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Me encontré esta mañana con mi amigo “el Inglés”. Aunque de inglés tiene solo la pinta, alto y erguido, o sea con aspecto paquetón, cara blanca pecosa, a pesar de ser uno de esos que se cuida del sol, porque el sol con los melanomas que provoca mata según insiste en afirmar, y con grandes ojos que no sé si son grises o celestes, claros sí, y una melena colorada, engominada. En estos tiempos, mi Dios. Pero en lo demás es muy normal, más normal que muchos de nosotros porque es amigo de las cosas y costumbres bien nuestras, casi de tierra adentro diría yo, a pesar de que habla inglés como el resto de su familia, que supo ir a estudiar en la escuela y en un colegio de esos que llaman de enseñanza bilingüe.

Y que pronto será trilingüe, porque con dos idiomas no alcanza para moverse hoy en día, con la globalización, por más que afirman que pronto aparecerá una aplicación que se le podrá aplicar al celular, y que permitirá la traducción instantánea de lo que cada uno dice mirándose cara a cara, con la sola condición que al mismo tiempo cada uno tenga a mano y prendido el de cada cual.

Es un lío lo del tercer idioma a la hora de elegirlo. Porque hay que optar por uno que reúna muchos requisitos, empezando no solo que sea hablado por muchos, sino que esté extendido en el mundo, y que sea el idioma de un país que uno orejee con las mayores posibilidades de hacerse cada vez más grande y jugar en las grandes ligas internacionales. ¿El chino mandarín? Podrá ser, pero ¿cuánto tiempo lleva aprender el chino? No será más práctico que el chino sino a hablar en español, aprenda a hablar en inglés?

Pero volvamos a “mi Inglés”. Al que lo encuentro preocupado por el Brexit, aunque no me explico por qué, ya que solo es nieto de ingleses, ha vivido siempre aquí, y para colmo de bienes y de satisfacciones mías, se me ha casado con una salteña, rompiendo esa tradición de casarse siempre entre ellos, cosa que no está bien. “Está como vos el príncipe Harry”, le comenté chichoneando la primera vez.

Pero ahora lo he encontrado preocupado por esa locura suya de seguir sintiéndose inglés. Lo que el parecer ocurrió, según pude entender, que ya estando en sus islas podridas la cosas, acaban de realizarse elecciones anticipadas en una circunscripción inglesa, banca que había quedado sin dueño por haber sido expulsada la mujer que la ocupaba. ¿Por qué expulsada?, le pregunté. En realidad, los que la echaron fueron los votantes del lugar donde había sido elegida, por mentir. ¿Mentir?, volví a preguntar. Sí, porque fue multada por exceso de velocidad, negó la evidencia con una cadena de mentiras que le llevó a ser condenada y a pasar cuatro semanas en prisión. Por eso, ¿en qué país estamos?, iba a decir. Menos mal que me di cuenta a tiempo y me callé la boca.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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