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No sé si ustedes saben de la existencia de un tal Murphy, al que se lo tiene por renombrado, por haber descubierto una ley. Descubierto y no inventado, porque se trata de esas leyes que están hechas con el mismísimo universo, y que se aplican y se siguen aplicando desde el día de la creación. Leyes que “están” aunque no se ven y, aunque no se pueden esquivar por resquicio alguno, porque si no pasa como el caso del hombre aquel que se subió a lo más alto de la copa de un árbol y se “lanzó a volar” sin siquiera contar con las alas de ese otro tal Ícaro, y cayó de cabeza en el suelo, porque se había olvidado de que existía una “ley de la gravedad”.

Pero vuelvo a Murphy y su ley. Digo ley, porque conozco de una manera que la puedo recitar embarulladamente, aunque a mí alguien me ha dicho que no es la única. Y esa ley vendría a querer decir una cosa más o menos así: que hay que partir de la base que “las cosas siempre tienen la posibilidad de salir mal, y que las cosas que salen mal, tienen grandes posibilidades de salir mucho peor todavía”.

Optimista el hombre, dije la primera vez cuando me enteré de su existencia y de su condición de descubridor de esa ley, y sigo pensando lo mismo desde entonces cuando vuelvo a acordarme de él.

Sobre todo se me aparece en la cabeza cuando miro a mi alrededor, y me pongo a pensar -porque, como ya saben, no dejo de pensar- que esa no sé si llamar una maldita o bendita ley, no es una ley “natural”, como la venden, sino que es una maquinación de don Murphy, el que para colmo de males está experimentando con nosotros.

Acaso es cierto lo que me dicen, que se puede escuchar algunos diciendo en voz baja, o no tan baja, y puede suceder que hasta los gritos, que “cuando peor estén las cosas, es cada vez mejor”.

Que vendría a querer decir que debemos ocuparnos de ayudar a conseguirlo, cavando cada vez más a fondo una sepultura de la que solo podremos salir resucitados y convertidos en ese “hombre nuevo” que alguna vez escuché a un cura decir en una Iglesia, que era una ocurrencia de un santo al que se mentaba como Paulo.

Algo que vendría a explicar los esfuerzos que hacen tantos patrones de sindicatos arruinándonos la vida con eso de los paros espontáneos e imprevistos. Tal como les pasó días pasados a los que querían viajar en los aviones de Aerolíneas. Pareciera que esos muchachos no saben que, aún para hacer cosas que joroban y por eso están mal, hay que tener buenas maneras, por aquello de que el que avisa no traiciona. Traición, palabra fuerte, aunque en estos días se escuchan cosas peores.

Y no solo hay esa forma de parar. Porque están también los “paros con movilización”, una aplicación tanto o más dañina de la ley del don ese aunque, al menos, a diferencia de los que presumían, ilusos ellos, convertirse en pasajeros de un avión, y llegar volando vaya a saber a qué destino, las víctimas del paro preanunciado con antelación pueden quedarse panchamente en casa.

Lo que sí es un chiste y pienso que en eso Murphy no tiene nada que ver, son las “asambleas en los lugares y horas de trabajo”, y si se dan “sin atención al público”, mejor ya que ese es un invento bien nuestro, con el que mostramos los zorros que somos disfrazando una medida de fuerza, hasta convertirla en una minihuelga dosificada. Minihuelga dosificada. Me gusta la expresión. Me salió redonda.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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