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Como si el tiempo se hubiera detenido, el gobierno se empeña en disputas personales y aplica políticas que ya probó sin éxito

Una de las anécdotas más conocidas de la Universidad de Salamanca, en España, es aquella en la cual se atribuye a Fray Luis de León haber pronunciado en el siglo XVI la frase “como decíamos ayer”, para comenzar su primera clase luego de varios años en la cárcel. Se le atribuye también la frase a Miguel de Unamuno, quien según la tradición popular la habría pronunciado cuando fue restituido como rector luego de haber sido desterrado varios años por Primo de Rivera.

“Como decíamos ayer” parece ser el pensamiento de nuestro Gobierno. Parece ocioso reiterar la multitud de desafíos económicos que enfrentamos: recesión, inflación, pérdida de reservas, altísima brecha cambiaria, cierre de empresas, desempleo, pobreza. Problemas económicos que ciertamente no ha resuelto ni resolverá el acuerdo por la deuda en dólares.

Con una pulsión por el fracaso y por la repetición de errores que es difícil de entender, el Gobierno enfrenta estos problemas con las mismas recetas perimidas: congelamientos de precios y tarifas, regulaciones arbitrarias, falta total de apego a leyes y reglas, entre otras formas que tanto vimos fracasar. Como estamos empobrecidos, ni siquiera nos podemos permitir tener “más estado”; apenas logramos tener “menos sector privado”: será que la declamada justicia social se cumplirá cuando todos lleguemos a ser pobres.

La inconsistencia (el ministro Guzmán diría “la insostenibilidad”) de la situación macroeconómica quedó momentáneamente oculta tras el manto de la pandemia y la cuarentena. Ahora, cuando con cuentagotas comenzamos a salir del encierro, se produce una situación extraña, de esas bien argentinas: las buenas noticias son un riesgo. La recuperación del nivel de actividad luego del pozo de abril, el amesetamiento de los contagios en el AMBA y el aumento de la movilidad que registra el Google Mobility Report comienzan a izar las dos banderas que mejor exponen las inconsistencias macroeconómicas: la inflación y el dólar.

Los indicadores de alta frecuencia ya hablan de una aceleración de la inflación hacia niveles superiores a 3% mensual en las últimas semanas; quizás el caso emblemático sea el de las naftas, pero otros precios que no salen en la tapa de los diarios también se mueven. Lo perciben los sindicatos, que comienzan a apurar las negociaciones salariales.

También se mueve el dólar, a la sazón motor de muchos precios. Es curioso lo del dólar: los consultores económicos repiten que el dólar a $74 está bien en términos reales. La balanza comercial superavitaria parecería confirmarlo. Y, sin embargo, el BCRA no puede parar la sangría de las reservas. Con más de 4 millones de personas que compran el dólar solidario, importadores que pagan al contado, exportadores que cobran a plazo y empresas que cancelan toda la deuda en dólares que pueden, no hay superávit comercial que alcance. Todo el mundo pronostica una devaluación que los economistas dicen que no se necesita. La causa: una brecha estoicamente elevada entre el oficial y el paralelo.

El BCRA está nervioso porque no aguantará por mucho tiempo más la caída de reservas. Ya están en su menor nivel en cinco años, y se acabó la buena época estacional de las exportaciones. Pero, “como decíamos ayer”, aplica soluciones que no solucionan. Insiste con controles y reglas que sólo la empeoran. Tasas de interés negativas y expectativas deterioradas son un combo mortal. Ahora se especula con que podría usar su stock de bonos en dólares para intervenir en el mercado paralelo para bajar la brecha. Podemos aventurar el resultado: un tiempito de aire y otra vuelta al mismo lugar, o a uno peor. Como ayer.

La mejor manifestación de estas dificultades la da la tasa implícita a la que operan los futuros nuevos bonos del país: 12%. Con esa tasa, los bonos reconocen que la restructuración no es alcanza para contrarrestar los problemas económicos. Y que son fuerzas mucho más potentes las de las inconsistencias macroeconómicas, agravadas por la crisis sanitaria y la cuarentena, como también por la total falta de un marco jurídico entendible.

La embestida del Gobierno sobre la Justicia y los medios tiene todos los condimentos de un déjà vu. “Como decíamos ayer”, siguen las batallas donde habían quedado en 2015, como si los últimos cinco años no hubieran existido o, peor aún, como si sólo los problemas personales de los gobernantes fueran de vital importancia para la Nación.

La referencia del expresidente Eduardo Duhalde a un eventual golpe de estado resulta curiosa. Aunque luego se retractó y la caracterizó como un “tema psicótico momentáneo”, lo dicho, dicho estuvo, y tuvo mucha mayor repercusión que su retractación. Y aunque resulte impensable un golpe militar, no es nula la probabilidad de revivir un evento “a la 2001”; un evento en el que la realidad arrasa a un Gobierno. Eso de repetir la historia no nos es ajeno. Para el Gobierno es cotidiano.

Entre el aprovechamiento del estado para desarrollar peleas personales, y políticas económicas probadamente fracasadas, volvimos varios casilleros en el juego del desarrollo. De tanto vivir en el pasado, nos vamos quedando sin futuro.

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