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Lo encontré a un amigo mío, destruido. Era por los resultados de las elecciones del domingo. Por haber caído en el error, por partida doble, de creer en Macri y los encuestadores. Que no sé si se los puede llamar también gatos, pero que evidentemente pareciera que a la hora de pronosticar no embocan una, dado lo cual tengo la impresión de que deben considerárselos como profesionales eximios en materia de las malas prácticas, con la única diferencia que en su caso cobran y no se les puede pedir la devolución de lo pagado, atendiendo a las burradas que se mandan.

Más les valiera a los interesados en este tipo de pronósticos, ir a ver a una mujer de esas que tiran las cartas, o si no aquéllas que den cuenta de otras habilidades adivinatorias, que no hay que confundir con las amatorias, que les permiten ver bajo el agua.

Me dio lástima el pobre, al que nunca había visto tan caído, desde la época que Rivera perdió la categoría y tuvo que codearse con los de la B. Ni siquiera reaccionó, más me parece que no le causó ninguna gracia, que le mostrara en la pantalla del celular, los fuegos artificiales cubriendo totalmente el cielo de la cárcel de Marcos Paz.

Me pareció que se animaría más si le cantase -tengo la voz ronca de un cantor afiebrado con la Bols y no con la Llave- las estrofas de ese segundo himno nacional -o el tercero, porque no sé si está segundo o tercero, en ese orden con “Los muchachos peronistas…”, esos que dicen combatir el capital, aunque no estoy seguro que esa se ubique antes de esa hermosísima partitura que se refiere a los muchachos del tablón-, pero manifestó su contrariedad con mi propuesta con un brusco y mal educado movimiento de mano.

Intenté de nuevo con una variante, que consistió es pasar a redactar una versión corregida y aumentada de la letra de "Cambalache”, algo que le gustó más y que a costa de destrozar la rima, como se comprende todo no se puede, quedo así.

Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En el 506. Y en el 2020 también. Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, todo tipo de amargados, que no se sepa si son varones o son mujer. Pero que siempre se vive en un despliegue de maldad insolente. Ya no hay quién lo niegue. Vivimos revolcaos en otra que un merengue. Y en el mismo lodo, todos embardunados. Sin vueltas que le des es lo mismo. Ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador. Nada es igual. Todo puede ser peor. Es mejor ser un burro mano fácil, que un gran profesor. Los ignorantes nos han superado, se vive en la impostura y el robo es la ambición. Los inmorales son los que mandan, porque eso es lo mejor. Todo está mal y seguramente va a ser peor.

Debo confesar que terminada nuestra intervención, mi amigo siguió como si estuviera grogui, y el que se puso a llorar fui yo...
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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