Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Lo tengo bien presente, aunque mi tío me lo contó cuando yo todavía era muy chico. Y a lo mejor porque de la impresión que me dio lo que contaba, me asusté. No se trataba de la visita anual de mi tío a Miramar cuando aprieta la canícula -como se sonríen al decir que así mentaba mi abuelo el calor de los veranos-, que por lo visto de aquí para adelante vamos a extrañar, en lugar de provocar las acostumbradas lamentaciones que en ese tiempo salía de la boca de las señoras ya muy, por no decir del todo, creciditas.

Se trataba de un anciano al que su hija había dejado sentado en el asiento trasero de su automóvil, el cual dejó con el motor encendido pero luego estacionó en debida forma, descendió del mismo por un instante para ir a la acostumbrada farmacia de ese lugar de veraneo, que en aquel tiempo al menos se considera el mejor lugar “para ir con la familia”.

Si eso hubiera sido todo, no tendría nada que contar, y seguramente mi tío nada me habría dicho. Pero lo que pasó es que cuando salió de la farmacia, luego de comprar no sé qué cosa ya que no recuerdo si el relato incluyó ese detalle, la cuestión es que se sorprendió despavorido al ver que no solo había desaparecido su auto, sino que tampoco por ninguna parte se notaba la presencia de su anciano padre.

En este caso, eran indudablemente otros tiempos, todo terminó bien. Eran épocas en que el “fin” todas las cintas, así se decía, que uno podía ver en el cine, tenían un final feliz. Ya que al ir a la comisaría más cercana a hacer la denuncia de esa doble desaparición, casi chocó con su padre al metro de ingresar en ella, porque a él unos señores muy amables, según le habría dicho la hija del farmacéutico que era amiga de mi tío, lo habían depositado cordial y hasta respetuosamente luego de despedirse con un afectuoso “que tenga un buen día”. La peripecia terminó cuando fue encontrado el auto abandonado, que mi tío no pudo asegurar si fue utilizado en un asalto.

¡Cómo se ha venido desemprolijando todo desde entonces a esta parte, mi Dios! Ahora hasta los ladrones son distintos. Se las agarran con los pobres jubilados y, en una de esas, aparte de sacarles los pocos mangos que tienen, los terminan matando a golpe limpio de culatazos y hasta ¡asfixiándolos encerrando su cabeza en una bolsa de plástico!

¡Es que no tienen abuelos o padres esos bárbaros sanguinarios! O es que se las toman con los viejos, porque ellos no van a llegar a su edad, porque moviéndose como se mueven la vida se les va a acabar más pronto que tarde…

Pero lo que más me indigna es que ahora se agarren con las criaturas, esos angelitos de Dios, como al que hace de esto pocos días un ladrón que entró en una casa de una madre soltera, porque la encontró flaca y sin nada que llevarse, no tuvo mejor idea que marcharse con el bebé de esa soltera aseñorada, que dormía en un cajón armado como cuna. Parece que lo encontraron en el umbral de una casa a pocas cuadras de la casa de donde había sido sacado. Lo que me hace preguntarme qué es peor, ¿el llevarse o dejarlo abandonado, sobre todo en un invierno tan frío y en plena madrugada?

De a ratos pienso que, al paso que vamos, puede no estar lejos que alguno piense en valerse de un chico para un rito satánico, como dicen que los llaman. Aunque mi esperanza siempre está llena de que cada vez más todo el mundo comprenda, como pienso está sucediendo que la vida está primero y hay que luchar por defenderla, como son cada vez más los que se animan a hacerlo.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

Enviá tu comentario