sino que es una tierra de oportunistas.

Si presentara con honestidad el “estado de la Nación”, Fernández debería diagnosticarlo como “terminal” y recetar un shock que estimule las inversiones. Si no hacemos crecer la torta, seguiremos condenados a repartirnos las migajas.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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